Cuando orar no alcanza

Cuando orar no alcanza

Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho.   Filipenses 4.6

El apóstol Pablo nos anima a que no nos preocupemos por nada. Como alternativa nos ha propuesto que oremos por todo, aun por aquello que nos parece trivial. Nuestra conversación con nuestro bondadoso Padre celestial debe ser semejante a la de un niño que comparte todo con sus padres, aun aquello que es insignificante. Es que la alegría de explorar las maravillas del mundo no alcanza su plenitud si no involucra a otros en el entusiasmo que genera cada nuevo descubrimiento.

Algunos temas, sin embargo, no son para nada triviales. Se parecen a una de las plantas del campo donde yo vivía de pequeño. En ocasiones, mis hermanos y yo jugábamos en lugares donde el pasto nunca se cortaba. Era divertido, pero mientras correteábamos de un lugar a otro, algunas semillas se nos adherían a la ropa. No solamente pinchaban, sino que, a la hora de quitarlas, se enganchaban de tal manera en la trama de la tela que era bastante trabajoso removerlas.

Algunas preocupaciones son como estas semillas molestas y pegadizas. No basta con sacudirse para que se desprendan y caigan al suelo. Requieren un esfuerzo concentrado y perseverante para quitarlas una por una. Y, aun así, un descuido puede llevar a que otra vez invadan la intimidad de nuestros pensamientos y se apoderen de nuestros sentimientos. Cuando esto ocurre, acabamos dando vueltas una y otra vez alrededor del mismo problema sin avanzar definitivamente en ninguna dirección.
Estas preocupaciones requieren otra clase de oración. No es suficiente decir «Padre, te pido que me ayudes».
El apóstol indica esto, escogiendo la palabra griega para «súplica», término que la Nueva Traducción Viviente traduce: «díganle». El término «súplica» capta la intensidad de esta clase de oración. Es más que un pedido; es un ruego que puede estar acompañado de una intensa angustia, tal como la que expresa el salmista cuando dice: «Oh SEÑOR, óyeme cuando oro; presta atención a mi gemido. Escucha mi grito de auxilio, mi Rey y mi Dios, porque solo a ti dirijo mi oración» (5.1-2).
La imagen más poderosa de esta clase de oración es la del Mesías en Getsemaní. Literalmente agonizaba delante de Dios. Incluso debió orar tres veces para desplazar definitivamente el fantasma de la preocupación, que siempre va de la mano del temor.

En este sentido, orar es una invitación a una labor que implica esfuerzo, perseverancia y sufrimiento. En estos momentos, quien se presta a orar entra a un lugar de intensa lucha, donde las huestes de maldad harán todo lo posible para sembrar el desánimo y la resignación.

¡No tires la toalla! El «abrojo» de la preocupación no pertenece a tu vida. Dios quiere introducirte en ese espacio de shalom donde la vida es buena y placentera. No te des por vencido hasta que hayas arribado a ese lugar, porque fiel es el que prometió conducirte allí. Ora, con clamor, gemidos, súplicas y lágrimas, hasta que te sea concedida la victoria.

Para pensar
«Dios ama tanto la oración insistente que son pocas las bendiciones que nos dará sin ella». Adoniram Judson









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