Que no falte

Que no falte

Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho.   Filipenses 4.6

El apóstol Pablo nos desafía a cultivar la disciplina de compartir todas y cada una de nuestras necesidades con el Señor. Es una invitación a vivir en el marco de una continua conversación con nuestro buen Padre celestial, quien tiene cuidado de nosotros. La persona quien logra, por medio de la gracia de Dios, desarrollar este hábito, encontrará que muchos de los temas que antes le producían ansiedad han dejado de perturbarla. La oración, en efecto, es el antídoto perfecto para combatir la angustia.

Así lo descubrió David. Cuando volvió de un encuentro con los filisteos, encontró que su campamento, en Siclag, había sido arrasado por los amalecitas.

Las mujeres y los niños habían sido llevados cautivos, y el campamento estaba destruido. Los hombres de David se angustiaron de tal manera que amenazaron con apedrearlo. David, sin embargo, «encontró fuerzas en el SEÑOR su Dios» (1 Samuel 30.6). Allí observamos claramente el contraste entre afrontar los problemas con nuestras fuerzas y el dejar los desafíos en manos del Señor.

Algunas pruebas son tan intensas que requieren una esforzada labor de oración, un derramarse en la presencia del Altísimo porque la angustia amenaza con ahogarnos. Pablo suma a este trabajo un ingrediente que debe estar presente en todas nuestras conversaciones con Dios, aun cuando se trate de temas de inusual urgencia. Este componente es la gratitud.

La gratitud no es normal en el hombre caído. No ignoramos que la Caída tiene sus raíces en un espíritu de insatisfacción de Adán y Eva con lo que habían recibido. Dios les había bendecido con una abundancia que desafía los límites de nuestra imaginación. No obstante, la serpiente logró convencerlos de que el Señor retuvo algo que era más valioso que todo lo que tenían: la posibilidad de llegar a ser como él.

Pareciera que ese espíritu de ingratitud reside de manera permanente en nuestro corazón. Nos hemos acostumbrado a mirar la vida con cinismo, concentrados en aquello que nos falta, en lugar de celebrar lo que tenemos. Y como este espíritu es insaciable, no importa cuántos logros alcancemos o cuántas pertenencias acumulemos: siempre faltará algo para que seamos completamente felices.

La gratitud requiere un cambio radical de óptica. Nos invita a hacer un inventario de las muchas bendiciones que disfrutamos, en lugar de una lista de aquello que nos falta. Inmersos en una cultura de queja, debemos saber que la gratitud también requiere la gracia de Dios.

Cuando nuestras peticiones están intercaladas con gratitud, esto nos ayuda a recordar que el Señor es bueno, que reina sobre todas las circunstancias y que absolutamente todo lo que permite en nuestra vida es para nuestro beneficio. Recordar esto en medio de las angustias que suelen producir algunas pruebas nos trae esa certeza que calma nuestro corazón. Sabemos que somos parte del círculo de amor que une a la familia de Dios y que, por ende, gozamos de recursos ilimitados para afrontar hasta los problemas más complejos.

Para pensar
«Entren por sus puertas con acción de gracias; vayan a sus atrios con alabanza. Denle gracias y alaben su nombre. Pues el SEÑOR es bueno. Su amor inagotable permanece para siempre, y su fidelidad continúa de generación en generación». Salmo 100.4-5













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