Transicion ordenada

Transición ordenada

Y el SEÑOR dijo a Moisés: “Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en quien está el Espíritu, y pon tu mano sobre él; y haz que se ponga delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación, e impártele autoridad a la vista de ellos».   Números 27.18-19 NBLH

El anuncio de su inminente partida impulsó a Moisés a pedirle al Señor que esto no ocurriera sin que antes nombrara una persona para conducir al pueblo, y que ellos no fueran como ovejas sin pastor.

Al Señor le agradó la petición de Moisés y le dio detalladas instrucciones acerca de cómo debía ser el proceso de nombramiento de un nuevo líder. En estos detalles encontramos los lineamientos para iniciar procesos similares en nuestras propias congregaciones. Esto nos ahorrará caer en las situaciones de crisis que típicamente surgen cuando un líder no ha pensado acerca del proceso de sucesión para su congregación.

En primer lugar, observamos que esta transición debe ser realizada de manera pública. Moisés debía imponer sus manos sobre Josué enfrente del sumo sacerdote y de todo el pueblo. Este paso le permite ver al pueblo quién es la persona designada como sucesor del líder saliente. Es una de las mejores maneras de evitar los amargos pleitos que tantas veces ocurren cuando no se ha nombrado a un nuevo líder. Los que quedan atrás suelen pelearse, muchas veces de manera desvergonzada, por ocupar el puesto que dejó el líder saliente.

En segundo lugar, se le instruye a Moisés a imponerle las manos a Josué. El acto posee un poderoso elemento simbólico que indica la transferencia de alguna virtud de una vida hacia otra.

Es especialmente significativo en esta ocasión porque Moisés le transfiere autoridad a la vida del nuevo líder. Esto es más que una sencilla ceremonia. Es un evento que implica revestir de un especial poder espiritual al nuevo líder, elemento que será absolutamente esencial para el correcto desempeño de su llamado.

En esta imposición de manos el Señor ordena a Moisés: «Pondrás sobre él parte de tu dignidad a fin de que le obedezca toda la congregación de los Israelitas» (v. 20). El término «dignidad» se refiere a la majestad, la honra, el poder, el peso y el esplendor que había adquirido el patriarca a lo largo de toda una vida de servicio. Esa dignidad le permitía hablar al pueblo con autoridad, pues gozaba de un reconocimiento especial.

Cuando compartimos nuestra dignidad con líderes más jóvenes o, incluso, con nuestros hijos, abrimos nuestro círculo de influencia para incluirlos a ellos. Les damos acceso a personas y espacios a los cuales no accederían por sus propios medios. Ofrecemos nuestro respaldo a sus vidas, sabiendo que nuestra palabra tiene mucho peso sobre la manera en que otros los verán. Mostramos, de todas las maneras posibles, que ellos gozan de nuestra plena confianza.

Para pensar.
Esta forma de moverse exige de nosotros un espíritu especialmente generoso. No podemos quedar atrapados en los celos o en las mezquindades de un liderazgo que se siente amenazado por los avances de los más jóvenes. Al contrario, celebremos su crecimiento y anhelemos, incluso, que ellos nos superen en todos los ámbitos de la vida, porque su grandeza traerá mayor gloria al Dios a quien hemos servido durante tantos años.










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