Entregados a muerte

Entregados a muerte
 
Porque nosotros que vivimos, constantemente estamos siendo entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal.   2 Corintios 4.11 NBLH
 
Pablo compara nuestra humanidad con un vaso de barro, pues posee todas las debilidades de una vasija fabricada con lodo. Sirve para las tareas cotidianas dentro de la casa, pero no se le puede exponer a tratos bruscos porque se partirá al instante. Esta condición de fragilidad es lo que permite que la gloria de Dios se vea con mayor nitidez, pues el contraste entre la una y la otra es muy acentuado.
 
Para que podamos experimentar la manifestación más plena de la presencia de Cristo en nuestras vidas, somos continuamente «entregados a muerte». Es importante que tomemos nota de la voz del verbo, en la frase que emplea Pablo: estamos siendo entregados. Esto claramente indica que no somos nosotros los gestores de estas acciones, sino que es otro el que nos entrega. Hemos de entender, entonces, que el Señor trabaja activamente en nuestras vidas para que seamos entregados a muerte, una y otra vez.
 
Esta experiencia de muerte se refiere al proceso por el que aquello que existe deja de existir. Es decir, aquellas características de nuestra vida que aún no permiten que la gloria de Dios se manifieste en toda su plenitud, deben desaparecer. Esto quiere decir que la muerte se convertirá en una experiencia cotidiana, a medida que el Señor nos exponga a situaciones que son propicias para que rindamos ante él aquello que aún no ha sido sometido a su señorío.
 
La muerte, según el texto de hoy, es por causa de Cristo. En el contexto de la carta, se podría decir que Pablo pensaba en las muchas aflicciones que había padecido por causa del evangelio, tal como el Señor se lo había anunciado cuando se convirtió (Hechos 9.16). No obstante, podemos también entender que la frase se refiere, en un sentido más amplio, a los propósitos que Dios tiene para sus hijos. Él nos eligió para que llegáramos a ser como su Hijo (Romanos 8.29), para que fuéramos partícipes de la naturaleza divina (2 Pedro 1.4), hasta que «lleguemos a la plena y completa medida de Cristo» (Efesios 4.13, NTV).
 
 
La vida de Jesús solamente se puede manifestar en nosotros a medida que seamos vaciados de nosotros mismos. Esto, sin embargo, no es un proceso que podemos lograr por nuestros propios medios. Esta transformación es el fruto de nuestra entrega, el paso que damos cuando hemos agotado todos los caminos para resolver nuestra situación por nuestros propios medios.
Para facilitar este proceso, Jesús nos conduce por un camino similar al que transitaron los israelitas que salieron de Egipto. Una y otra vez nos expone a situaciones que son propicias para afianzar nuestra confianza en Dios. Cada vez que, como Juan el Bautista, elegimos menguar, Cristo crecerá en nosotros y se manifestará en bendición para los demás.
 
Para pensar.
«Él murió por todos para que los que reciben la nueva vida de Cristo ya no vivan más para sí mismos. Más bien, vivirán para Cristo, quien murió y resucitó por ellos». 2 Corintios 5.15 NTV

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