Gestos insignificantes

¿Gestos insignificantes?

Así que Aarón y Hur le pusieron una piedra a Moisés para que se sentara. Luego se pararon a cada lado de Moisés y le sostuvieron las manos en alto.  
Éxodo 17.12

En la iglesia solemos catalogar a las personas según la importancia de las acciones que realizan dentro de la vida de la congregación. El que comparte la Palabra es más importante que el que recibe a la gente en la puerta, decimos. El que dirige la alabanza tiene mayor peso que el que acomoda las sillas. De esta manera, observamos en el pueblo de Dios una cantidad de personas acomplejadas porque consideran que lo que pueden aportar es de muy poco valor para la iglesia.

¡Qué triste!
Pablo detectó este mismo espíritu en la iglesia de Corinto y les advirtió a los que se consideraban poca cosa: «Si el pie dijera: “No formo parte del cuerpo porque no soy mano”, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: “No formo parte del cuerpo porque no soy ojo”, ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo?» (1 Corintios 12.15-16). Del mismo modo habló a quienes tenían demasiada alta opinión de sí mismos: «El ojo nunca puede decirle a la mano: “No te necesito”. La cabeza tampoco puede decirle al pie: “No te necesito”» (v. 21).

En el incidente que describe el texto de hoy encontramos el ejemplo perfecto de esta verdad. ¿Cuánto valor puede tener el sencillo acto de sostenerle el brazo a otra persona? Es un gesto que no requiere ninguna habilidad ni capacitación especializada. Cuando alguien lo realiza, no llama la atención por lo heroico de su hazaña, ni se distingue por la complejidad de la acción emprendida. Es un movimiento que tiene el mismo peso que rascarse la oreja o frotarse las manos. Es decir, pareciera entrar dentro de una categoría de acciones que catalogamos de «insignificantes».

No obstante, el sencillo gesto de Hur y Aarón marcó la diferencia entre la derrota y la victoria de todo un pueblo. Moisés era el que debía mantener en alto sus brazos para que los israelitas aseguraran la batalla contra los amalecitas. En cierto momento la fatiga se volvió tan intensa que tuvo que bajar los brazos para descansar, pero cada vez que se tomaba ese respiro los amalecitas comenzaban a prevalecer. Fue entonces que Aarón y Hur comprendieron que podían asistir a Moisés. Lo sentaron en una roca y se colocaron uno a cada lado. Tomaron los brazos fatigados de Moisés en sus manos y los levantaron, haciendo ellos el esfuerzo por mantenerlos en alto: un sencillo gesto que aseguró la victoria para el pueblo de Dios.

No le quitemos valor a lo pequeño, a las obras que se realizan en lo secreto, a acciones tan sencillas como abrazar, susurrar una palabra de ánimo o sencillamente secarle las lágrimas al quebrantado. Es muy posible que el Espíritu se mueva por medio de esos gestos insignificantes y obre en lo más profundo de la otra persona. Si ves una oportunidad para esta clase de servicio, no la desprecies. Puede que seas el instrumento escogido de Dios para asegurar una gran victoria.

Para pensar.
«Podemos fácilmente ser demasiado grandes para ser útiles para Dios, pero jamás seremos demasiado pequeños». Dwight L. Moody










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