Devocion pasajera
Devoción pasajera
Nuestros antepasados en Egipto no quedaron conmovidos ante las obras milagrosas del SEÑOR. Pronto olvidaron sus muchos actos de bondad hacia ellos. Salmo 106.7
Una escueta frase resume la repetitiva historia de los israelitas en su paso por el desierto. El entusiasmo por las manifestaciones soberanas de Dios a su favor les duraba apenas unos días. Luego, volvían al odioso hábito de quejarse por sus circunstancias, cuestionando el camino que él había escogido para llevarlos hacia la Tierra Prometida. Una y otra vez se rebelaron y mostraron una llamativa falta de gratitud ante sus cuidados en los detalles más pequeños de sus vidas.
No nos apresuremos a condenarlos. El salmista, con refrescante humildad, reconoce que probablemente todos hubiéramos actuado de la misma manera. Se atreve a confesar que «hemos pecado como nuestros antepasados. ¡Hicimos lo malo y actuamos de manera perversa!» (v. 6).
En otras palabras, posee suficiente discernimiento como para reconocer que la misma obstinada semilla de rebeldía mora en el corazón de cada ser humano, no importa en qué generación vive ni de cuántas maravillas haya sido testigo.
La raíz de este mal (del pueblo) radica en que «no quedaron conmovidos ante las obras milagrosas del Señor». La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy traduce este versículo: «Nuestros padres en Egipto no entendieron Tus maravillas». El término que emplea el hebreo se refiere a demostrar discernimiento, a comprender el significado de los hechos que ocurren a nuestro alrededor. Es la actitud que tan admirablemente demuestra María, quien frente al asombroso relato de los pastores, «guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia» (Lucas 2.19).
El Señor no realiza milagros simplemente por diversión ni tampoco para impresionarnos. Existe un mensaje detrás de cada manifestación sobrenatural.
Un buen ejemplo lo encontramos en el relato de la curación del paralítico: Jesús lo sanó para demostrar «que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados» (Marcos 2.10). La gente se quedó maravillada por la restauración del hombre que había sido paralítico, pero lo asombroso del suceso era que Jesús había recibido autoridad para quitar la carga de condenación bajo la que vive todo pecador.
El salmista nos llama a cambiar el entusiasmo, que nos producen las intervenciones de Dios en nuestra vida, por algo más profundo: una actitud de discernimiento que intenta descubrir lo que estas manifestaciones revelan acerca de su persona.
Para pensar.
¿Por qué es de tanta importancia este proceso de comprender el significado de sus obras?
Porque nuestra fe no descansa sobre la abundancia de sus manifestaciones a nuestro favor. De ser así, el pueblo de Israel habría evidenciado un compromiso inamovible con el Señor. Pero los milagros, aunque siempre son bienvenidos, no son los que proveen el fundamento para nuestro confiado caminar con Dios. Lo que sustenta esa relación es la revelación de cómo es el corazón del Dios que obra a nuestro favor. Descubrir cada vez con mayor claridad cuánto nos ama nos conduce a una actitud de reposada seguridad frente a los desafíos de la vida. No dudamos que nuestro buen Padre celestial va a trabajar para que siempre recibamos, de sus manos, lo mejor.
Nuestros antepasados en Egipto no quedaron conmovidos ante las obras milagrosas del SEÑOR. Pronto olvidaron sus muchos actos de bondad hacia ellos. Salmo 106.7
Una escueta frase resume la repetitiva historia de los israelitas en su paso por el desierto. El entusiasmo por las manifestaciones soberanas de Dios a su favor les duraba apenas unos días. Luego, volvían al odioso hábito de quejarse por sus circunstancias, cuestionando el camino que él había escogido para llevarlos hacia la Tierra Prometida. Una y otra vez se rebelaron y mostraron una llamativa falta de gratitud ante sus cuidados en los detalles más pequeños de sus vidas.
No nos apresuremos a condenarlos. El salmista, con refrescante humildad, reconoce que probablemente todos hubiéramos actuado de la misma manera. Se atreve a confesar que «hemos pecado como nuestros antepasados. ¡Hicimos lo malo y actuamos de manera perversa!» (v. 6).
En otras palabras, posee suficiente discernimiento como para reconocer que la misma obstinada semilla de rebeldía mora en el corazón de cada ser humano, no importa en qué generación vive ni de cuántas maravillas haya sido testigo.
La raíz de este mal (del pueblo) radica en que «no quedaron conmovidos ante las obras milagrosas del Señor». La Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy traduce este versículo: «Nuestros padres en Egipto no entendieron Tus maravillas». El término que emplea el hebreo se refiere a demostrar discernimiento, a comprender el significado de los hechos que ocurren a nuestro alrededor. Es la actitud que tan admirablemente demuestra María, quien frente al asombroso relato de los pastores, «guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia» (Lucas 2.19).
El Señor no realiza milagros simplemente por diversión ni tampoco para impresionarnos. Existe un mensaje detrás de cada manifestación sobrenatural.
Un buen ejemplo lo encontramos en el relato de la curación del paralítico: Jesús lo sanó para demostrar «que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados» (Marcos 2.10). La gente se quedó maravillada por la restauración del hombre que había sido paralítico, pero lo asombroso del suceso era que Jesús había recibido autoridad para quitar la carga de condenación bajo la que vive todo pecador.
El salmista nos llama a cambiar el entusiasmo, que nos producen las intervenciones de Dios en nuestra vida, por algo más profundo: una actitud de discernimiento que intenta descubrir lo que estas manifestaciones revelan acerca de su persona.
Para pensar.
¿Por qué es de tanta importancia este proceso de comprender el significado de sus obras?
Porque nuestra fe no descansa sobre la abundancia de sus manifestaciones a nuestro favor. De ser así, el pueblo de Israel habría evidenciado un compromiso inamovible con el Señor. Pero los milagros, aunque siempre son bienvenidos, no son los que proveen el fundamento para nuestro confiado caminar con Dios. Lo que sustenta esa relación es la revelación de cómo es el corazón del Dios que obra a nuestro favor. Descubrir cada vez con mayor claridad cuánto nos ama nos conduce a una actitud de reposada seguridad frente a los desafíos de la vida. No dudamos que nuestro buen Padre celestial va a trabajar para que siempre recibamos, de sus manos, lo mejor.
1 Comment
Buenos dÃas que DIOS los bendiga