Fin del camino
Fin del camino
Cierto día el SEÑOR le dijo a Moisés: «Sube a una de las montañas al oriente del río, y contempla la tierra que le he dado al pueblo de Israel. Después de verla, al igual que tu hermano Aarón, morirás». Números 27.12-13
El libro de Éxodo revela que «dentro de la carpa de reunión, el SEÑOR hablaba con Moisés cara a cara, como cuando alguien habla con un amigo» (Éxodo 33.11). Entre amigos no existen los secretos, y seguramente esta es una de las razones por las que Dios le reveló a Moisés que había llegado el tiempo de reunirse con los que lo habían precedido en la fe.
En su gran bondad, el Señor lo invita a que suba al monte Abarim, ubicado al este del río Jordán. En este gesto le ofrece un regalo de incalculable valor: desde las alturas del monte podría contemplar la Tierra Prometida por la que el anciano profeta había sufrido tantas tribulaciones. Aunque el hebreo emplea una palabra comúnmente asociada con «ver», también posee la connotación de «contemplar», «examinar con detenimiento» e, incluso, con «deleitarse» en la vista que le ofrecía esta elevada cumbre.
Resulta conmovedor observar que el Señor le comunicara con la naturalidad con que se le habla a un amigo, que su peregrinaje terrenal estaba por llegar a su punto final. Los que hemos puesto nuestra firme esperanza en Dios sabemos que esto no es más que un paso hacia una dimensión increíblemente más sublime que cualquier cosa que hayamos podido experimentar en la Tierra.
Las instrucciones del Señor de alguna manera señalan que, al igual que en todas las grandes transiciones de la vida, es bueno y necesario que nos preparemos para este proceso con un espíritu apacible y confiado. El deseo que nos debe mover es que aun en la muerte seamos un ejemplo de cómo afrontar los retos de la vida con la gracia del Señor.
Jesús, a quien tantas veces hemos contemplado en Getsemaní, avanzó hacia la muerte con una paz que lo protegió de las bestiales torturas de los romanos. «Fue oprimido y tratado con crueldad, sin embargo, no dijo ni una sola palabra. Como cordero fue llevado al matadero. Y como oveja en silencio ante sus trasquiladores, no abrió su boca» (Isaías 53.7). Del mismo modo, Esteban mostró un ejemplo conmovedor de paz y compasión, en contraste con la violencia de quienes lo apedreaban (Hechos 7.59-60).
Vivir en Cristo nos permite tener una percepción singular de la experiencia de pasar de esta vida hacia la presencia del Señor. Entendemos que, tal como enseñó Pablo, «cuando nuestros cuerpos mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se cumplirá la siguiente Escritura: “La muerte es devorada en victoria. Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?”» (1 Corintios 15:54-55).
Para pensar
Es bueno que oremos, desde ahora, para que Dios nos conceda la gracia para atravesar por esta experiencia de tal manera que, aun en la muerte, glorifiquemos y honremos el nombre de aquel que ha sido, a lo largo de nuestra vida, nuestro gran Pastor.
Cierto día el SEÑOR le dijo a Moisés: «Sube a una de las montañas al oriente del río, y contempla la tierra que le he dado al pueblo de Israel. Después de verla, al igual que tu hermano Aarón, morirás». Números 27.12-13
El libro de Éxodo revela que «dentro de la carpa de reunión, el SEÑOR hablaba con Moisés cara a cara, como cuando alguien habla con un amigo» (Éxodo 33.11). Entre amigos no existen los secretos, y seguramente esta es una de las razones por las que Dios le reveló a Moisés que había llegado el tiempo de reunirse con los que lo habían precedido en la fe.
En su gran bondad, el Señor lo invita a que suba al monte Abarim, ubicado al este del río Jordán. En este gesto le ofrece un regalo de incalculable valor: desde las alturas del monte podría contemplar la Tierra Prometida por la que el anciano profeta había sufrido tantas tribulaciones. Aunque el hebreo emplea una palabra comúnmente asociada con «ver», también posee la connotación de «contemplar», «examinar con detenimiento» e, incluso, con «deleitarse» en la vista que le ofrecía esta elevada cumbre.
Resulta conmovedor observar que el Señor le comunicara con la naturalidad con que se le habla a un amigo, que su peregrinaje terrenal estaba por llegar a su punto final. Los que hemos puesto nuestra firme esperanza en Dios sabemos que esto no es más que un paso hacia una dimensión increíblemente más sublime que cualquier cosa que hayamos podido experimentar en la Tierra.
Las instrucciones del Señor de alguna manera señalan que, al igual que en todas las grandes transiciones de la vida, es bueno y necesario que nos preparemos para este proceso con un espíritu apacible y confiado. El deseo que nos debe mover es que aun en la muerte seamos un ejemplo de cómo afrontar los retos de la vida con la gracia del Señor.
Jesús, a quien tantas veces hemos contemplado en Getsemaní, avanzó hacia la muerte con una paz que lo protegió de las bestiales torturas de los romanos. «Fue oprimido y tratado con crueldad, sin embargo, no dijo ni una sola palabra. Como cordero fue llevado al matadero. Y como oveja en silencio ante sus trasquiladores, no abrió su boca» (Isaías 53.7). Del mismo modo, Esteban mostró un ejemplo conmovedor de paz y compasión, en contraste con la violencia de quienes lo apedreaban (Hechos 7.59-60).
Vivir en Cristo nos permite tener una percepción singular de la experiencia de pasar de esta vida hacia la presencia del Señor. Entendemos que, tal como enseñó Pablo, «cuando nuestros cuerpos mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se cumplirá la siguiente Escritura: “La muerte es devorada en victoria. Oh muerte, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dónde está tu aguijón?”» (1 Corintios 15:54-55).
Para pensar
Es bueno que oremos, desde ahora, para que Dios nos conceda la gracia para atravesar por esta experiencia de tal manera que, aun en la muerte, glorifiquemos y honremos el nombre de aquel que ha sido, a lo largo de nuestra vida, nuestro gran Pastor.
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