Mas alla del asombro

Más allá del asombro

 

Observen las naciones; ¡mírenlas y asómbrense! Pues estoy haciendo algo en sus propios días, algo que no creerían aun si alguien les dijera.   Habacuc 1.5

 

Hace unos días veía un video de una mujer valiente, en Alemania, que se atrevió a interrumpir una ceremonia musulmana celebrada en la misma iglesia donde nació la Reforma con Lutero.



Desde un palco, esta heroína no dudó en declarar, a viva voz, que los alemanes no son musulmanes y que Alemania es de Cristo.

El video incluía una entrevista en la que un periodista le preguntaba, a esta mujer, qué se proponía con ese gesto. Ella le confesó que con algunas personas estaban orando por una poderosa visitación de Dios en su país. El periodista, preso de la incredulidad, le respondió:

«¿Y cree que usted sola puede realmente lograr un cambio en Alemania?».

La mujer no dudó en declarar: «¡Para mi Dios… no existe absolutamente nada imposible!».



¡Qué refrescante e inspirador escuchar a alguien que no solamente posee semejante convicción, sino que actúa conforme a esa certeza!



Mi observación es que en la iglesia muchas veces seguimos a un dios para el cual demasiadas cosas le resultan muy complicadas. Es un dios que apenas posee algunas cualidades mejores que las nuestras. Por supuesto, no tenemos ninguna dificultad para alinearnos con la doctrina de un Dios Todopoderoso, pero nuestras oraciones y nuestro proceder revelan que el dios al que seguimos es bastante débil.



Habacuc luchaba con la sensación de descontrol que veía a su alrededor, un mundo sumergido en el caos. Le preguntó a Dios qué estaba ocurriendo y el Señor le respondió con el versículo que hoy consideramos. La situación no había escapado al control del Todopoderoso, pero la obra que estaba realizando era tan difícil de dimensionar que no la creerían si alguien se los relatara. ¡Ni aun viéndola escaparían del asombro!



Esa sensación de asombro es precisamente la más clara evidencia de cuán limitado consideramos que es Dios. De vez en cuando, sin embargo, nos cruzamos con alguien que ha perdido la capacidad de asombro, no porque no le crea a Dios, sino porque ha entendido que el Altísimo no es una versión mejorada del ser humano.



Es enteramente diferente a nosotros y, por esto, puede hacer lo que nosotros ni siquiera logramos imaginar.

El apóstol Pablo era esta clase de persona. En la doxología de la carta de Efesios, escribe: «Y ahora, que toda la gloria sea para Dios, quien puede lograr mucho más de lo que pudiéramos pedir o incluso imaginar mediante su gran poder, que actúa en nosotros» (3.20).



Lo había visto con sus propios ojos. Lo creía con todo su corazón. Lo proclamaba en su ministerio. Y oraba para que otros se contagiaran de la misma convicción, de manera que surgiera sobre la faz de la Tierra una iglesia atrevida, osada, audaz, con proyectos que despertarían risotadas y burlas en quienes las escuchaban. El avance del reino siempre ha sido el resultado de las acciones de los valientes que se atrevieron a creer en lo imposible.



Para pensar

La medida de nuestra fe está directamente relacionada con la idea que tenemos de quién es Dios.

¿Será hora de revisar nuestros conceptos, para «liberar» todo el potencial del Señor en nuestro medio?


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