Advertencia
Advertencia
Esas cosas sucedieron como una advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo como hicieron ellos, ni rindamos culto a ídolos como hicieron algunos de ellos. 1 Corintios 10.6-7
Existen al menos dos maneras en que podemos beneficiarnos de la observación de quienes nos han precedido en la fe.
La primera
Gira en torno de aquellas figuras que nos proveen un ejemplo inspirador. Si nos esmeramos por estudiar con detenimiento los detalles de su peregrinaje terrenal, podremos identificar valiosos principios que señalan un camino que nosotros también podemos recorrer.
En este ejercicio, no obstante, es importante que nuestra pesquisa no finalice en el individuo, sino en el Dios que transformó a aquella persona en fuente de inspiración para las generaciones futuras.
La segunda manera
Es observando los errores que han cometido otros, y es esta disciplina la que tiene en mente el apóstol Pablo en el texto de hoy.
El pasaje gira en torno de aquella desdichada generación de israelitas que perecieron en el desierto. A pesar de haber sido testigos de las más extraordinarias manifestaciones del poder, de la protección y de la provisión de Dios para sus vidas, cayeron, una y otra vez, en actitudes de incredulidad e idolatría.
Desde la comodidad de quienes conocen el desenlace de esa triste historia resulta más que sencillo señalar con el dedo a esa nación tan terca y obstinada. Al igual que el fariseo que oraba de pie junto al cobrador de impuestos (Lucas 18.9-14), podemos fácilmente quedar atrapados en la falsa sensación de que nosotros, «gracias a Dios», no sufrimos de las obvias falencias que ellos poseían.
Jesús, sin embargo, contó esa parábola precisamente porque lo acompañaban «algunos que tenían mucha confianza en su propia rectitud y despreciaban a los demás» (Lucas 18.9).
Esta es, de hecho, la trampa en la que más frecuentemente caemos. El mero hecho de juzgar al prójimo revela una despreciable actitud de superioridad en nuestro corazón que, tarde o temprano, nos llevará a caer de manera estrepitosa.
Pablo comparte la misma preocupación al pensar en la congregación en Corinto, tan castigada por una diversidad de pecados morales. Con el deseo de evitar que caigan en males mayores, los llama a meditar sobre el camino que recorrió Israel, con el propósito de identificar cuáles serán los lugares donde más fácilmente el enemigo podrá golpearlos.
Si queremos beneficiarnos de esta clase de análisis, será necesario adoptar una postura de absoluta humildad. Debemos tener la certeza de que, de haber vivido junto al pueblo que pereció en el desierto, probablemente nosotros también habríamos caído en inmoralidad e idolatría. Del mismo modo, si hubiéramos estado presentes en el momento en que Jesús fue arrestado, nosotros también habríamos huido.
No debemos tenerle miedo a nuestra condición frágil, porque es el medio por el cual se manifiesta la gloria de Dios en toda su magnificencia. No obstante, es necesario estar atentos a las limitaciones que impone una vida que ha sido afectada por el pecado. Hacemos bien al andar con cuidado.
Para pensar.
«Si ustedes piensan que están firmes, tengan cuidado de no caer. Las tentaciones que enfrentan en su vida no son distintas de las que otros atraviesan». 1 Corintios 10.12-13
Esas cosas sucedieron como una advertencia para nosotros, a fin de que no codiciemos lo malo como hicieron ellos, ni rindamos culto a ídolos como hicieron algunos de ellos. 1 Corintios 10.6-7
Existen al menos dos maneras en que podemos beneficiarnos de la observación de quienes nos han precedido en la fe.
La primera
Gira en torno de aquellas figuras que nos proveen un ejemplo inspirador. Si nos esmeramos por estudiar con detenimiento los detalles de su peregrinaje terrenal, podremos identificar valiosos principios que señalan un camino que nosotros también podemos recorrer.
En este ejercicio, no obstante, es importante que nuestra pesquisa no finalice en el individuo, sino en el Dios que transformó a aquella persona en fuente de inspiración para las generaciones futuras.
La segunda manera
Es observando los errores que han cometido otros, y es esta disciplina la que tiene en mente el apóstol Pablo en el texto de hoy.
El pasaje gira en torno de aquella desdichada generación de israelitas que perecieron en el desierto. A pesar de haber sido testigos de las más extraordinarias manifestaciones del poder, de la protección y de la provisión de Dios para sus vidas, cayeron, una y otra vez, en actitudes de incredulidad e idolatría.
Desde la comodidad de quienes conocen el desenlace de esa triste historia resulta más que sencillo señalar con el dedo a esa nación tan terca y obstinada. Al igual que el fariseo que oraba de pie junto al cobrador de impuestos (Lucas 18.9-14), podemos fácilmente quedar atrapados en la falsa sensación de que nosotros, «gracias a Dios», no sufrimos de las obvias falencias que ellos poseían.
Jesús, sin embargo, contó esa parábola precisamente porque lo acompañaban «algunos que tenían mucha confianza en su propia rectitud y despreciaban a los demás» (Lucas 18.9).
Esta es, de hecho, la trampa en la que más frecuentemente caemos. El mero hecho de juzgar al prójimo revela una despreciable actitud de superioridad en nuestro corazón que, tarde o temprano, nos llevará a caer de manera estrepitosa.
Pablo comparte la misma preocupación al pensar en la congregación en Corinto, tan castigada por una diversidad de pecados morales. Con el deseo de evitar que caigan en males mayores, los llama a meditar sobre el camino que recorrió Israel, con el propósito de identificar cuáles serán los lugares donde más fácilmente el enemigo podrá golpearlos.
Si queremos beneficiarnos de esta clase de análisis, será necesario adoptar una postura de absoluta humildad. Debemos tener la certeza de que, de haber vivido junto al pueblo que pereció en el desierto, probablemente nosotros también habríamos caído en inmoralidad e idolatría. Del mismo modo, si hubiéramos estado presentes en el momento en que Jesús fue arrestado, nosotros también habríamos huido.
No debemos tenerle miedo a nuestra condición frágil, porque es el medio por el cual se manifiesta la gloria de Dios en toda su magnificencia. No obstante, es necesario estar atentos a las limitaciones que impone una vida que ha sido afectada por el pecado. Hacemos bien al andar con cuidado.
Para pensar.
«Si ustedes piensan que están firmes, tengan cuidado de no caer. Las tentaciones que enfrentan en su vida no son distintas de las que otros atraviesan». 1 Corintios 10.12-13
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