La locura del perdido
La locura del perdido
Sucedió que había cuatro hombres con lepra sentados en la entrada de las puertas de la ciudad. «¿De qué nos sirve sentarnos aquí a esperar la muerte?», se preguntaban unos a otros. 2 Reyes 7.3
Hemos estado reflexionando sobre situaciones que surgieron como resultado de la terrible hambruna que golpeaba a Samaria al estar sitiada por el ejército enemigo. En medio de escenas de absoluta desesperación, el relato repentinamente introduce a los cuatro leprosos mencionados en el texto de hoy.
Estos hombres, por su condición de enfermedad, no moraban dentro de la ciudad, sino que estaban afuera, a las puertas de esta. Si la gente en la ciudad no tenía salvación, mucho menos la tenían estos cuatro que yacían abandonados fuera de la ciudad.
Se pusieron a pensar y acordaron que no tenían nada que perder si bajaban al campamento del enemigo para pedir alimentos. Entendían que era posible que el enemigo los matara, pero sabían que la muerte igualmente les llegaría si permanecían donde estaban. Decididos a probar suerte con el enemigo, ni bien se puso el sol salieron hacia el campamento de quienes los sitiaban.
Cuando llegaron se encontraron con la increíble sorpresa de que el campamento había sido abandonado. «El Señor había hecho que el ejército arameo escuchara el traqueteo de carros de guerra a toda velocidad, el galope de caballos y los sonidos de un gran ejército que se acercaba. Por eso se gritaron unos a otros: “¡El rey de Israel ha contratado a los hititas y a los egipcios para que nos ataquen!”. Así que se llenaron de pánico y huyeron en la oscuridad de la noche; abandonaron sus carpas, sus caballos, sus burros y todo lo demás, y corrieron para salvar la vida» (vv. 6-7).
¡Los leprosos no podían creer su buena fortuna! Entraron al campamento y, con un desenfreno alocado, comenzaron a comerse todo lo que tenían por delante.
Me gusta la presencia de estos cuatro leprosos en la historia. No son personas que inspiran por su fe, ni tampoco son modelos de compromiso con el Señor. No obstante, son los escogidos para disfrutar de las primicias de la gran victoria que el Señor le había dado a Israel.
De alguna manera, estos varones dejan en claro que las grandes aventuras no necesariamente están reservadas para los gigantes de la fe. Son más frecuentes las situaciones donde, casi por accidente, tropezamos con un milagro. No obstante, estos hombres poseían algo que es digno de imitación.
•Se movieron porque habían arribado a la conclusión de que no tenían nada que perder.
•Esa convicción es, muchas veces, lo único que necesitamos para abrazarnos al Señor.
Los Evangelios están repletos de personas desesperadas que decidieron confiar en el Señor como último recurso. Jesús no censuró su fe poco ortodoxa. Al contrario, los premió con experiencias que superaban ampliamente sus más alocadas ambiciones.
Movernos hacia Dios, aun cuando sentimos resignación, siempre es una buena decisión.
Para pensar.
Cuando te encuentres en un callejón sin salida, sea en salud, sea en lo económico, sea en situación de tu estatus en un país o situación judicial lo único que te queda es creer, creer y creer que la salida está en ÉL, al final no tienes nada que perder, pero si mucho que ganar sobre todo tu bendición y tu salvación.
«Cuando finalmente entró en razón, se dijo a sí mismo: “En casa, hasta los jornaleros tienen comida de sobra, ¡y aquí estoy yo, muriéndome de hambre! Volveré a la casa de mi padre». Lucas 15.17-18
Sucedió que había cuatro hombres con lepra sentados en la entrada de las puertas de la ciudad. «¿De qué nos sirve sentarnos aquí a esperar la muerte?», se preguntaban unos a otros. 2 Reyes 7.3
Hemos estado reflexionando sobre situaciones que surgieron como resultado de la terrible hambruna que golpeaba a Samaria al estar sitiada por el ejército enemigo. En medio de escenas de absoluta desesperación, el relato repentinamente introduce a los cuatro leprosos mencionados en el texto de hoy.
Estos hombres, por su condición de enfermedad, no moraban dentro de la ciudad, sino que estaban afuera, a las puertas de esta. Si la gente en la ciudad no tenía salvación, mucho menos la tenían estos cuatro que yacían abandonados fuera de la ciudad.
Se pusieron a pensar y acordaron que no tenían nada que perder si bajaban al campamento del enemigo para pedir alimentos. Entendían que era posible que el enemigo los matara, pero sabían que la muerte igualmente les llegaría si permanecían donde estaban. Decididos a probar suerte con el enemigo, ni bien se puso el sol salieron hacia el campamento de quienes los sitiaban.
Cuando llegaron se encontraron con la increíble sorpresa de que el campamento había sido abandonado. «El Señor había hecho que el ejército arameo escuchara el traqueteo de carros de guerra a toda velocidad, el galope de caballos y los sonidos de un gran ejército que se acercaba. Por eso se gritaron unos a otros: “¡El rey de Israel ha contratado a los hititas y a los egipcios para que nos ataquen!”. Así que se llenaron de pánico y huyeron en la oscuridad de la noche; abandonaron sus carpas, sus caballos, sus burros y todo lo demás, y corrieron para salvar la vida» (vv. 6-7).
¡Los leprosos no podían creer su buena fortuna! Entraron al campamento y, con un desenfreno alocado, comenzaron a comerse todo lo que tenían por delante.
Me gusta la presencia de estos cuatro leprosos en la historia. No son personas que inspiran por su fe, ni tampoco son modelos de compromiso con el Señor. No obstante, son los escogidos para disfrutar de las primicias de la gran victoria que el Señor le había dado a Israel.
De alguna manera, estos varones dejan en claro que las grandes aventuras no necesariamente están reservadas para los gigantes de la fe. Son más frecuentes las situaciones donde, casi por accidente, tropezamos con un milagro. No obstante, estos hombres poseían algo que es digno de imitación.
•Se movieron porque habían arribado a la conclusión de que no tenían nada que perder.
•Esa convicción es, muchas veces, lo único que necesitamos para abrazarnos al Señor.
Los Evangelios están repletos de personas desesperadas que decidieron confiar en el Señor como último recurso. Jesús no censuró su fe poco ortodoxa. Al contrario, los premió con experiencias que superaban ampliamente sus más alocadas ambiciones.
Movernos hacia Dios, aun cuando sentimos resignación, siempre es una buena decisión.
Para pensar.
Cuando te encuentres en un callejón sin salida, sea en salud, sea en lo económico, sea en situación de tu estatus en un país o situación judicial lo único que te queda es creer, creer y creer que la salida está en ÉL, al final no tienes nada que perder, pero si mucho que ganar sobre todo tu bendición y tu salvación.
«Cuando finalmente entró en razón, se dijo a sí mismo: “En casa, hasta los jornaleros tienen comida de sobra, ¡y aquí estoy yo, muriéndome de hambre! Volveré a la casa de mi padre». Lucas 15.17-18
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