Conocer, creer, comprender

Pero tú eres mi testigo, oh Israel —dice el SEÑOR—, tú eres mi siervo. Tú has sido escogido para conocerme, para creer en mí y comprender que solo yo soy Dios.
Isaías 43.10

Este mensaje está dirigido a «la gente que tiene ojos pero está ciega; que tiene oídos pero está sorda» (43.8), personas que han escogido confiar en ídolos de madera y piedra, en lugar del Dios viviente. El profeta, sin embargo, les recuerda la esencia de su llamado, como parte del pueblo de Dios.
Ese llamado consiste en tres pasos, dentro del marco de la relación que el Señor propone para Israel.

El primero es la posibilidad de conocerlo.
Este conocimiento implica un acto de revelación por parte del Señor, el proceso por el cual escoge revelar su verdadera naturaleza y mostrarse a los hombres tal cual es.
El incidente que mejor ejemplifica este proceder es aquel en que José, conmovido por la presencia de sus hermanos, decidió salir del anonimato y darse a conocer ante ellos (Génesis 45.1, NBLH).
Él había estado todo el tiempo con sus hermanos, pero las posibilidades de que llegara a ser el primer ministro de la nación más poderosa de la tierra eran tan absurdamente remotas que ellos no lo habían reconocido.
Era necesaria una acción por parte de José para que ellos lo reconocieran.
Del mismo modo Dios está cerca de nosotros, pero las serias limitaciones que padecemos como seres humanos no nos permiten descubrir su presencia a nuestro alrededor.
Se hace necesario un acto de pura gracia, para que podamos descubrir al Dios que habita en medio nuestro.

El segundo paso es creer.
La revelación no tiene como objetivo satisfacer una curiosidad de los hombres, sino despertar en ellos una actitud de confianza en el Dios que se manifiesta entre nosotros. El término, en hebreo, se refiere a las oportunidades que el Señor provee para comprobar que él es fiel y confiable, algo que experimentamos cuando decidimos poner a prueba aquellas cualidades que son reveladas en su manifestación hacia nosotros.
El creer constituye una invitación a comprobar la excelencia de sus cualidades al depositar nuestra fe en él.

El tercer paso de este proceso es comprender.
Se refiere a incorporar las convicciones mentales que resultan de la experiencia de caminar con el Señor, discernir, percibir, entender y arribar a las conclusiones que naturalmente se desprenden de la experiencia. De esta manera, observamos que las convicciones intelectuales, a diferencia de los procesos que recorre una sociedad orientada hacia el intelecto, son el último paso de una experiencia anclada en una vivencia personal con el Señor.
La combinación de estos tres elementos, produce una vida espiritual robusta y sana. La revelación va de la mano con la vivencia y la reflexión. Estas características apuntan a una ineludible conclusión: ¡solamente él es Dios!

Para pensar
«Considera a Jesús. Conoce a Jesús. Descubre qué clase de persona es aquella que dices amar y adorar y en quién confías. Mora a la sombra de Jesús. Satura tu alma de los caminos de Jesús. Obsérvalo. Escúchalo. Míralo con asombro. Déjate abrumar por su forma de ser». John Piper

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