La carga del ministerio
La carga del ministerio
¿De dónde se supone que voy a conseguir carne para toda esta gente? No dejan de quejarse conmigo diciendo: «¡Danos carne para comer!». ¡Solo no puedo soportar a todo este pueblo! ¡La carga es demasiado pesada!».
Números 11.13-14
Esta es una de las tantas situaciones en las que Israel se volvió contra Moisés. El problema se suscitó cuando los extranjeros que viajaban con ellos comenzaron a quejarse porque no disfrutaban de las comidas que habían gustado en Egipto (v. 4). Muy pronto los israelitas se unieron a sus lamentos y no tardaron en exigirle a Moisés que les proveyera de carne.
La respuesta de Moisés consistió en ventilar la frustración del pueblo en un reproche hacia la persona de Dios: «¿Por qué me tratas a mí, tu servidor, con tanta dureza? ¡Ten misericordia de mí! ¿Qué hice para merecer la carga de todo este pueblo? ¿Acaso yo los engendré? ¿Los traje yo al mundo? ¿Por qué me dijiste que los llevara en mis brazos como una madre a un bebé de pecho? ¿Cómo puedo llevarlos a la tierra que juraste dar a sus antepasados?» (vv. 11-12).
En ocasiones el pueblo al que hemos sido llamados a ministrar nos agobia con sus incesantes peticiones y sus permanentes reclamos. Pareciera que no importa cuánto esfuerzo realizamos por servirlos, siempre existe un grupo que no se siente satisfecho.
En momentos así es fácil sentir que la carga del ministerio es demasiado pesada para que la llevemos nosotros, personas con las mismas fragilidades que aquellos a quienes pretendemos edificar. El desánimo se apodera de nuestros corazones y nos sentimos tentados a abandonar la obra que venimos desarrollando.
Moisés, que había enfrentado con éxito muchas otras crisis, parece haber agotado los recursos espirituales de los que disponía. El problema, sin embargo, no pasa por sus capacidades como líder, sino por la pérdida de visión. La gente volcó sus reclamos a Moisés y él perdió de vista que su función como líder no consistía en suplir las necesidades del pueblo, sino en llevar esos reclamos al Señor. No obstante, por la forma en que se dirige al Señor observamos que claramente consideraba que el problema lo debía resolver él.
Cuando olvidamos nuestra verdadera función en el ministerio, las necesidades de las personas comienzan a abrumarnos. No es nuestra responsabilidad resolver sus problemas, sino llevar sus cargas ante el Señor; depositarlas a sus pies y esperar que él nos dé instrucciones acerca de cómo proceder. Si no incorporamos esta dinámica a nuestros ministerios, la carga de la obra acabará rápidamente con nuestros recursos.
El Señor percibió el agobio de Moisés y le pidió que nombrara personas que lo ayudaran en el desempeño de sus funciones. La respuesta de Dios revela su corazón compasivo, que lo lleva a velar por el bienestar de quienes sirven al pueblo. Aun con estos colaboradores, sin embargo, Moisés necesitaba recuperar una dinámica más sana para el ministerio.
Para pensar.
«Cuando surge la ansiedad le pone fin a la fe, y cuando surge la verdadera fe le pone fin a la ansiedad». George Mueller
¿De dónde se supone que voy a conseguir carne para toda esta gente? No dejan de quejarse conmigo diciendo: «¡Danos carne para comer!». ¡Solo no puedo soportar a todo este pueblo! ¡La carga es demasiado pesada!».
Números 11.13-14
Esta es una de las tantas situaciones en las que Israel se volvió contra Moisés. El problema se suscitó cuando los extranjeros que viajaban con ellos comenzaron a quejarse porque no disfrutaban de las comidas que habían gustado en Egipto (v. 4). Muy pronto los israelitas se unieron a sus lamentos y no tardaron en exigirle a Moisés que les proveyera de carne.
La respuesta de Moisés consistió en ventilar la frustración del pueblo en un reproche hacia la persona de Dios: «¿Por qué me tratas a mí, tu servidor, con tanta dureza? ¡Ten misericordia de mí! ¿Qué hice para merecer la carga de todo este pueblo? ¿Acaso yo los engendré? ¿Los traje yo al mundo? ¿Por qué me dijiste que los llevara en mis brazos como una madre a un bebé de pecho? ¿Cómo puedo llevarlos a la tierra que juraste dar a sus antepasados?» (vv. 11-12).
En ocasiones el pueblo al que hemos sido llamados a ministrar nos agobia con sus incesantes peticiones y sus permanentes reclamos. Pareciera que no importa cuánto esfuerzo realizamos por servirlos, siempre existe un grupo que no se siente satisfecho.
En momentos así es fácil sentir que la carga del ministerio es demasiado pesada para que la llevemos nosotros, personas con las mismas fragilidades que aquellos a quienes pretendemos edificar. El desánimo se apodera de nuestros corazones y nos sentimos tentados a abandonar la obra que venimos desarrollando.
Moisés, que había enfrentado con éxito muchas otras crisis, parece haber agotado los recursos espirituales de los que disponía. El problema, sin embargo, no pasa por sus capacidades como líder, sino por la pérdida de visión. La gente volcó sus reclamos a Moisés y él perdió de vista que su función como líder no consistía en suplir las necesidades del pueblo, sino en llevar esos reclamos al Señor. No obstante, por la forma en que se dirige al Señor observamos que claramente consideraba que el problema lo debía resolver él.
Cuando olvidamos nuestra verdadera función en el ministerio, las necesidades de las personas comienzan a abrumarnos. No es nuestra responsabilidad resolver sus problemas, sino llevar sus cargas ante el Señor; depositarlas a sus pies y esperar que él nos dé instrucciones acerca de cómo proceder. Si no incorporamos esta dinámica a nuestros ministerios, la carga de la obra acabará rápidamente con nuestros recursos.
El Señor percibió el agobio de Moisés y le pidió que nombrara personas que lo ayudaran en el desempeño de sus funciones. La respuesta de Dios revela su corazón compasivo, que lo lleva a velar por el bienestar de quienes sirven al pueblo. Aun con estos colaboradores, sin embargo, Moisés necesitaba recuperar una dinámica más sana para el ministerio.
Para pensar.
«Cuando surge la ansiedad le pone fin a la fe, y cuando surge la verdadera fe le pone fin a la ansiedad». George Mueller
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