Buena medicina
Buena medicina
La ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, pero la buena palabra lo alegra. Proverbios 12.25 NBLH
La ansiedad es una de las manifestaciones más comunes en nuestra experiencia cotidiana. Uno de los diccionarios que consulté me ofrece esta definición: «Un estado de preocupación, nerviosismo o falta de tranquilidad ante una situación cuyo desenlace es incierto». Una visita al dentista, por ejemplo, produce ansiedad porque no estoy seguro si el tratamiento va a ser doloroso o no. Una entrevista de trabajo produce ansiedad porque no sabemos si seremos aceptados o no para el puesto que ofrece la empresa.
El autor de Proverbios nos dice que cuando la ansiedad se instala en el corazón del hombre, lo deprime. Es una carga pesada que dificulta su movimiento a través de la vida. No logra reunir la energía necesaria para enfocarse en las tareas y las relaciones que debe llevar adelante, porque toda su mirada está puesta en aquella situación que lo tiene atrapado en la incertidumbre.
Este texto no exagera acerca de los efectos negativos que produce la ansiedad en nosotros. De hecho, los trastornos que produce la ansiedad crónica son tales que la medicina la identifica como una enfermedad de la psiquis.
Son muchos los textos en la Palabra que nos animan a no darle lugar a la ansiedad. Compartí, en este libro, varias reflexiones acerca del texto de Filipenses capítulo cuatro, que nos anima a no preocuparnos por nada (v. 6). En el sermón del Monte, Cristo mismo dedicó toda una sección de su enseñanza a la vanidad de las preocupaciones (Mateo 6.25-34).
Sabemos, entonces, que no debemos preocuparnos, pero igualmente experimentamos situaciones de ansiedad, porque la fragilidad de nuestra humanidad no puede ser erradicada completamente.
Quisiera que nos concentremos, en esta reflexión, en el socorro que llega para el ansioso a través de la «buena palabra», que convierte su preocupación en alegría.
¿Cuál es esta buena palabra?
Los amigos de Job le trajeron muchas palabras al patriarca, pero ninguna de ellas fue buena.
El significado del término, en hebreo, es una palabra que es deseable, placentera, buena y amigable. Es decir, es la palabra que cabe a la perfección en la situación del afligido.
Para esto es necesario, primeramente, comprender cabalmente la sensación de angustia que vive el otro. Esta comprensión es la que me ahorrará pronunciar refranes y frases gastadas que no le ayudan en nada. También evitará que le llame la atención por estar ansioso, algo que rara vez induce un cambio. El hecho es que la «buena palabra» procede de un corazón sensible a la situación de la otra persona. Tiene más que ver con la actitud y la forma en que es pronunciada, que con el contenido mismo de la palabra.
Si no recibes de parte de Dios esta clase de palabra para el ansioso es mejor mantener el silencio. Las palabras pronunciadas a destiempo muchas veces suman ansiedad, en lugar de traer quietud y alegría al corazón del afligido.
Para pensar.
Siempre es bueno tomarse un momento de quietud antes de hablar. Tal como señala Proverbios:
«En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente» (10.19).
Si vamos a hablar, que sea para edificación.
La ansiedad en el corazón del hombre lo deprime, pero la buena palabra lo alegra. Proverbios 12.25 NBLH
La ansiedad es una de las manifestaciones más comunes en nuestra experiencia cotidiana. Uno de los diccionarios que consulté me ofrece esta definición: «Un estado de preocupación, nerviosismo o falta de tranquilidad ante una situación cuyo desenlace es incierto». Una visita al dentista, por ejemplo, produce ansiedad porque no estoy seguro si el tratamiento va a ser doloroso o no. Una entrevista de trabajo produce ansiedad porque no sabemos si seremos aceptados o no para el puesto que ofrece la empresa.
El autor de Proverbios nos dice que cuando la ansiedad se instala en el corazón del hombre, lo deprime. Es una carga pesada que dificulta su movimiento a través de la vida. No logra reunir la energía necesaria para enfocarse en las tareas y las relaciones que debe llevar adelante, porque toda su mirada está puesta en aquella situación que lo tiene atrapado en la incertidumbre.
Este texto no exagera acerca de los efectos negativos que produce la ansiedad en nosotros. De hecho, los trastornos que produce la ansiedad crónica son tales que la medicina la identifica como una enfermedad de la psiquis.
Son muchos los textos en la Palabra que nos animan a no darle lugar a la ansiedad. Compartí, en este libro, varias reflexiones acerca del texto de Filipenses capítulo cuatro, que nos anima a no preocuparnos por nada (v. 6). En el sermón del Monte, Cristo mismo dedicó toda una sección de su enseñanza a la vanidad de las preocupaciones (Mateo 6.25-34).
Sabemos, entonces, que no debemos preocuparnos, pero igualmente experimentamos situaciones de ansiedad, porque la fragilidad de nuestra humanidad no puede ser erradicada completamente.
Quisiera que nos concentremos, en esta reflexión, en el socorro que llega para el ansioso a través de la «buena palabra», que convierte su preocupación en alegría.
¿Cuál es esta buena palabra?
Los amigos de Job le trajeron muchas palabras al patriarca, pero ninguna de ellas fue buena.
El significado del término, en hebreo, es una palabra que es deseable, placentera, buena y amigable. Es decir, es la palabra que cabe a la perfección en la situación del afligido.
Para esto es necesario, primeramente, comprender cabalmente la sensación de angustia que vive el otro. Esta comprensión es la que me ahorrará pronunciar refranes y frases gastadas que no le ayudan en nada. También evitará que le llame la atención por estar ansioso, algo que rara vez induce un cambio. El hecho es que la «buena palabra» procede de un corazón sensible a la situación de la otra persona. Tiene más que ver con la actitud y la forma en que es pronunciada, que con el contenido mismo de la palabra.
Si no recibes de parte de Dios esta clase de palabra para el ansioso es mejor mantener el silencio. Las palabras pronunciadas a destiempo muchas veces suman ansiedad, en lugar de traer quietud y alegría al corazón del afligido.
Para pensar.
Siempre es bueno tomarse un momento de quietud antes de hablar. Tal como señala Proverbios:
«En las muchas palabras, la transgresión es inevitable, pero el que refrena sus labios es prudente» (10.19).
Si vamos a hablar, que sea para edificación.
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