Inimaginable
Inimaginable
Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más». Apocalipsis 21.3-4
Muchas de las descripciones que ofrece el apóstol Juan, en el libro de Apocalipsis, detallan realidades tan alejadas de todo lo que hemos podido conocer que las palabras no logran penetrar el misterio de las visiones que le fueron concedidas. En el precioso texto de hoy, sin embargo, se nos ofrece una extraordinaria visión de lo que será la vida en ese cielo nuevo y esa tierra nueva.
El pasaje es indescriptiblemente bello porque ofrece una escena de maravillosa serenidad y bienestar, señal de que las agónicas convulsiones de la humanidad han llegado a su fin. Representa el cumplimiento, en toda su plenitud, de las antiguas profecías que anticipaban un momento en la historia de la humanidad donde el Señor establecería su reino para siempre.
Varios elementos en este texto brillan de manera especial. El primero es que el hogar de Dios está entre su pueblo. La frase indica, literalmente, que ha hecho su tienda entre los hombres, tal como anunció Cristo en Juan 14: «Todos los que me aman harán lo que yo diga. Mi Padre los amará, y vendremos para vivir con cada uno de ellos» (v. 23).
Para que se entienda el verdadero significado de este asombroso acontecimiento, Juan añade esta declaración: «Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos». Es decir, ¡el Señor será nuestro vecino! El hecho de que nos encontremos en otra dimensión de espacio, sin embargo, indica que esto no hace referencia a una ubicación geográfica. Dios estará con todo su pueblo todo el tiempo.
Y este Dios se moverá entre su gente llevando a cabo una labor de infinita ternura. Secará cada una de las lágrimas en el rostro de cada uno de sus hijos. La imagen nos recuerda el gesto delicado de un padre que consuela a su hijo, haciendo correr su dedo por la mejilla del pequeño para secar las lágrimas que ha derramado.
En este lugar maravilloso ya no sufriremos más las tribulaciones que son tan parte de nuestra existencia humana: el duelo, la tristeza, el llanto y el dolor. Estas cuatro palabras, en el griego, se refieren al más punzante de los dolores, la que produce la pérdida de un ser querido, la traición de un amigo, la injusticia de un prójimo o la indiferencia de la iglesia. En esa nueva vida todo será plenitud de gozo, comunión perfecta y delicias para siempre.
Para pensar y orar
Señor, gracias por dejarnos una visión de lo que viene. Saber que esto es lo que nos espera nos permite afrontar las tristezas y angustias de esta vida con mayor entereza. Entendemos que nuestro dolor es solo por un tiempo, pero la alegría de vivir en intimidad contigo será para siempre. ¡Bendito sea tu nombre!
Oí una fuerte voz que salía del trono y decía: «¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más». Apocalipsis 21.3-4
Muchas de las descripciones que ofrece el apóstol Juan, en el libro de Apocalipsis, detallan realidades tan alejadas de todo lo que hemos podido conocer que las palabras no logran penetrar el misterio de las visiones que le fueron concedidas. En el precioso texto de hoy, sin embargo, se nos ofrece una extraordinaria visión de lo que será la vida en ese cielo nuevo y esa tierra nueva.
El pasaje es indescriptiblemente bello porque ofrece una escena de maravillosa serenidad y bienestar, señal de que las agónicas convulsiones de la humanidad han llegado a su fin. Representa el cumplimiento, en toda su plenitud, de las antiguas profecías que anticipaban un momento en la historia de la humanidad donde el Señor establecería su reino para siempre.
Varios elementos en este texto brillan de manera especial. El primero es que el hogar de Dios está entre su pueblo. La frase indica, literalmente, que ha hecho su tienda entre los hombres, tal como anunció Cristo en Juan 14: «Todos los que me aman harán lo que yo diga. Mi Padre los amará, y vendremos para vivir con cada uno de ellos» (v. 23).
Para que se entienda el verdadero significado de este asombroso acontecimiento, Juan añade esta declaración: «Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos». Es decir, ¡el Señor será nuestro vecino! El hecho de que nos encontremos en otra dimensión de espacio, sin embargo, indica que esto no hace referencia a una ubicación geográfica. Dios estará con todo su pueblo todo el tiempo.
Y este Dios se moverá entre su gente llevando a cabo una labor de infinita ternura. Secará cada una de las lágrimas en el rostro de cada uno de sus hijos. La imagen nos recuerda el gesto delicado de un padre que consuela a su hijo, haciendo correr su dedo por la mejilla del pequeño para secar las lágrimas que ha derramado.
En este lugar maravilloso ya no sufriremos más las tribulaciones que son tan parte de nuestra existencia humana: el duelo, la tristeza, el llanto y el dolor. Estas cuatro palabras, en el griego, se refieren al más punzante de los dolores, la que produce la pérdida de un ser querido, la traición de un amigo, la injusticia de un prójimo o la indiferencia de la iglesia. En esa nueva vida todo será plenitud de gozo, comunión perfecta y delicias para siempre.
Para pensar y orar
Señor, gracias por dejarnos una visión de lo que viene. Saber que esto es lo que nos espera nos permite afrontar las tristezas y angustias de esta vida con mayor entereza. Entendemos que nuestro dolor es solo por un tiempo, pero la alegría de vivir en intimidad contigo será para siempre. ¡Bendito sea tu nombre!
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