El Señor contigo
El Señor contigo
Así que Saúl por fin accedió: «Está bien, adelante. ¡Y que el Señor esté contigo!». 1 Samuel 17.37
El rey Saúl expresó sus temores acerca de la misión que intentaba realizar el joven David. La desigualdad de condiciones que presentaba el combate lo llevó a descartar la posibilidad de una victoria. David, sin embargo, argumentó que el mismo Dios que lo había asistido en situaciones de extrema peligrosidad también lo ayudaría en esta situación.
La construcción de las frases del hijo de Isaí merece nuestra atención. Su testimonio está repleto de declaraciones en primera persona: «Cuando un león o un oso viene para robar un cordero del rebaño, yo lo persigo. [...] Si el animal me ataca, (yo) lo tomo de la quijada y (yo) lo golpeo. [...] (Yo) lo he hecho con leones y con osos, y (yo) lo haré también con este filisteo pagano. [...] ¡El mismo SEÑOR que me rescató de las garras del león y del oso me rescatará de este filisteo!» (vv. 34-37, énfasis del autor).
Solemos escuchar con sospecha a la persona que habla mucho de sí misma. En este caso, sin embargo, el hecho de que David hable de sí mismo nos ofrece un claro indicio de que su experiencia con Dios es personal. No encuentra inspiración en las aventuras de otros ni se entusiasma con lo que el Señor hizo en la vida de terceros. Su convicción, profunda e inconmovible, encuentra sus raíces en vivencias espirituales personales, de la mano de Dios.
No quiere decir que sea negativo regocijarse en lo que el Señor ha hecho en la vida de otros. Esta es, definitivamente, parte de la riqueza de pertenecer a un mismo pueblo. La historia de otros puede motivarnos a vivir vidas de mayor compromiso y pasión. No obstante, es triste cuando los únicos testimonios que poseemos son de lo que Dios ha hecho en la vida de otros. La ausencia de testimonios personales revela que nuestra experiencia de vivir y caminar con el Señor es mayormente «de oídas». Necesitamos ilustrar los principios de la vida espiritual tomando el testimonio de otros porque nosotros no hemos visto de qué manera operan esas verdades en nuestra propia vida.
Esta es la razón por la que el consejo de Saúl al joven David suena tan hueco. «¡Qué el Señor esté contigo!», le dijo el rey quien no se animó a creer que el Señor también lo podía acompañar a él para enfrentar a Goliat. Si creía que Dios podía estar con David, ¿por qué no se apropió de esa convicción para su propia vida?
La verdad es que resulta mucho más fácil animar a otros a vivir confiados en el Señor que vivir nosotros mismos aferrados a la convicción de que él está con nosotros.
Cuando nuestra espiritualidad consiste mayormente en frases para los demás, pasamos a ser espectadores del obrar de Dios. Nuestra vocación, sin embargo, es la de vivir intensamente todo lo que Dios tiene preparado para nosotros. ¡No nos perdamos ninguna de sus aventuras!
Para pensar.
«Haz todo el bien que puedas, de todas las formas posibles, a todas las personas que puedas, en todos los lugares posibles y en todos los momentos que puedas, durante todos los años que te sean concedidos». Charles Wesley
Así que Saúl por fin accedió: «Está bien, adelante. ¡Y que el Señor esté contigo!». 1 Samuel 17.37
El rey Saúl expresó sus temores acerca de la misión que intentaba realizar el joven David. La desigualdad de condiciones que presentaba el combate lo llevó a descartar la posibilidad de una victoria. David, sin embargo, argumentó que el mismo Dios que lo había asistido en situaciones de extrema peligrosidad también lo ayudaría en esta situación.
La construcción de las frases del hijo de Isaí merece nuestra atención. Su testimonio está repleto de declaraciones en primera persona: «Cuando un león o un oso viene para robar un cordero del rebaño, yo lo persigo. [...] Si el animal me ataca, (yo) lo tomo de la quijada y (yo) lo golpeo. [...] (Yo) lo he hecho con leones y con osos, y (yo) lo haré también con este filisteo pagano. [...] ¡El mismo SEÑOR que me rescató de las garras del león y del oso me rescatará de este filisteo!» (vv. 34-37, énfasis del autor).
Solemos escuchar con sospecha a la persona que habla mucho de sí misma. En este caso, sin embargo, el hecho de que David hable de sí mismo nos ofrece un claro indicio de que su experiencia con Dios es personal. No encuentra inspiración en las aventuras de otros ni se entusiasma con lo que el Señor hizo en la vida de terceros. Su convicción, profunda e inconmovible, encuentra sus raíces en vivencias espirituales personales, de la mano de Dios.
No quiere decir que sea negativo regocijarse en lo que el Señor ha hecho en la vida de otros. Esta es, definitivamente, parte de la riqueza de pertenecer a un mismo pueblo. La historia de otros puede motivarnos a vivir vidas de mayor compromiso y pasión. No obstante, es triste cuando los únicos testimonios que poseemos son de lo que Dios ha hecho en la vida de otros. La ausencia de testimonios personales revela que nuestra experiencia de vivir y caminar con el Señor es mayormente «de oídas». Necesitamos ilustrar los principios de la vida espiritual tomando el testimonio de otros porque nosotros no hemos visto de qué manera operan esas verdades en nuestra propia vida.
Esta es la razón por la que el consejo de Saúl al joven David suena tan hueco. «¡Qué el Señor esté contigo!», le dijo el rey quien no se animó a creer que el Señor también lo podía acompañar a él para enfrentar a Goliat. Si creía que Dios podía estar con David, ¿por qué no se apropió de esa convicción para su propia vida?
La verdad es que resulta mucho más fácil animar a otros a vivir confiados en el Señor que vivir nosotros mismos aferrados a la convicción de que él está con nosotros.
Cuando nuestra espiritualidad consiste mayormente en frases para los demás, pasamos a ser espectadores del obrar de Dios. Nuestra vocación, sin embargo, es la de vivir intensamente todo lo que Dios tiene preparado para nosotros. ¡No nos perdamos ninguna de sus aventuras!
Para pensar.
«Haz todo el bien que puedas, de todas las formas posibles, a todas las personas que puedas, en todos los lugares posibles y en todos los momentos que puedas, durante todos los años que te sean concedidos». Charles Wesley
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