Te has equivocado!

¡Te has equivocado!
Oh SEÑOR Soberano —respondí—. ¡No puedo hablar por ti! ¡Soy demasiado joven! Jeremías 1.6

Cuando Dios se le apareció por primera vez a Jeremías, escogió revelarle algo increíblemente asombroso: «Te conocía aun antes de haberte formado en el vientre de tu madre; antes de que nacieras, te aparté y te nombré mi profeta a las naciones» (v. 5). Antes de que naciera, el Señor lo había apartado para ser el vocero del Altísimo.
Habríamos esperado de Jeremías que, ante semejante revelación, se postrara rostro en tierra y exclamara: «¿Quién se compara con el SEÑOR en todo el cielo? ¿Qué ángel poderosísimo se asemeja en algo al SEÑOR? Los poderes angélicos más altos quedan en reverencia ante Dios con temor; él es mucho más imponente que todos los que rodean su trono. ¡Oh SEÑOR Dios de los Ejércitos Celestiales! ¿Dónde hay alguien tan poderoso como tú, oh SEÑOR?» (Salmo 89.6-8).
¡Nada de eso! 
El pensamiento de Jeremías se alinea con el de la multitud de hombres y mujeres que creen que Dios cometió un error cuando se fijó en ellos. Al igual que Sara, Moisés y Gedeón, lo primero que viene a la mente de Jeremías son sus limitaciones. Es demasiado joven para esta tarea.
Me causa cierta gracia esta respuesta, porque intenta persuadir al Señor aludiendo a algún detalle que, por casualidad, se le ha escapado. El que ofrece este argumento está convencido de que si Dios tuviera en cuenta el elemento mencionado desistiría de su llamado.
La respuesta de Jeremías, como la de tantos otros, deja al descubierto dos temas fundamentales para responder de manera correcta al llamado de Dios.
En primer lugar.
Jeremías no se conoce a sí mismo. Es consciente de ciertas limitaciones, pero desconoce por completo todo lo que el Señor ha invertido en su vida para capacitarlo para esta tarea.
Ese desconocimiento lo lleva a rechazar el llamado.
La respuesta de Jeremías muestra que tampoco conoce al Dios que lo está llamando.
Su dios es demasiado parecido a los seres humanos que comparten con él la vida. Posee serias limitaciones a la hora de evaluar si una persona da con la talla para una misión tan importante como esta.
Estas dos falencias son las que más contribuyen a que nos descartemos como participantes activos en los proyectos de Dios. Cuando esto sucede, quedamos relegados al rol de espectadores pasivos, anhelando en secreto una mayor participación en las aventuras de fe que vive el pueblo de Dios, pero convencidos de que nunca será así. Creemos, erradamente, que los que viven estas aventuras poseen cualidades superiores a las nuestras.
Lo que realmente los distingue de nosotros, sin embargo, es que han decidido creer lo que Dios declara acerca de ellos. Son conscientes de que la historia del pueblo de Dios ha sido escrita por hombres y mujeres frágiles que creyeron, contra viento y marea, que Dios podía moverse a través de sus vidas, porque no hay nada imposible para él.

Para pensar y orar.
Señor, no quiero quedar relegado al rol de espectador en el reino. Quiero ser un instrumento en tus manos para salvar, sanar, liberar, levantar y consolar. Tú me hiciste, Padre. Úsame conforme al conocimiento que tú tienes acerca de quién soy yo.

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