Mejor prevenir que curar

Mejor prevenir que curar
 
El prudente se anticipa al peligro y toma precauciones. El simplón avanza a ciegas y sufre las consecuencias.   Proverbios 22.3
 
Es posible que el autor de Proverbios tuviera en mente alguna clase de ataque, cuando habla de la persona prudente, pues el hebreo declara que cuando este ve el peligro, literalmente «se esconde». El simplón, sin embargo, avanza como si nada y acaba enredándose en dificultades que podrían haberse evitado.
 
La prudencia se refiere a esa particular cualidad por la que una persona puede mirar su entorno y percibir los espacios donde existe un elemento de riesgo.
 
Cuando navega por Internet, por ejemplo, entiende que no le conviene hacer clic sobre ciertas imágenes o determinados vínculos. Estos lo conducirán a páginas donde se verá expuesto a material que comprometerá su santidad.
 
Al percibir este peligro, elige no avanzar por esos caminos.
La prudencia también describe la capacidad de anticiparse a las consecuencias futuras de una decisión. La habilidad para distinguir los problemas que acarreará esa decisión, conduce al prudente a analizar cuidadosamente sus opciones antes de tomar una decisión al respecto. Entiende, por ejemplo, que si no establece límites para el comportamiento de sus hijos cuando son niños, deberá pagar las consecuencias cuando estos entren en la adolescencia.
 
En esta época de cambios vertiginosos, la prudencia es más necesaria que nunca. Los cambios se suceden con una velocidad tan vertiginosa que no nos dan tiempo para considerar las implicaciones que esconden. Arrastrados por una cultura que cree que todo cambio es señal de progreso, nos sentimos tentados a abrazar lo nuevo con gran entusiasmo.
 
Así ha ocurrido con la revolución tecnológica de la que hemos sido testigos en los últimos treinta años. Hemos pasado a ser una sociedad que vive en torno de los celulares, las tabletas, las computadoras y las pantallas plasma. El entusiasmo con el que hemos incorporado todos estos dispositivos a nuestras vidas no nos ha dado el tiempo para analizar, con cuidado, las consecuencias de vivir gran parte de nuestras vidas en un mundo virtual.
 
La sociedad, sin embargo, ya comienza a padecer los síntomas de males tales como la adicción al Internet, la obsesión con chequear el celular cada dos minutos, la depresión que produce en muchos su exagerada dependencia de Facebook y los trastornos físicos en una población que duerme poco, come mal y practica un sedentarismo absoluto.
La prudencia nos llama a pesar las ventajas y desventajas de estas innovaciones, para usarlas con sabiduría. El simplón avanza de manera atropellada, intentando resolver los problemas cuando ya los tiene encima. El prudente, en cambio, toma medidas para evitar las dificultades que resultan de la falta de preparación.
 
Cuando recordamos que Jesús se anticipó a un problema que iba a enfrentar Pedro, vimos que la prudencia nos llama a vivir atentos a los peligros espirituales que están a nuestro alrededor. El enemigo anda como león rugiente y se devorará a los simplones, quienes ni siquiera se percatan de su presencia.
 
Para pensar...
«El coraje es solamente una virtud cuando la dirige la prudencia». François Fénelon

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