Sacrificio de amor
Sacrificio de amor
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolos en nuestras oraciones, teniendo presente sin cesar delante de nuestro Dios y Padre su obra de fe, su trabajo de amor y la firmeza de su esperanza en nuestro Señor Jesucristo. 1 Tesalonicenses 1.2-3 NBLH
Una sensación de profunda gratitud se apodera del corazón de Pablo al considerar el maravilloso testimonio de la iglesia en Tesalónica. Habían logrado combinar la fe, el amor y la esperanza de tal manera que el testimonio de su nueva vida impulsó dramáticamente el avance del evangelio en toda la región.
En la reflexión de ayer meditaba sobre el significado de la frase «obra de fe». Hoy quisiera que nos concentremos en el segundo elemento que distinguía a esta congregación: su «trabajo de amor».
No existe un término en español que traduzca adecuadamente la palabra griega kopos. Se refiere a una intensa labor que requiere un sacrificio, muchas veces físico. Es la clase de trabajo que debió realizar el samaritano para socorrer al hombre que encontró tirado al costado del camino. Debió sacrificar su comodidad, sus bienes, su tiempo y sus planes para ayudarlo.
Sin duda, los hermanos de Tesalónica se movían de esta manera porque habían recibido ese mismo ejemplo del apóstol Pablo. Durante el tiempo que vivió en medio de ellos, observaron sus trabajos y fatigas, la forma en que, trabajando de día y de noche, buscaba no ser carga para ninguno de ellos mientras proclamaba el evangelio (1 Tesalonicenses 2.9).
Este estilo de ministerio radicaba en una firme convicción: «me alegro de mis sufrimientos por ustedes, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por Su cuerpo, que es la iglesia» (Colosenses 1.24, NBLH).
Pablo entendía que la obra se llevaba adelante guardando un inviolable principio espiritual: no se puede hacer un discípulo sin pagar un precio para lograrlo.
Esta es, seguramente, la razón por la que abundan los creyentes, pero escasean los discípulos. Hemos querido reducir la intensa labor de amor, que requiere afianzar a una persona en los caminos del Señor, a unos sencillos cursillos que transmiten algunas verdades básicas de doctrina. No estamos dispuestos a pagar el costo que significa invertir esforzadamente en la vida de otra persona.
El resultado es una iglesia que no logra la clase de impacto que logró la congregación en Tesalónica. Pablo testifica a favor de ellos, diciendo: «Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la fe de ustedes en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada» (1 Tesalonicenses 1.8).
Esta es la clase de iglesia que hace temblar al enemigo. Está compuesta por un ejército de discípulos que avanzan por la región arrebatando vidas del reino de las tinieblas y levantando, en todos lados, discípulos comprometidos que están dispuestos a seguir a Cristo hasta lo último de la tierra.
Para pensar
«Ustedes conocen la gracia generosa de nuestro Señor Jesucristo. Aunque era rico, por amor a ustedes se hizo pobre para que mediante su pobreza pudiera hacerlos ricos». 2 Corintios 8.9 NTV
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, mencionándolos en nuestras oraciones, teniendo presente sin cesar delante de nuestro Dios y Padre su obra de fe, su trabajo de amor y la firmeza de su esperanza en nuestro Señor Jesucristo. 1 Tesalonicenses 1.2-3 NBLH
Una sensación de profunda gratitud se apodera del corazón de Pablo al considerar el maravilloso testimonio de la iglesia en Tesalónica. Habían logrado combinar la fe, el amor y la esperanza de tal manera que el testimonio de su nueva vida impulsó dramáticamente el avance del evangelio en toda la región.
En la reflexión de ayer meditaba sobre el significado de la frase «obra de fe». Hoy quisiera que nos concentremos en el segundo elemento que distinguía a esta congregación: su «trabajo de amor».
No existe un término en español que traduzca adecuadamente la palabra griega kopos. Se refiere a una intensa labor que requiere un sacrificio, muchas veces físico. Es la clase de trabajo que debió realizar el samaritano para socorrer al hombre que encontró tirado al costado del camino. Debió sacrificar su comodidad, sus bienes, su tiempo y sus planes para ayudarlo.
Sin duda, los hermanos de Tesalónica se movían de esta manera porque habían recibido ese mismo ejemplo del apóstol Pablo. Durante el tiempo que vivió en medio de ellos, observaron sus trabajos y fatigas, la forma en que, trabajando de día y de noche, buscaba no ser carga para ninguno de ellos mientras proclamaba el evangelio (1 Tesalonicenses 2.9).
Este estilo de ministerio radicaba en una firme convicción: «me alegro de mis sufrimientos por ustedes, y en mi carne, completando lo que falta de las aflicciones de Cristo, hago mi parte por Su cuerpo, que es la iglesia» (Colosenses 1.24, NBLH).
Pablo entendía que la obra se llevaba adelante guardando un inviolable principio espiritual: no se puede hacer un discípulo sin pagar un precio para lograrlo.
Esta es, seguramente, la razón por la que abundan los creyentes, pero escasean los discípulos. Hemos querido reducir la intensa labor de amor, que requiere afianzar a una persona en los caminos del Señor, a unos sencillos cursillos que transmiten algunas verdades básicas de doctrina. No estamos dispuestos a pagar el costo que significa invertir esforzadamente en la vida de otra persona.
El resultado es una iglesia que no logra la clase de impacto que logró la congregación en Tesalónica. Pablo testifica a favor de ellos, diciendo: «Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la fe de ustedes en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada» (1 Tesalonicenses 1.8).
Esta es la clase de iglesia que hace temblar al enemigo. Está compuesta por un ejército de discípulos que avanzan por la región arrebatando vidas del reino de las tinieblas y levantando, en todos lados, discípulos comprometidos que están dispuestos a seguir a Cristo hasta lo último de la tierra.
Para pensar
«Ustedes conocen la gracia generosa de nuestro Señor Jesucristo. Aunque era rico, por amor a ustedes se hizo pobre para que mediante su pobreza pudiera hacerlos ricos». 2 Corintios 8.9 NTV
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