La tenacidad del profeta
La tenacidad del profeta
Pero la casa de Israel no te querrá oir, porque no me quiere oir a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón. Yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes. Como el diamante, más fuerte que el pedernal he hecho tu frente; no los temas ni tengas miedo delante de ellos, porque son una casa rebelde. Ezequiel 3.7–9
Dios había hablado al profeta Ezequiel, diciéndole: «Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel y háblales con mis palabras» (Ez 3.4). Mas le advirtió también que el pueblo no le iba a escuchar, pues «no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón». La tarea que se le estaba encomendando al profeta era clara. Lo que no resultaba nada claro era el propósito de esta obra. ¿Cuál era el sentido de ir a hablar a un pueblo que ya se sabía de antemano no iba a escuchar el mensaje que le llevaba? ¿No era esto, acaso, una pérdida de tiempo?
Es precisamente por esto que nos encontramos con uno de los mayores desafíos de aquellos que sirven al Señor: el de no detenerse a analizar la necesidad de la misión que se le ha encomendado. Nuestro llamado es a obedecer las instrucciones de Aquel que nos ha enviado, aun cuando no entendamos la razón por la cual nos está enviando. Cuando Dios, en el libro de los Hechos, le habló a Ananías para que fuera a visitar al postrado Saulo, este le replicó que tal misión sería una locura (Hch 9.13). Es decir, al no entender la razón por la cual estaba siendo enviado, no quería obedecer. Dios, no obstante, no nos ha llamado a analizar sus pedidos, sino a cumplirlos.
Era necesario que el profeta tuviera cierta valentía para cumplir con la tarea que se le había encomendado. No es fácil, ni agradable tener que ir a hablarle a personas rebeldes que, no van a tener ningún interés en escucharnos. Cuando nos sentimos intimidados por personas de actitud agresiva y obstinada, nuestra tentación es pedirle al Señor que él les hable o, como Moisés, a sugerirle que mejor envíe a otra persona. Dios fortaleció el corazón de Ezequiel al revelarle que él iba a endurecer, en el buen sentido de la palabra, el corazón del profeta para que el temor no le venciera. Al describir su condición como la de un diamante, el Señor le estaba mostrando que la dureza de los demás no iba mellar ni dañar su propio espíritu.
Esta convicción y fortaleza espiritual es un elemento indispensable para hacerle frente a esas situaciones adversas que preferiríamos evitar. Dios reviste de estas cualidades a los líderes que están dispuestos a servirle, no solamente en las situaciones agradables, sino también en aquellas que requieren de valentía y coraje. Él no envía a los suyos sin los elementos necesarios para cumplir con la tarea que tienen por delante.
Para pensar:
«Muéstrate cuando te sientas tentado a esconderte, y escóndete cuando te sientas tentado a mostrarte».
Pero la casa de Israel no te querrá oir, porque no me quiere oir a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón. Yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra sus frentes. Como el diamante, más fuerte que el pedernal he hecho tu frente; no los temas ni tengas miedo delante de ellos, porque son una casa rebelde. Ezequiel 3.7–9
Dios había hablado al profeta Ezequiel, diciéndole: «Hijo de hombre, ve y entra a la casa de Israel y háblales con mis palabras» (Ez 3.4). Mas le advirtió también que el pueblo no le iba a escuchar, pues «no me quiere oír a mí; porque toda la casa de Israel es dura de frente y obstinada de corazón». La tarea que se le estaba encomendando al profeta era clara. Lo que no resultaba nada claro era el propósito de esta obra. ¿Cuál era el sentido de ir a hablar a un pueblo que ya se sabía de antemano no iba a escuchar el mensaje que le llevaba? ¿No era esto, acaso, una pérdida de tiempo?
Es precisamente por esto que nos encontramos con uno de los mayores desafíos de aquellos que sirven al Señor: el de no detenerse a analizar la necesidad de la misión que se le ha encomendado. Nuestro llamado es a obedecer las instrucciones de Aquel que nos ha enviado, aun cuando no entendamos la razón por la cual nos está enviando. Cuando Dios, en el libro de los Hechos, le habló a Ananías para que fuera a visitar al postrado Saulo, este le replicó que tal misión sería una locura (Hch 9.13). Es decir, al no entender la razón por la cual estaba siendo enviado, no quería obedecer. Dios, no obstante, no nos ha llamado a analizar sus pedidos, sino a cumplirlos.
Era necesario que el profeta tuviera cierta valentía para cumplir con la tarea que se le había encomendado. No es fácil, ni agradable tener que ir a hablarle a personas rebeldes que, no van a tener ningún interés en escucharnos. Cuando nos sentimos intimidados por personas de actitud agresiva y obstinada, nuestra tentación es pedirle al Señor que él les hable o, como Moisés, a sugerirle que mejor envíe a otra persona. Dios fortaleció el corazón de Ezequiel al revelarle que él iba a endurecer, en el buen sentido de la palabra, el corazón del profeta para que el temor no le venciera. Al describir su condición como la de un diamante, el Señor le estaba mostrando que la dureza de los demás no iba mellar ni dañar su propio espíritu.
Esta convicción y fortaleza espiritual es un elemento indispensable para hacerle frente a esas situaciones adversas que preferiríamos evitar. Dios reviste de estas cualidades a los líderes que están dispuestos a servirle, no solamente en las situaciones agradables, sino también en aquellas que requieren de valentía y coraje. Él no envía a los suyos sin los elementos necesarios para cumplir con la tarea que tienen por delante.
Para pensar:
«Muéstrate cuando te sientas tentado a esconderte, y escóndete cuando te sientas tentado a mostrarte».
No Comments