Debilidad en accion
Debilidad en acción
Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. 2 Corintios 4.8-9 NBLH
El apóstol se describe como un vaso de barro en el que se ha desplegado la extraordinaria grandeza de Dios. Sus debilidades son el medio ideal para que brille, en toda su intensidad, la preciosa gracia del Señor.
Para ilustrar esta verdad, señala cuatro experiencias que fueron parte de su peregrinaje como apóstol.
La primera consistió en sentirse afligido.
El término que emplea, en griego, se refiere a la sensación de sentirse apretado, como quien se encuentra en un lugar extremadamente estrecho.
Una buena ilustración del sentido de esta palabra son las multitudes que apretaban y empujaban a Jesús cuando fue tocado por la mujer con la hemorragia continua. Los discípulos se mostraron sorprendidos por la pregunta del Señor: «¿Quién me tocó?». Pedro le respondió: «Maestro, la multitud entera se apretuja contra ti» (Lucas 8.45, NTV).
Si alguna vez te has encontrado en medio de una multitud como esta, sabrás que la experiencia despierta ciertas sensaciones de pánico. El movimiento se ve restringido por los cuatro costados. La única forma de avanzar es arrastrando lentamente los pies al compás del movimiento de la multitud. Se requiere cierta disciplina para sofocar la sensación de ahogo que produce la muchedumbre.
Pablo indica que en muchas ocasiones se encontró en situaciones donde su movimiento se vio completamente restringido, tal como le sucedió en Damasco. Su conversión y posterior prédica despertó la ira de los judíos que vivían en la ciudad. Decidieron buscar la forma de matarlo, pero el complot llegó a oídos del apóstol. Los hermanos lo escondieron y, por la noche, «lo bajaron en un canasto grande por una abertura que había en la muralla de la ciudad» (Hechos 9.25, NTV).
Así también le ocurrió en Macedonia. Allí, dijo Pablo, «no hubo descanso para nosotros. Enfrentamos conflictos de todos lados, con batallas por fuera y temores por dentro» (2 Corintios 7.5, NTV).
Lo interesante del texto que hoy examinamos es que esas experiencias no produjeron en Pablo las respuestas que normalmente provocan. No se sintió agobiado. El término que emplea significa, literalmente, «sentirse limitado o sin salida». Es en esta respuesta anormal que se manifiesta la extraordinaria grandeza de Dios. La reacción humana que hubiéramos esperado en esta situación se vio desplazada por una postura que solamente puede ser atribuida a la obra de Cristo en Pablo.
Para que esta respuesta se manifestara, sin embargo, fue necesario que Pablo fuera conducido a lugares donde las circunstancias lo acorralaban por los cuatros costados. Sin esa experiencia, no se hubiera manifestado la debilidad que convertía en necesaria la maravillosa manifestación de Dios en él. Y esta manifestación se pudo ver precisamente porque Pablo no intentó resolver esa situación con sus propias fuerzas. En medio de las restricciones que le imponían las circunstancias, el apóstol se entregó en manos del Señor, y él suplió lo que necesitaba para salir adelante.
Para pensar
«La fe, verdadera y real, no es otra cosa que la debilidad del hombre apoyándose en la fuerza del Señor». D. L. Moody
Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. 2 Corintios 4.8-9 NBLH
El apóstol se describe como un vaso de barro en el que se ha desplegado la extraordinaria grandeza de Dios. Sus debilidades son el medio ideal para que brille, en toda su intensidad, la preciosa gracia del Señor.
Para ilustrar esta verdad, señala cuatro experiencias que fueron parte de su peregrinaje como apóstol.
La primera consistió en sentirse afligido.
El término que emplea, en griego, se refiere a la sensación de sentirse apretado, como quien se encuentra en un lugar extremadamente estrecho.
Una buena ilustración del sentido de esta palabra son las multitudes que apretaban y empujaban a Jesús cuando fue tocado por la mujer con la hemorragia continua. Los discípulos se mostraron sorprendidos por la pregunta del Señor: «¿Quién me tocó?». Pedro le respondió: «Maestro, la multitud entera se apretuja contra ti» (Lucas 8.45, NTV).
Si alguna vez te has encontrado en medio de una multitud como esta, sabrás que la experiencia despierta ciertas sensaciones de pánico. El movimiento se ve restringido por los cuatro costados. La única forma de avanzar es arrastrando lentamente los pies al compás del movimiento de la multitud. Se requiere cierta disciplina para sofocar la sensación de ahogo que produce la muchedumbre.
Pablo indica que en muchas ocasiones se encontró en situaciones donde su movimiento se vio completamente restringido, tal como le sucedió en Damasco. Su conversión y posterior prédica despertó la ira de los judíos que vivían en la ciudad. Decidieron buscar la forma de matarlo, pero el complot llegó a oídos del apóstol. Los hermanos lo escondieron y, por la noche, «lo bajaron en un canasto grande por una abertura que había en la muralla de la ciudad» (Hechos 9.25, NTV).
Así también le ocurrió en Macedonia. Allí, dijo Pablo, «no hubo descanso para nosotros. Enfrentamos conflictos de todos lados, con batallas por fuera y temores por dentro» (2 Corintios 7.5, NTV).
Lo interesante del texto que hoy examinamos es que esas experiencias no produjeron en Pablo las respuestas que normalmente provocan. No se sintió agobiado. El término que emplea significa, literalmente, «sentirse limitado o sin salida». Es en esta respuesta anormal que se manifiesta la extraordinaria grandeza de Dios. La reacción humana que hubiéramos esperado en esta situación se vio desplazada por una postura que solamente puede ser atribuida a la obra de Cristo en Pablo.
Para que esta respuesta se manifestara, sin embargo, fue necesario que Pablo fuera conducido a lugares donde las circunstancias lo acorralaban por los cuatros costados. Sin esa experiencia, no se hubiera manifestado la debilidad que convertía en necesaria la maravillosa manifestación de Dios en él. Y esta manifestación se pudo ver precisamente porque Pablo no intentó resolver esa situación con sus propias fuerzas. En medio de las restricciones que le imponían las circunstancias, el apóstol se entregó en manos del Señor, y él suplió lo que necesitaba para salir adelante.
Para pensar
«La fe, verdadera y real, no es otra cosa que la debilidad del hombre apoyándose en la fuerza del Señor». D. L. Moody
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