Otra mirada
Otra mirada
Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio, fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no podemos ver permanecerán para siempre. 2 Corintios 4.18
El extraordinario proceso de muerte, que describe Pablo en el pasaje que hemos considerado en estos días, desemboca en la conclusión que contiene el texto de hoy.
Vivir haciéndole frente a los innumerables contratiempos que facilitan ese proceso de muerte podría convertir el corazón en tierra fértil para que brote un espíritu de lamento, queja y amargura. Algunos de los grandes santos en la historia de Israel, tales como Moisés, Elías o Jeremías, cayeron presos de este espíritu. Y no podemos más que conmiserarnos con ellos porque Pablo ha señalado que somos, apenas, vasos de barro.
Nuestra humanidad no se lleva bien con los conflictos, las adversidades y los reveses que son tan parte de nuestro andar cotidiano.
Pablo, no obstante, se anima a describir esta interminable sucesión de problemas como «pequeñas» dificultades de corta duración (4.17). La frase indica que recibir treinta y nueve azotes, experimentar la violencia de un apedreo o pasar meses encarcelado representaban apenas ¡molestas distracciones! Tenían tan poco peso, en comparación con los eventos que señalaban el triunfante avance del reino, que ni siquiera ameritaban más que una breve mención en una carta.
Nosotros, sin embargo, que conocemos de primera mano los devastadores efectos de un asalto, un despido, una larga batalla con una enfermedad o las injusticias y la marginación que resultan de confesarse seguidores de Cristo, nos sentimos algo desconcertados ante la aparente liviandad de Pablo. ¿El apóstol poseía una grandeza de la cual nosotros nunca llegaremos a disfrutar? ¿Acaso reposaba sobre su vida una cuota de gracia mayor a la que nosotros podemos acceder?
La sencilla respuesta radica en la óptica del que sufre. Pablo no miraba lo que se veía, sino lo que no se veía. Lo que se ve resulta deprimente, en el mejor de los casos. Basta con mirar un rato el noticiero para sentirse completamente desanimado por el entorno en el que nos encontramos. Pero Pablo fijaba la vista en otra realidad.
Esa otra realidad se refiere a Satanás, que cae como un rayo como resultado de los avances de la iglesia. Describe a Cristo, que reina soberana sobre todas las cosas. Tiene que ver con un Abogado que intercede ante el trono de gracia, día y noche, por los santos. Abarca la abundancia de riquezas que hemos heredado por la muerte del Cordero de Dios. Considera el poder del Espíritu Santo a nuestra disposición, el mismo que levantó a Jesús de entre los muertos. Todo eso, y mucho más, vuelve insignificantes las momentáneas tribulaciones de esta vida.
Para pensar.
Disciplina los ojos de tu corazón para que no pases tiempo meditando en lo adverso de tus circunstancias ni lamentándote por las injusticias de la vida. Orienta tu mirada hacia la gloriosa transformación que el Señor obra en tu vida por medio de estas circunstancias. Relájate en las manos del Alfarero. Deja que te dé la forma que él quiere darte.
Así que no miramos las dificultades que ahora vemos; en cambio, fijamos nuestra vista en cosas que no pueden verse. Pues las cosas que ahora podemos ver pronto se habrán ido, pero las cosas que no podemos ver permanecerán para siempre. 2 Corintios 4.18
El extraordinario proceso de muerte, que describe Pablo en el pasaje que hemos considerado en estos días, desemboca en la conclusión que contiene el texto de hoy.
Vivir haciéndole frente a los innumerables contratiempos que facilitan ese proceso de muerte podría convertir el corazón en tierra fértil para que brote un espíritu de lamento, queja y amargura. Algunos de los grandes santos en la historia de Israel, tales como Moisés, Elías o Jeremías, cayeron presos de este espíritu. Y no podemos más que conmiserarnos con ellos porque Pablo ha señalado que somos, apenas, vasos de barro.
Nuestra humanidad no se lleva bien con los conflictos, las adversidades y los reveses que son tan parte de nuestro andar cotidiano.
Pablo, no obstante, se anima a describir esta interminable sucesión de problemas como «pequeñas» dificultades de corta duración (4.17). La frase indica que recibir treinta y nueve azotes, experimentar la violencia de un apedreo o pasar meses encarcelado representaban apenas ¡molestas distracciones! Tenían tan poco peso, en comparación con los eventos que señalaban el triunfante avance del reino, que ni siquiera ameritaban más que una breve mención en una carta.
Nosotros, sin embargo, que conocemos de primera mano los devastadores efectos de un asalto, un despido, una larga batalla con una enfermedad o las injusticias y la marginación que resultan de confesarse seguidores de Cristo, nos sentimos algo desconcertados ante la aparente liviandad de Pablo. ¿El apóstol poseía una grandeza de la cual nosotros nunca llegaremos a disfrutar? ¿Acaso reposaba sobre su vida una cuota de gracia mayor a la que nosotros podemos acceder?
La sencilla respuesta radica en la óptica del que sufre. Pablo no miraba lo que se veía, sino lo que no se veía. Lo que se ve resulta deprimente, en el mejor de los casos. Basta con mirar un rato el noticiero para sentirse completamente desanimado por el entorno en el que nos encontramos. Pero Pablo fijaba la vista en otra realidad.
Esa otra realidad se refiere a Satanás, que cae como un rayo como resultado de los avances de la iglesia. Describe a Cristo, que reina soberana sobre todas las cosas. Tiene que ver con un Abogado que intercede ante el trono de gracia, día y noche, por los santos. Abarca la abundancia de riquezas que hemos heredado por la muerte del Cordero de Dios. Considera el poder del Espíritu Santo a nuestra disposición, el mismo que levantó a Jesús de entre los muertos. Todo eso, y mucho más, vuelve insignificantes las momentáneas tribulaciones de esta vida.
Para pensar.
Disciplina los ojos de tu corazón para que no pases tiempo meditando en lo adverso de tus circunstancias ni lamentándote por las injusticias de la vida. Orienta tu mirada hacia la gloriosa transformación que el Señor obra en tu vida por medio de estas circunstancias. Relájate en las manos del Alfarero. Deja que te dé la forma que él quiere darte.
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Amén y Amén 🙌 🔥