Un encargo

Un encargo

Al instante, la lepra desapareció y el hombre quedó sano. Entonces Jesús lo despidió con una firme advertencia.   Marcos 1.42-43

Un leproso se acercó a Jesús para preguntarle si deseaba sanarlo. El Señor, movido a compasión, extendió su mano y lo declaró sano. Las palabras que emplea Marcos, en griego, nos indican que la lepra literalmente lo abandonó. Nos ofrece la imagen de un manto que cayó al piso, ante las palabras de Cristo. El resultado fue que el hombre quedó completamente sano.

No podemos imaginar la euforia que debe haber experimentado el leproso. Quizás estalló en llanto porque finalmente era libre, o comenzó a danzar con alegría. El hecho es que Marcos, que es escueto con los detalles, nos dice que Jesús le habló inmediatamente. El término usado implica que el Señor le dio una estricta advertencia, quizás anticipándose a la oposición que despertaría este milagro: «No se lo cuentes a nadie. En cambio, preséntate ante el sacerdote y deja que te examine. Lleva contigo la ofrenda que exige la ley de Moisés a los que son sanados de lepra. Esto será un testimonio público de que has quedado limpio» (v. 44).

Esta indicación se debía, en parte, al hecho de que Jesús no deseaba atraer la multitud de curiosos que entorpecían grandemente su ministerio. Pero es probable que también deseaba evitar una confrontación con las autoridades religiosas, que podían cuestionar lo que había ocurrido si la sanidad del hombre no recibía la aprobación del sacerdote.

Fuera cual fuera la razón de esta prohibición, Jesús claramente no quería que este hombre anduviera por allí contando lo que había experimentado.

Lo mandó, en cambio, a que se presentara ante las autoridades correspondientes, con la ofrenda designada, para que su testimonio llegara por medio de los caminos tradicionalmente establecidos para una sanidad. La forma de proceder se encuentra claramente explicada en Levítico 14. El sacerdote debía examinar a la persona y cumplir con un elaborado ritual antes de que pudiera declararlo limpio. Luego de esto, la persona podía volver a integrarse a la sociedad.

El proceder de Jesús muestra el cuidado que ejerció para no violar la ley y así despertar el rechazo de las autoridades religiosas. Advirtió a sus discípulos acerca de su misión: «No malinterpreten la razón por la cual he venido. No vine para abolir la ley de Moisés o los escritos de los profetas. Al contrario, vine para cumplir sus propósitos» (Mateo 5.17).

En estos tiempos turbulentos, donde la sociedad descarta a dos manos todos los principios y las estructuras que han gobernado la existencia del ser humano durante siglos, es refrescante ver que Jesús no practicó esta clase de ministerio revolucionario.

Cuestionó la interpretación de las leyes que hacían las autoridades religiosas, pero nunca descartó los preceptos eternos de la Palabra, los cuales no tienen fecha de vencimiento. Debemos tener cuidado que, en nuestra obsesión por lo nuevo, no mutilemos el evangelio que ha sido el fundamento de la iglesia a lo largo de la historia.

Para pensar.
«Les digo la verdad, hasta que desaparezcan el cielo y la tierra, no desaparecerá ni el más mínimo detalle de la ley de Dios hasta que su propósito se cumpla». Mateo 5.18






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