Por nada

¡Por nada!

No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo.   Filipenses 4.6

¡Cómo me gustan los contrastes que emplea la Palabra para enseñarnos una verdad! Nada – todo. Son palabras indiscutiblemente opuestas que comparten una característica en común: expresan una realidad absoluta que no admite excepciones. No hay espacio para algo dentro de «nada», ni tampoco queda alguna realidad excluida de «todo». Estas dos palabras abarcan la totalidad de las experiencias, circunstancias y relaciones que podamos experimentar a lo largo de la vida.

Examinemos, primero, la palabra «nada».
La exhortación de Pablo es que no nos preocupemos por nada. ¿Qué puede incluir este «nada»? La falta de velocidad en la conexión de Internet; el dinero para comprar el pan; el pesado tránsito vehicular que entorpece el viaje al trabajo; el día nublado que amenaza la fiesta al aire libre; la falta de conocimiento para resolver un problema; los conflictos con un vecino; un despido inesperado; la pérdida de documentos personales; el robo de un auto; un diagnóstico de cáncer; la amenaza de una separación.

Habrás observado que a medida que avanza la lista los problemas son cada vez más graves. Esta tendencia fue intencional, porque solemos creer que algunos problemas (por lo general «mis» problemas) definitivamente ameritan la preocupación. Cuando alguien nos insinúa que no deberíamos estar preocupados, respondemos con fastidio: «Claro, porque a ti no te toca vivir lo que yo estoy viviendo».

No obstante, Pablo insiste: ¡No se preocupen por nada! No se admiten excepciones. No existe ni una sola situación cuya gravedad justifica en nosotros la preocupación. Seguramente que Pablo, en parte, recordaba que Jesús había enseñado, en el Sermón del monte, que la preocupación no afecta en lo más mínimo el curso de la vida. El único resultado que produce son jaquecas, úlceras y malestar. El apóstol lo sabía, y por eso nos dice: ¡No sirve preocuparse!

Pero la preocupación es un sentimiento terco. Insiste en apoderarse de nuestra mente. Reclama que mostremos ansiedad. Ante esa tendencia, Pablo propone no combatir la preocupación con dientes apretados. Más bien, nos invita a convertir la preocupación en oración. Cada vez que la preocupación vuelve a golpear la puerta pidiendo permiso para entrar, podemos convertirla en una invitación a pasar al trono de gracia, para orar.

¿Sobre cuáles temas podemos orar?  ¡Todos!
La falta de velocidad en la conexión de Internet; el dinero para comprar el pan; el pesado tránsito vehicular que entorpece el viaje al trabajo; el día nublado que amenaza la fiesta al aire libre; la falta de conocimiento para resolver un problema; los conflictos con un vecino; un despido inesperado; la pérdida de documentos personales; el robo de un auto; un diagnóstico de cáncer; la amenaza de una separación.
Los términos «todo» y «nada» no admiten excepciones. No hay asunto tan trivial ni tan complejo que no se pueda compartir con nuestro buen Padre celestial.
Avancemos en la oración. Retrocedamos en la preocupación.

Para pensar
«La rama de la viña no se preocupa, ni trabaja, ni corre de aquí para allá en pos del sol o buscando la lluvia. Nada de eso. Descansa en unidad y comunión con la viña. Y en el tiempo señalado y de la forma indicada se hallará fruto sobre ella. Vivamos de esta manera en Cristo Jesús». Hudson Taylor















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