Renovación diaria
Renovación diaria
Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. 2 Corintios 4.16
El apóstol Pablo señala las consecuencias de ser vasos de barro para que brille la gloria de Dios a través de nuestras vidas. En nuestro andar diario somos entregados a muerte, para que la vida de Cristo se manifieste cada vez con mayor fuerza en nosotros.
Esta experiencia de muerte, sin embargo, encierra un misterio. Normalmente la muerte es el resultado de un proceso de paulatino debilitamiento que eventualmente lleva a que los órganos del cuerpo dejen de funcionar. La persona que transita este proceso lentamente sucumbe a la insensibilidad y el letargo. Pablo, sin embargo, declara en el texto de hoy: «nunca nos damos por vencidos». Se refiere, por supuesto, a ese vigor espiritual que caracteriza a los que viven cada vez más entregados al Señor.
La frase, en el original, señala que nunca se desaniman. La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy traduce esta frase: «por tanto no desfallecemos». Hemos de entender que este proceso despoja a la carne de fuerza, pero transfiere al espíritu toda la energía y vitalidad que fluyen del Cristo resucitado.
De esta manera, entonces, se produce un proceso que recorre caminos paralelos, pero en direcciones opuestas. El hombre exterior, que constituye nuestra humanidad, se encuentra en un proceso de continuo decrecimiento a medida que la muerte se hace cada vez más presente en nuestras vidas. El hombre interior, sin embargo, se encuentra en un proceso de continuo crecimiento, a medida que el espíritu cobra, cada vez, mayor fuerza al habitar la plenitud de Cristo en vasos de barro.
El maravilloso misterio que encierra este proceso nos ayuda a entender por qué Pablo, ya anciano, podía declarar con tanta claridad: «Quiero conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de los muertos. ¡Quiero sufrir con él y participar de su muerte, para poder experimentar, de una u otra manera, la resurrección de los muertos! No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo» (Filipenses 3.10-12).
Para Pablo nunca llegaría el día en que su vida en Cristo cayera en esa rutina diaria que en ocasiones adormece el espíritu. Se esforzaba, aun en su vejez, por alcanzar la meta para la que había sido llamado por Jesús. Olvidando las victorias de ayer, salió en pos de nuevas conquistas espirituales que le permitieran experimentar más nítidamente el poder de Cristo.
Este es el camino señalado para los escogidos del Señor. No se retiran nunca de la carrera; están siempre vigentes porque le dan permiso a Cristo para que siga obrando en ellos, cada vez con mayor libertad. Vuelven a morir cada día, para vivir en el poder del Cristo resucitado.
Para pensar.
«Hasta los jóvenes se debilitan y se cansan, y los hombres jóvenes caen exhaustos. En cambio, los que confían en el SEÑOR encontrarán nuevas fuerzas; volarán alto, como con alas de águila. Correrán y no se cansarán; caminarán y no desmayarán». Isaías 40.30-31
Es por esto que nunca nos damos por vencidos. Aunque nuestro cuerpo está muriéndose, nuestro espíritu va renovándose cada día. 2 Corintios 4.16
El apóstol Pablo señala las consecuencias de ser vasos de barro para que brille la gloria de Dios a través de nuestras vidas. En nuestro andar diario somos entregados a muerte, para que la vida de Cristo se manifieste cada vez con mayor fuerza en nosotros.
Esta experiencia de muerte, sin embargo, encierra un misterio. Normalmente la muerte es el resultado de un proceso de paulatino debilitamiento que eventualmente lleva a que los órganos del cuerpo dejen de funcionar. La persona que transita este proceso lentamente sucumbe a la insensibilidad y el letargo. Pablo, sin embargo, declara en el texto de hoy: «nunca nos damos por vencidos». Se refiere, por supuesto, a ese vigor espiritual que caracteriza a los que viven cada vez más entregados al Señor.
La frase, en el original, señala que nunca se desaniman. La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy traduce esta frase: «por tanto no desfallecemos». Hemos de entender que este proceso despoja a la carne de fuerza, pero transfiere al espíritu toda la energía y vitalidad que fluyen del Cristo resucitado.
De esta manera, entonces, se produce un proceso que recorre caminos paralelos, pero en direcciones opuestas. El hombre exterior, que constituye nuestra humanidad, se encuentra en un proceso de continuo decrecimiento a medida que la muerte se hace cada vez más presente en nuestras vidas. El hombre interior, sin embargo, se encuentra en un proceso de continuo crecimiento, a medida que el espíritu cobra, cada vez, mayor fuerza al habitar la plenitud de Cristo en vasos de barro.
El maravilloso misterio que encierra este proceso nos ayuda a entender por qué Pablo, ya anciano, podía declarar con tanta claridad: «Quiero conocer a Cristo y experimentar el gran poder que lo levantó de los muertos. ¡Quiero sufrir con él y participar de su muerte, para poder experimentar, de una u otra manera, la resurrección de los muertos! No quiero decir que ya haya logrado estas cosas ni que ya haya alcanzado la perfección; pero sigo adelante a fin de hacer mía esa perfección para la cual Cristo Jesús primeramente me hizo suyo» (Filipenses 3.10-12).
Para Pablo nunca llegaría el día en que su vida en Cristo cayera en esa rutina diaria que en ocasiones adormece el espíritu. Se esforzaba, aun en su vejez, por alcanzar la meta para la que había sido llamado por Jesús. Olvidando las victorias de ayer, salió en pos de nuevas conquistas espirituales que le permitieran experimentar más nítidamente el poder de Cristo.
Este es el camino señalado para los escogidos del Señor. No se retiran nunca de la carrera; están siempre vigentes porque le dan permiso a Cristo para que siga obrando en ellos, cada vez con mayor libertad. Vuelven a morir cada día, para vivir en el poder del Cristo resucitado.
Para pensar.
«Hasta los jóvenes se debilitan y se cansan, y los hombres jóvenes caen exhaustos. En cambio, los que confían en el SEÑOR encontrarán nuevas fuerzas; volarán alto, como con alas de águila. Correrán y no se cansarán; caminarán y no desmayarán». Isaías 40.30-31
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