Bendiciones invisibles
Bendiciones invisibles
La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para oir la sabiduría de Salomón, y en este lugar hay alguien que es más que Salomón. Lucas 11.31
Inmensas multitudes acompañaban a Jesús en su ministerio. Muchos de ellos eran curiosos que daban a entender que estaban dispuestos a comprometerse. Les faltaba apenas alguna señal del cielo para estar seguros de que él era realmente el Mesías. Jesús le habló a la multitud, diciendo: «Esta generación es mala; demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás» (Lc 11.29).
Lo de la señal no era más que una excusa. Quien no quiere creer no cederá en su postura frente a las más dramáticas y contundentes evidencias del accionar de Dios. Tal era la generación de los israelitas que salieron de Egipto, una generación obstinada y caprichosa que no confió aun cuando vieron cosas que ningún otro pueblo había visto. La fe es, en esencia, una respuesta espiritual al obrar del Espíritu en nuestro interior. A pesar de esto, con frecuencia nos convencemos de que nuestra fe sería más fuerte si tuviéramos mayores evidencias del obrar de Dios en nuestras vidas. Sentimos que todo el esfuerzo de creer recae sobre nosotros y sería oportuna una «ayudita» a nuestra fe.
El Señor, sin embargo, quería mostrarles algo diferente: las señales que buscaban ya existían, solamente que ellos no las veían. Como lo hizo en tantas otras ocasiones, Cristo escogió el ejemplo de aquellos que no eran del pueblo judío para ilustrar la correcta postura de fe. Mencionó a los habitantes de Nínive, que creyeron en la predicación de Jonás, un predicador con poca «gracia» para comunicar el mensaje. Sin embargo, creyeron porque existía en ellos la apertura espiritual necesaria para la fe.
Jesús mencionó también, en el pasaje que hoy nos ocupa, a la reina del Sur; es decir, la reina de Sabá que visitó a Salomón (1 Re 10.1–13).
Esta mujer era la soberana de una nación en África, acostumbrada a que le sirvieran en todo lo que deseaba. No obstante, haciendo a un lado sus privilegios reales, viajó una enorme distancia buscando conocer la sabiduría del legendario rey de Israel.
Los ninivitas y la reina del Sur poseían algo en común: una apertura a lo espiritual, algo marcadamente ausente entre los israelitas. Hemos de notar, además, que ni los ninivitas ni la reina de Sabá poseían la rica herencia espiritual que poseía el pueblo de Dios. Los que estaban con Jesús tenían acceso a la más extraordinaria señal jamás vista por los hombres. Sin embargo, entre los que más tenían se notaba la mayor pobreza de espíritu.
Así también ocurre en nuestras vidas. Frecuentemente estamos empecinados en buscar algo que, a nuestro criterio, nos está faltando. Nuestra obstinación no nos permite percibir ni disfrutar de aquellas bendiciones que están en nuestro medio y que, muchas veces, son mayores que aquello que estamos buscando.
Para pensar:
«La mente carnal no ve a Dios en nada, ni siquiera en las cosas espirituales. La mente espiritual ve a Dios en todo, aun en las cosas naturales». R. Leighton.
La reina del Sur se levantará en el juicio contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para oir la sabiduría de Salomón, y en este lugar hay alguien que es más que Salomón. Lucas 11.31
Inmensas multitudes acompañaban a Jesús en su ministerio. Muchos de ellos eran curiosos que daban a entender que estaban dispuestos a comprometerse. Les faltaba apenas alguna señal del cielo para estar seguros de que él era realmente el Mesías. Jesús le habló a la multitud, diciendo: «Esta generación es mala; demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás» (Lc 11.29).
Lo de la señal no era más que una excusa. Quien no quiere creer no cederá en su postura frente a las más dramáticas y contundentes evidencias del accionar de Dios. Tal era la generación de los israelitas que salieron de Egipto, una generación obstinada y caprichosa que no confió aun cuando vieron cosas que ningún otro pueblo había visto. La fe es, en esencia, una respuesta espiritual al obrar del Espíritu en nuestro interior. A pesar de esto, con frecuencia nos convencemos de que nuestra fe sería más fuerte si tuviéramos mayores evidencias del obrar de Dios en nuestras vidas. Sentimos que todo el esfuerzo de creer recae sobre nosotros y sería oportuna una «ayudita» a nuestra fe.
El Señor, sin embargo, quería mostrarles algo diferente: las señales que buscaban ya existían, solamente que ellos no las veían. Como lo hizo en tantas otras ocasiones, Cristo escogió el ejemplo de aquellos que no eran del pueblo judío para ilustrar la correcta postura de fe. Mencionó a los habitantes de Nínive, que creyeron en la predicación de Jonás, un predicador con poca «gracia» para comunicar el mensaje. Sin embargo, creyeron porque existía en ellos la apertura espiritual necesaria para la fe.
Jesús mencionó también, en el pasaje que hoy nos ocupa, a la reina del Sur; es decir, la reina de Sabá que visitó a Salomón (1 Re 10.1–13).
Esta mujer era la soberana de una nación en África, acostumbrada a que le sirvieran en todo lo que deseaba. No obstante, haciendo a un lado sus privilegios reales, viajó una enorme distancia buscando conocer la sabiduría del legendario rey de Israel.
Los ninivitas y la reina del Sur poseían algo en común: una apertura a lo espiritual, algo marcadamente ausente entre los israelitas. Hemos de notar, además, que ni los ninivitas ni la reina de Sabá poseían la rica herencia espiritual que poseía el pueblo de Dios. Los que estaban con Jesús tenían acceso a la más extraordinaria señal jamás vista por los hombres. Sin embargo, entre los que más tenían se notaba la mayor pobreza de espíritu.
Así también ocurre en nuestras vidas. Frecuentemente estamos empecinados en buscar algo que, a nuestro criterio, nos está faltando. Nuestra obstinación no nos permite percibir ni disfrutar de aquellas bendiciones que están en nuestro medio y que, muchas veces, son mayores que aquello que estamos buscando.
Para pensar:
«La mente carnal no ve a Dios en nada, ni siquiera en las cosas espirituales. La mente espiritual ve a Dios en todo, aun en las cosas naturales». R. Leighton.
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