Una Ironia
Una ironía
La gente arruina su vida por su propia necedad, y después se enoja con el SEÑOR. Proverbios 19.3
El libro de Proverbios tiene mucho que decirnos acerca del necio. Es la persona que vive como si no existiera un Dios a quien debemos rendirle cuentas.
Su actitud es la que expone el salmista: «Sólo los necios dicen en su corazón: “No hay Dios”» (Salmo 14.1).
Son personas que desprecian la sabiduría y la disciplina (Proverbios 1.7), a quienes les falta sentido común (Proverbios 10.13), pero no se avergüenzan de demostrar su ignorancia introduciendo sus opiniones aun en conversaciones de las cuales no están participando (Proverbios 10.14; 18.2).
Son increíblemente ingenuos y se creen todo rumor que escuchan por ahí (Proverbios 14.15). Vuelven a cometer, una y otra vez, los mismos errores (Proverbios 26.11), porque carecen de la capacidad de aprender de sus propios desaciertos. No poseen capacidad para administrar con sabiduría sus ingresos (Proverbios 21.20) y viven metidos en pleitos por la insensatez de sus dichos (Proverbios 18.6).
No ha de sorprendernos que a estas personas les vaya mal en la vida. Su manera de encararla constituye la fórmula perfecta para el desastre. Ellos, no obstante, no dejan que nadie les diga cómo deben vivir ni permiten que otros tengan la osadía de querer corregirlos. Al igual que el remanente de Israel que se rebeló contra la palabra que les trajo Jeremías, estos declaran con actitud de soberbia: «¡No escucharemos tus mensajes del Señor! Haremos lo que se nos antoje» (Jeremías 44.16).
El autor de Proverbios comparte con nosotros una verdadera ironía: estos que le han dado la espalda al Señor toda la vida, son suficientemente descarados como para culpar a Dios por los problemas que han creado. Al igual que un niño caprichoso, poseen una definición distorsionada del amor de Dios. Creen que si verdaderamente está comprometido con ellos debería hacerse cargo de las consecuencias de sus propios caprichos. A su entender, Dios debería amarlos según su propia y torcida perspectiva de lo que es el amor.
Al leer esta descripción del necio quizás te sientas tentado, como yo, a darle gracias a Dios por librarte de ser un necio. ¡Espero que no lo hagas! La triste realidad es que todos, sin excepción, andamos en la necedad de nuestros caminos.
Quizás nuestra vida no se caracterice por los extremos que describe el autor de Proverbios, pero todos poseemos cierto grado de tozudez y aprendemos a golpes.
Cuando contemplo el grado de estupidez en el que vive el necio me maravillo de que el Señor, en su inmensa bondad, me haya librado de mi propia insensatez. ¿Qué hubiera sido de mi vida si el Señor no me hubiera rescatado? ¿En qué problemas estaría metido, si no fuera por la gracia de Dios? No es mérito mío que haya adquirido, después de tantos años, algo de sabiduría. Es, más bien, testimonio de la paciente y bondadosa obra de Dios en mi vida.
Para pensar.
«Sublime gracia del Señor que un infeliz salvó; Fui ciego mas hoy miro yo, perdido y él me halló». John Newton
La gente arruina su vida por su propia necedad, y después se enoja con el SEÑOR. Proverbios 19.3
El libro de Proverbios tiene mucho que decirnos acerca del necio. Es la persona que vive como si no existiera un Dios a quien debemos rendirle cuentas.
Su actitud es la que expone el salmista: «Sólo los necios dicen en su corazón: “No hay Dios”» (Salmo 14.1).
Son personas que desprecian la sabiduría y la disciplina (Proverbios 1.7), a quienes les falta sentido común (Proverbios 10.13), pero no se avergüenzan de demostrar su ignorancia introduciendo sus opiniones aun en conversaciones de las cuales no están participando (Proverbios 10.14; 18.2).
Son increíblemente ingenuos y se creen todo rumor que escuchan por ahí (Proverbios 14.15). Vuelven a cometer, una y otra vez, los mismos errores (Proverbios 26.11), porque carecen de la capacidad de aprender de sus propios desaciertos. No poseen capacidad para administrar con sabiduría sus ingresos (Proverbios 21.20) y viven metidos en pleitos por la insensatez de sus dichos (Proverbios 18.6).
No ha de sorprendernos que a estas personas les vaya mal en la vida. Su manera de encararla constituye la fórmula perfecta para el desastre. Ellos, no obstante, no dejan que nadie les diga cómo deben vivir ni permiten que otros tengan la osadía de querer corregirlos. Al igual que el remanente de Israel que se rebeló contra la palabra que les trajo Jeremías, estos declaran con actitud de soberbia: «¡No escucharemos tus mensajes del Señor! Haremos lo que se nos antoje» (Jeremías 44.16).
El autor de Proverbios comparte con nosotros una verdadera ironía: estos que le han dado la espalda al Señor toda la vida, son suficientemente descarados como para culpar a Dios por los problemas que han creado. Al igual que un niño caprichoso, poseen una definición distorsionada del amor de Dios. Creen que si verdaderamente está comprometido con ellos debería hacerse cargo de las consecuencias de sus propios caprichos. A su entender, Dios debería amarlos según su propia y torcida perspectiva de lo que es el amor.
Al leer esta descripción del necio quizás te sientas tentado, como yo, a darle gracias a Dios por librarte de ser un necio. ¡Espero que no lo hagas! La triste realidad es que todos, sin excepción, andamos en la necedad de nuestros caminos.
Quizás nuestra vida no se caracterice por los extremos que describe el autor de Proverbios, pero todos poseemos cierto grado de tozudez y aprendemos a golpes.
Cuando contemplo el grado de estupidez en el que vive el necio me maravillo de que el Señor, en su inmensa bondad, me haya librado de mi propia insensatez. ¿Qué hubiera sido de mi vida si el Señor no me hubiera rescatado? ¿En qué problemas estaría metido, si no fuera por la gracia de Dios? No es mérito mío que haya adquirido, después de tantos años, algo de sabiduría. Es, más bien, testimonio de la paciente y bondadosa obra de Dios en mi vida.
Para pensar.
«Sublime gracia del Señor que un infeliz salvó; Fui ciego mas hoy miro yo, perdido y él me halló». John Newton
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