Hacia la constancia

Hacia la constancia

Pero deseamos que cada uno de ustedes muestre la misma solicitud hasta el fin, para alcanzar la plena (a plenitud la) seguridad de la esperanza, a fin de que no sean perezosos, sino imitadores de los que mediante la fe y la paciencia heredan las promesas.   Hebreos 6.11-12 NBLH

El autor de Hebreos felicita a los destinatarios de su carta, recordándoles que «Dios no es injusto. No olvidará con cuánto esfuerzo han trabajado para él y cómo han demostrado su amor por él sirviendo a otros creyentes como todavía lo hacen» (6.10, NTV). Se siente en la obligación, sin embargo, de añadir la exhortación que leemos en el texto de hoy.

Posiblemente, el autor mismo había experimentado las vicisitudes que padecen aquellos que se entregan al ministerio de amar a otros por medio del servicio. Es un llamado que produce enorme satisfacción en quien lo ejerce, pero también está cargado de situaciones que son difíciles de soportar.

El ministerio de Jesús nos provee todos los ejemplos necesarios para entender los riesgos que encierra amar a otros. Son frecuentes las situaciones en las que uno se siente usado, como aquellos que buscaban al Mesías porque les había dado de comer (Juan 6.26). En otras situaciones, el servicio despierta resentimiento y oposición, como sucedió con el endemoniado de Gadara. La gente de la zona le rogó que se fuera (Marcos 5.17).

Son muchas las ocasiones en que la gente da por sentado el esfuerzo que uno realiza, y ni siquiera se molesta en agradecer el servicio recibido; como ocurrió con los diez leprosos, cuando solamente uno de ellos volvió para darle las gracias a Jesús (Lucas 17.17).

A veces las personas en quienes hemos realizado nuestra mejor inversión nos dejan solos, como ocurrió con Jesús en Getsemaní. Mientras él agonizaba, sus tres amigos dormían (Mateo 26.40).

En otras situaciones, servimos a pesar del encarnado egoísmo de aquellos a quienes amamos, tal como sucedió en la Última Cena. A ninguno de los discípulos se le ocurrió realizar la tarea que Jesús mismo llevó adelante (Juan 13).

Y de todas las experiencias negativas que podemos cosechar, en el proceso de servir a otros, ninguna parece herir nuestro ser tan profundamente como la traición, experiencia a la que Jesús se expuso en la persona de Judas.

Por todas estas razones y una multitud de otros motivos, aquellos que hemos sido llamados al ministerio de amar a otros a veces nos sentimos tentados a desistir del cometido. Pareciera que los sinsabores son mucho más grandes que las alegrías.

El autor de Hebreos, consciente de esta tentación, animó al pueblo de Dios a demostrar el mismo entusiasmo y celo hasta el final. La razón es clara: quien logra sobreponerse a estas angustias ha comenzado a amar como Dios ama. A pesar de nuestra infidelidad, él nunca se da por vencido. Sigue insistiendo, porque el amor es más fuerte que cualquier golpe que podamos recibir en el proceso de servir a otros.

Para pensar.
«El amor es paciente y bondadoso. [...] No exige que las cosas se hagan a su manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. [...] El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia».
1 Corintios 13.4-7 NTV







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