Vasos de barro

Vasos de barro
 
Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios y no de nosotros.   2 Corintios 4.7 NBLH
 
En ninguna de sus cartas Pablo habla con tanta franqueza acerca de sus intensos sufrimientos por causa del evangelio, como en la segunda carta a los de Corinto.
 
En ella describe, con tremendo detalle, la gran fragilidad que lo acompañó en el desempeño de su ministerio como apóstol.
La frase que emplea para describir esa condición es «vasos de barro». Se refiere a la clase de recipientes que habían existido, durante siglos, como parte de los utensilios que se empleaban en la casa para servir la comida o para guardar tesoros. Aunque eran muy prácticos y útiles, poseían una característica que requería que se les manejara con cuidado: eran sumamente frágiles; un pequeño golpe bastaba para que se formara en ellos una grieta, o se despedazaran.
 
Al comparar nuestra condición humana con vasos de barro, Pablo elige resaltar la tremenda fragilidad que acompaña nuestra existencia. No se requiere de grandes pruebas para que queden expuestas nuestras limitaciones, debilidades y pequeñeces. Aun los problemas y las dificultades más insignificantes pueden servir para mostrar lo precario de nuestra condición como seres humanos.
 
No obstante, esta realidad, hemos sido criados en una cultura donde se censura la debilidad. Como resultado, hemos pasado gran parte de nuestras vidas intentando mostrarnos mucho más fuertes de lo que en realidad somos, con la esperanza de que esto despierte en los demás respeto y admiración.
 
Uno de los argumentos centrales de esta carta, sin embargo, es que nuestra fragilidad es el medio ideal para que brille el precioso tesoro que significa tener a Cristo en nuestras vidas. Es por medio de nuestras limitaciones que Dios encuentra su mejor oportunidad para mostrar la extraordinaria grandeza de su poder. El nacimiento de Isaac, por ejemplo, es asombroso precisamente porque Sara no había podido tener hijos a lo largo de su vida. De igual manera, la osada predicación de Pedro, en Hechos, es maravillosa precisamente porque antes él había negado tres veces al Señor.
 
Debemos entender, entonces, que parte del trabajo de Dios en nuestras vidas tendrá como objetivo exponer nuestras debilidades. Mientras sigamos intentando disfrazarlas, él continuará trabajando para que salgan a la luz. Solamente cuando dejemos de trabajar para esconderlas, el Señor podrá usarlas para desplegar toda su gloria en nuestras vidas.
 
Entender esta realidad es lo que llevó a Pablo a una increíble confesión: «Es por esto que me deleito en mis debilidades, y en los insultos, en privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo. Pues, cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios 12.10, NTV). El apóstol había descubierto la forma de convertir sus debilidades en fortalezas.
 
Para pesar.
Nosotros también podemos convertir nuestras debilidades en fortalezas. Debemos renunciar al deseo de esconderlas. Más bien, adoptemos una postura de absoluta honestidad al reconocer su existencia en nuestra vida. Luego, acerquémonos al Señor, no para pedirle que las quite, sino para pedir que él muestre su glorioso poder por medio de nuestras limitaciones. Sin duda, quedaremos asombrados por las formas en que Dios se manifiesta en nuestras vidas.

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