conocer no alcanza
Conocer no alcanza
Es cierto, ellos conocieron a Dios pero no quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias. En cambio, comenzaron a inventar ideas necias sobre Dios. Como resultado, la mente les quedó en oscuridad y confusión. Romanos 1.21
En los primeros párrafos de su carta a los romanos, Pablo desarrolla un argumento que muestra, de manera contundente, que ningún ser humano puede apelar a la ignorancia para salvarse del justo juicio de Dios.
Todos, declara, «conocen la verdad acerca de Dios, porque él se la ha hecho evidente. Pues, desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a Dios» (vv. 19-20).
A pesar de esto, en el texto que hoy consideramos señala que no quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias por sus abundantes manifestaciones de bondad hacia ellos.
La declaración del apóstol Pablo revela que no alcanza con conocer a Dios, si ese conocimiento no conduce hacia una vida de devoción a su persona. Santiago coincide con esta perspectiva, cuando señala que incluso «los demonios creen, y tiemblan» (2.19, NBLH). Son suficientemente inteligentes como para reconocer la increíble autoridad que posee el Creador de los cielos y la Tierra. Ese conocimiento, no obstante, no produce ninguna clase de transformación en sus malvadas existencias.
La falta de transformación que resulta de un conocimiento desprovisto de piedad, me ayuda a entender por qué en nuestras congregaciones vemos a tantas personas cuyas vidas espirituales se han estancado en una religiosidad árida e insípida. Son personas que poseen mucha información acerca de Dios porque han asistido, durante años, a las reuniones que organiza la iglesia. Pero nunca le han sumado a ese conocimiento una vida de devoción, ni manifiestan la gratitud que surge espontáneamente en aquellos que disfrutan del Señor en la vida diaria.
Pablo señala que esta forma de «vivir» conduce a pensamientos inútiles, vanos, desprovistos de algún valor para la práctica de la piedad y, añade, los corazones de estas personas se oscurecieron. Parece mentira que esto pueda ocurrir en alguien que posee conocimiento acerca de la persona de Dios. Pero la triste realidad es, que si ese conocimiento no se traduce en una forma de vivir acaba sembrando confusión en la mente.
Me preocupa que yo pueda quedar atrapado en la rutina de la vida cristiana, perdiendo ese vínculo vital con el Señor. Es bueno que tenga presente las serias limitaciones que posee el conocimiento cuando se divorcia de la devoción. Debo estar atento a lo que está ocurriendo en mi interior, alerta a los síntomas de confusión y necedad que marcan la vida que ha dejado de honrar a Dios.
Para pensar y orar.
«Quiero aprender a escucharte; quiero saber qué es amarte, de tu verdad yo saciarme. Enamórame de ti, Señor. Que tu presencia me inunde. Haz de mí un odre nuevo, cámbiame, renuévame, enamórame, enamórame de ti, Señor». Abel Zavala
Es cierto, ellos conocieron a Dios pero no quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias. En cambio, comenzaron a inventar ideas necias sobre Dios. Como resultado, la mente les quedó en oscuridad y confusión. Romanos 1.21
En los primeros párrafos de su carta a los romanos, Pablo desarrolla un argumento que muestra, de manera contundente, que ningún ser humano puede apelar a la ignorancia para salvarse del justo juicio de Dios.
Todos, declara, «conocen la verdad acerca de Dios, porque él se la ha hecho evidente. Pues, desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen ninguna excusa para no conocer a Dios» (vv. 19-20).
A pesar de esto, en el texto que hoy consideramos señala que no quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias por sus abundantes manifestaciones de bondad hacia ellos.
La declaración del apóstol Pablo revela que no alcanza con conocer a Dios, si ese conocimiento no conduce hacia una vida de devoción a su persona. Santiago coincide con esta perspectiva, cuando señala que incluso «los demonios creen, y tiemblan» (2.19, NBLH). Son suficientemente inteligentes como para reconocer la increíble autoridad que posee el Creador de los cielos y la Tierra. Ese conocimiento, no obstante, no produce ninguna clase de transformación en sus malvadas existencias.
La falta de transformación que resulta de un conocimiento desprovisto de piedad, me ayuda a entender por qué en nuestras congregaciones vemos a tantas personas cuyas vidas espirituales se han estancado en una religiosidad árida e insípida. Son personas que poseen mucha información acerca de Dios porque han asistido, durante años, a las reuniones que organiza la iglesia. Pero nunca le han sumado a ese conocimiento una vida de devoción, ni manifiestan la gratitud que surge espontáneamente en aquellos que disfrutan del Señor en la vida diaria.
Pablo señala que esta forma de «vivir» conduce a pensamientos inútiles, vanos, desprovistos de algún valor para la práctica de la piedad y, añade, los corazones de estas personas se oscurecieron. Parece mentira que esto pueda ocurrir en alguien que posee conocimiento acerca de la persona de Dios. Pero la triste realidad es, que si ese conocimiento no se traduce en una forma de vivir acaba sembrando confusión en la mente.
Me preocupa que yo pueda quedar atrapado en la rutina de la vida cristiana, perdiendo ese vínculo vital con el Señor. Es bueno que tenga presente las serias limitaciones que posee el conocimiento cuando se divorcia de la devoción. Debo estar atento a lo que está ocurriendo en mi interior, alerta a los síntomas de confusión y necedad que marcan la vida que ha dejado de honrar a Dios.
Para pensar y orar.
«Quiero aprender a escucharte; quiero saber qué es amarte, de tu verdad yo saciarme. Enamórame de ti, Señor. Que tu presencia me inunde. Haz de mí un odre nuevo, cámbiame, renuévame, enamórame, enamórame de ti, Señor». Abel Zavala
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