Asombrosa petición
Asombrosa petición
Entonces Moisés respondió al SEÑOR: «Ponga el SEÑOR, Dios de los espíritus de toda carne, un hombre sobre la congregación, que salga y entre delante de ellos, y que los haga salir y entrar a fin de que la congregación del SEÑOR no sea como ovejas que no tienen pastor». Números 27.15-17 NBLH
La respuesta de Moisés a la noticia de que había llegado la hora de reunirse con sus antepasados me conmueve en lo más profundo de mi ser. ¡Qué glorioso testimonio de la profunda transformación que había experimentado como fruto de la obra de Dios en su vida!
No debemos olvidar que Moisés nunca quiso ser el que sacara a Israel de Egipto. Fue solamente cuando el Señor se enojó por sus continuas excusas, que finalmente accedió a hablar con el Faraón (Éxodo 4.14). Pero de ninguna manera podemos afirmar que emprendió con entusiasmo la misión que se le había encomendado.
A la reticencia que sentía por servir a Dios en esta tarea se le sumaron las interminables tribulaciones que sufrió primeramente a manos de los egipcios, y luego por parte de las mismas personas que intentaba salvar. Aun cuando finalmente llegaron al desierto, su tarea de liderar al pueblo de Dios fue marcada por toda clase de contratiempos.
El pueblo lo cuestionó, se rebeló en contra de él, se entregaron a la idolatría, mostraron continua ingratitud e incluso fue traicionado por su propia familia.
Los constantes reclamos de un pueblo caprichoso y rebelde finalmente quebrantaron su voluntad, y se descargó con un airado reclamo hacia el Señor: «¿Por qué has tratado tan mal a Tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia ante Tus ojos para que hayas puesto la carga de todo este pueblo sobre mí?» (Números 11.11).
Su desánimo era tan profundo que, incluso, se atrevió a decirle al Señor: «Y si así me vas a tratar, Te ruego que me mates si he hallado gracia ante Tus ojos, y no me permitas ver mi desventura» (Números 11.15).
Con un historial de tanto sufrimiento a causa del pueblo, uno pensaría que Moisés celebraría poder librarse de la dura misión de conducir a una nación tan obstinada. Nos sorprende, sin embargo, con esta tierna petición: «Señor, no los dejes sin pastor».
Es una señal de la estatura espiritual que había alcanzado este varón que había llegado a amar al pueblo con ese mismo increíble amor que Dios tiene por nosotros. Poseído de una visión eterna de los hechos, anhelaba ver que el pueblo quedara en buenas manos aun no estando él presente. A pesar de los muchos maltratos que había sufrido a manos de los israelitas, Moisés los amaba con un corazón verdaderamente pastoral.
Para pensar.
Crecer en Cristo significa también crecer en el amor que sentimos por su pueblo, con todas sus debilidades y desaciertos.
Los amamos con compasión, porque así nos ama nuestro Pastor. Anhelamos que logren alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo y estamos dispuestos a colaborar, por todos los medios posibles, para facilitarles el proceso. Los bendecimos, porque son una parte inseparable de esa gran familia de la cual también nosotros somos parte.
Entonces Moisés respondió al SEÑOR: «Ponga el SEÑOR, Dios de los espíritus de toda carne, un hombre sobre la congregación, que salga y entre delante de ellos, y que los haga salir y entrar a fin de que la congregación del SEÑOR no sea como ovejas que no tienen pastor». Números 27.15-17 NBLH
La respuesta de Moisés a la noticia de que había llegado la hora de reunirse con sus antepasados me conmueve en lo más profundo de mi ser. ¡Qué glorioso testimonio de la profunda transformación que había experimentado como fruto de la obra de Dios en su vida!
No debemos olvidar que Moisés nunca quiso ser el que sacara a Israel de Egipto. Fue solamente cuando el Señor se enojó por sus continuas excusas, que finalmente accedió a hablar con el Faraón (Éxodo 4.14). Pero de ninguna manera podemos afirmar que emprendió con entusiasmo la misión que se le había encomendado.
A la reticencia que sentía por servir a Dios en esta tarea se le sumaron las interminables tribulaciones que sufrió primeramente a manos de los egipcios, y luego por parte de las mismas personas que intentaba salvar. Aun cuando finalmente llegaron al desierto, su tarea de liderar al pueblo de Dios fue marcada por toda clase de contratiempos.
El pueblo lo cuestionó, se rebeló en contra de él, se entregaron a la idolatría, mostraron continua ingratitud e incluso fue traicionado por su propia familia.
Los constantes reclamos de un pueblo caprichoso y rebelde finalmente quebrantaron su voluntad, y se descargó con un airado reclamo hacia el Señor: «¿Por qué has tratado tan mal a Tu siervo? ¿Y por qué no he hallado gracia ante Tus ojos para que hayas puesto la carga de todo este pueblo sobre mí?» (Números 11.11).
Su desánimo era tan profundo que, incluso, se atrevió a decirle al Señor: «Y si así me vas a tratar, Te ruego que me mates si he hallado gracia ante Tus ojos, y no me permitas ver mi desventura» (Números 11.15).
Con un historial de tanto sufrimiento a causa del pueblo, uno pensaría que Moisés celebraría poder librarse de la dura misión de conducir a una nación tan obstinada. Nos sorprende, sin embargo, con esta tierna petición: «Señor, no los dejes sin pastor».
Es una señal de la estatura espiritual que había alcanzado este varón que había llegado a amar al pueblo con ese mismo increíble amor que Dios tiene por nosotros. Poseído de una visión eterna de los hechos, anhelaba ver que el pueblo quedara en buenas manos aun no estando él presente. A pesar de los muchos maltratos que había sufrido a manos de los israelitas, Moisés los amaba con un corazón verdaderamente pastoral.
Para pensar.
Crecer en Cristo significa también crecer en el amor que sentimos por su pueblo, con todas sus debilidades y desaciertos.
Los amamos con compasión, porque así nos ama nuestro Pastor. Anhelamos que logren alcanzar la plenitud de la estatura de Cristo y estamos dispuestos a colaborar, por todos los medios posibles, para facilitarles el proceso. Los bendecimos, porque son una parte inseparable de esa gran familia de la cual también nosotros somos parte.
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