Mas debilidad en acción
Más debilidad en acción
Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. 2 Corintios 4.8-9 NBLH
Ayer reflexionamos sobre la forma en que la debilidad de Pablo propició el espacio necesario para que se manifestara la extraordinaria grandeza del Señor. Vivir de esta manera requiere que asumamos que nuestra fragilidad humana es lo que mejor permite que se luzca la gloria de Dios.
Pablo menciona otras tres experiencias en las que vio esta manifestación de la gracia. En ocasiones se sintieron perplejos. El término, en griego, se refiere al estado de confusión que resulta de no lograr entender bien una situación.
Son momentos en los que Dios nos lleva por caminos en los que aún no existe ninguna claridad acerca de la razón por la que nos guía en esa dirección. Muchas veces este entendimiento solamente llega con el tiempo, tal como sucedió con José. En algún momento, durante su experiencia como esclavo en Egipto, entendió que Dios lo había puesto allí para preservar la vida de toda una nación.
En el caso de Pablo, esta confusión no produjo en él la desesperación normalmente asociada con esta experiencia. Su debilidad permitió una manifestación sobrenatural del Señor en su vida.
Pablo también se refiere a experiencias en las que fue perseguido. Por causa de la persecución, el apóstol sufrió cárceles, azotes, latigazos y, en una ocasión, lo apedrearon; también estuvo a la deriva en el mar (2 Corintios 11.23-25).
El resultado normal de vivir de esta manera sería sentirse abandonado, entregándose de lleno a la autoconmiseración o la amargura. Pablo declara, sin embargo, que nunca se sintió solo. Y esto a pesar del hecho de que frecuentemente sus hermanos lo abandonaron, tal como testifica en su segunda carta a Timoteo (1.15; 4.16).
Sin duda alguna, estas experiencias produjeron en él la sensación de haber sido derribado. El término nos hace pensar en el boxeador que ha recibido un fuerte golpe por parte de su adversario y cae, estrepitosamente, a la lona. En ocasiones, tales como las que atravesó en la provincia de Asia, la opresión y el agobio fueron tan intensos que llegó a pensar que no saldría de allí con vida (2 Corintios 1:8). Pablo vuelve a ilustrar la bendición que representa la debilidad, cuando declara: «De hecho, esperábamos morir; pero, como resultado, dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios, quien resucita a los muertos» (v. 9, NTV).
Allí queda expuesto el principio que permite la intervención de Dios en nuestras vidas: «dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios».
La manifestación de nuestras debilidades debe ser el momento en que levantamos la bandera blanca y nos damos por vencidos. Derrotados, nos acercamos al Señor para pedirle que él se haga cargo de la situación que a nosotros nos ha vencido. No necesitamos sugerirle cómo resolver la situación ni en qué dirección debe moverse. Es suficiente presentarnos ante él tal cual somos, confiados en que su poder se manifestará en nuestra debilidad.
Para pensar.
«Si te aferras a tu vida, la perderás; pero, si entregas tu vida por mí, la salvarás». Mateo 10.39 NTV
Afligidos en todo, pero no agobiados; perplejos, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos. 2 Corintios 4.8-9 NBLH
Ayer reflexionamos sobre la forma en que la debilidad de Pablo propició el espacio necesario para que se manifestara la extraordinaria grandeza del Señor. Vivir de esta manera requiere que asumamos que nuestra fragilidad humana es lo que mejor permite que se luzca la gloria de Dios.
Pablo menciona otras tres experiencias en las que vio esta manifestación de la gracia. En ocasiones se sintieron perplejos. El término, en griego, se refiere al estado de confusión que resulta de no lograr entender bien una situación.
Son momentos en los que Dios nos lleva por caminos en los que aún no existe ninguna claridad acerca de la razón por la que nos guía en esa dirección. Muchas veces este entendimiento solamente llega con el tiempo, tal como sucedió con José. En algún momento, durante su experiencia como esclavo en Egipto, entendió que Dios lo había puesto allí para preservar la vida de toda una nación.
En el caso de Pablo, esta confusión no produjo en él la desesperación normalmente asociada con esta experiencia. Su debilidad permitió una manifestación sobrenatural del Señor en su vida.
Pablo también se refiere a experiencias en las que fue perseguido. Por causa de la persecución, el apóstol sufrió cárceles, azotes, latigazos y, en una ocasión, lo apedrearon; también estuvo a la deriva en el mar (2 Corintios 11.23-25).
El resultado normal de vivir de esta manera sería sentirse abandonado, entregándose de lleno a la autoconmiseración o la amargura. Pablo declara, sin embargo, que nunca se sintió solo. Y esto a pesar del hecho de que frecuentemente sus hermanos lo abandonaron, tal como testifica en su segunda carta a Timoteo (1.15; 4.16).
Sin duda alguna, estas experiencias produjeron en él la sensación de haber sido derribado. El término nos hace pensar en el boxeador que ha recibido un fuerte golpe por parte de su adversario y cae, estrepitosamente, a la lona. En ocasiones, tales como las que atravesó en la provincia de Asia, la opresión y el agobio fueron tan intensos que llegó a pensar que no saldría de allí con vida (2 Corintios 1:8). Pablo vuelve a ilustrar la bendición que representa la debilidad, cuando declara: «De hecho, esperábamos morir; pero, como resultado, dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios, quien resucita a los muertos» (v. 9, NTV).
Allí queda expuesto el principio que permite la intervención de Dios en nuestras vidas: «dejamos de confiar en nosotros mismos y aprendimos a confiar solo en Dios».
La manifestación de nuestras debilidades debe ser el momento en que levantamos la bandera blanca y nos damos por vencidos. Derrotados, nos acercamos al Señor para pedirle que él se haga cargo de la situación que a nosotros nos ha vencido. No necesitamos sugerirle cómo resolver la situación ni en qué dirección debe moverse. Es suficiente presentarnos ante él tal cual somos, confiados en que su poder se manifestará en nuestra debilidad.
Para pensar.
«Si te aferras a tu vida, la perderás; pero, si entregas tu vida por mí, la salvarás». Mateo 10.39 NTV
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