De pie!
¡De pie!
Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás (reverenciarás). Yo soy el SEÑOR.
Levítico 19.32 NBLH
La lectura del libro de Levítico muchas veces resulta tediosa por la larga lista de instrucciones que contiene. Si logramos, sin embargo, insertarnos en el contexto en que fue escrito, podremos encontrar en él una gran riqueza. Las directivas que transmite Moisés al pueblo nos permiten, como siempre, ver algo del corazón de Dios.
Debemos recordar que Israel no poseía una clara identidad como nación. Durante cuatrocientos años habían convivido a la par de los egipcios. Luego de la muerte de José, la buena voluntad de este pueblo hacia los descendientes de Abraham comenzó a disiparse y, finalmente, acabaron sirviendo como esclavos del faraón.
Es aquel, entonces, el pueblo que Moisés saca de Egipto. Era una multitud que debía construir, de la mano del Señor, una nueva identidad. El fundamento lo provee esta declaración: «si me obedecen y cumplen mi pacto, ustedes serán mi tesoro especial entre todas las naciones de la tierra; porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán mi reino de sacerdotes, mi nación santa» (Éxodo 19.5-6, NTV).
El Señor los llama a una vida en la que todas las esferas de su existencia cotidiana deben ajustarse a los parámetros de ser un reino de sacerdotes, una nación santa. Por eso existe el libro de Levítico, con sus minuciosas instrucciones para cada faceta de la vida. No bastaba con simplemente modificar el estilo de vida que habían practicado en Egipto; debían experimentar una radical transformación cultural.
Entre las muchas indicaciones que les deja Moisés, encontramos la del texto de hoy, referida a la actitud hacia los ancianos. He escogido reflexionar sobre este texto porque en la cultura occidental los ancianos reciben poca honra. Se les mira con cierta lástima, y es raro que alguien celebre la sabiduría y la experiencia que son el fruto de toda una vida de sacrificio y esfuerzo.
La cultura bíblica posee una perspectiva completamente diferente ante los ancianos. Declara que «la gloria de los jóvenes es su fuerza; las canas de la experiencia son el esplendor de los ancianos» (Proverbios 20.29, NTV).
Se nos manda a ponernos en pie en presencia de los mayores, en señal de respeto y reconocimiento, porque Dios honra a los ancianos.
Este gesto está pasado de moda. En otros tiempos, uno se inclinaba ante los ancianos o hacía silencio, pero nuestra cultura utilitaria los ha relegado a ser reliquias del pasado.
Entre los que somos parte del pueblo de Dios, sin embargo, no debe ser así. Cuando un anciano llega a nuestro hogar o entra al lugar donde estamos congregados, deberíamos ponernos de pie y apresurarnos a prestarles el servicio que se merecen. Lo hacemos, como señala el texto, no solamente a modo de honra, sino porque es una de las muchas maneras en que expresamos nuestro amor hacia Dios. Los amamos a ellos porque el Señor los ama de manera especial.
Para pensar.
En esta semana, propongámonos hacer el bien a algunos de los ancianos que son parte de nuestra comunidad. Démosles gracias porque enriquecen nuestra vida con su presencia. Que ellos sepan, sin lugar a duda, que no han sido relegados al olvido.
Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás (reverenciarás). Yo soy el SEÑOR.
Levítico 19.32 NBLH
La lectura del libro de Levítico muchas veces resulta tediosa por la larga lista de instrucciones que contiene. Si logramos, sin embargo, insertarnos en el contexto en que fue escrito, podremos encontrar en él una gran riqueza. Las directivas que transmite Moisés al pueblo nos permiten, como siempre, ver algo del corazón de Dios.
Debemos recordar que Israel no poseía una clara identidad como nación. Durante cuatrocientos años habían convivido a la par de los egipcios. Luego de la muerte de José, la buena voluntad de este pueblo hacia los descendientes de Abraham comenzó a disiparse y, finalmente, acabaron sirviendo como esclavos del faraón.
Es aquel, entonces, el pueblo que Moisés saca de Egipto. Era una multitud que debía construir, de la mano del Señor, una nueva identidad. El fundamento lo provee esta declaración: «si me obedecen y cumplen mi pacto, ustedes serán mi tesoro especial entre todas las naciones de la tierra; porque toda la tierra me pertenece. Ustedes serán mi reino de sacerdotes, mi nación santa» (Éxodo 19.5-6, NTV).
El Señor los llama a una vida en la que todas las esferas de su existencia cotidiana deben ajustarse a los parámetros de ser un reino de sacerdotes, una nación santa. Por eso existe el libro de Levítico, con sus minuciosas instrucciones para cada faceta de la vida. No bastaba con simplemente modificar el estilo de vida que habían practicado en Egipto; debían experimentar una radical transformación cultural.
Entre las muchas indicaciones que les deja Moisés, encontramos la del texto de hoy, referida a la actitud hacia los ancianos. He escogido reflexionar sobre este texto porque en la cultura occidental los ancianos reciben poca honra. Se les mira con cierta lástima, y es raro que alguien celebre la sabiduría y la experiencia que son el fruto de toda una vida de sacrificio y esfuerzo.
La cultura bíblica posee una perspectiva completamente diferente ante los ancianos. Declara que «la gloria de los jóvenes es su fuerza; las canas de la experiencia son el esplendor de los ancianos» (Proverbios 20.29, NTV).
Se nos manda a ponernos en pie en presencia de los mayores, en señal de respeto y reconocimiento, porque Dios honra a los ancianos.
Este gesto está pasado de moda. En otros tiempos, uno se inclinaba ante los ancianos o hacía silencio, pero nuestra cultura utilitaria los ha relegado a ser reliquias del pasado.
Entre los que somos parte del pueblo de Dios, sin embargo, no debe ser así. Cuando un anciano llega a nuestro hogar o entra al lugar donde estamos congregados, deberíamos ponernos de pie y apresurarnos a prestarles el servicio que se merecen. Lo hacemos, como señala el texto, no solamente a modo de honra, sino porque es una de las muchas maneras en que expresamos nuestro amor hacia Dios. Los amamos a ellos porque el Señor los ama de manera especial.
Para pensar.
En esta semana, propongámonos hacer el bien a algunos de los ancianos que son parte de nuestra comunidad. Démosles gracias porque enriquecen nuestra vida con su presencia. Que ellos sepan, sin lugar a duda, que no han sido relegados al olvido.
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