Cuando reina el miedo
Cuando reina el miedo
Elías tuvo miedo y huyó para salvar su vida. 1 Reyes 19.3
No podemos evitar la sensación de sorpresa ante la reacción de Elías. Este es el mismo varón que desafió a cuatrocientos profetas del poderoso dios Baal que esclavizaba la vida de los israelitas. No solamente fue el instrumento escogido para una dramática demostración del poder de Dios, sino que también supervisó personalmente la destrucción de estos agoreros. El cáncer que representaba la adoración de Baal fue erradicado de Israel de un plumazo.
Posiblemente Elías se relajó después de semejante victoria y se dio el lujo de bajar la guardia. O, quizás, simplemente quedó agotado por el desgaste espiritual que implicó semejante confrontación. El hecho es que no tardó en presentarse una nueva amenaza, esta vez proveniente de la malvada esposa del rey. Desquiciada por la humillación sufrida, juró ponerle fin a la vida de Elías. La valentía del profeta se vino abajo en un instante, el miedo se apoderó de su corazón y se echó a correr.
El temor desplaza la fe y paraliza la razón.
Es el disparador de respuestas instintivas que no poseen ninguna lógica. Si no intervenimos para sujetarnos al Señor, podemos dar por garantizado que acabaremos haciendo lo malo.
¡Cuántos estragos ha producido el temor en los personajes que son parte de la historia del pueblo de Dios!
Por temor, Abraham, frente a la hambruna en Canaán, bajó a Egipto y terminó enredado en un desastroso pleito con el faraón.
Por temor, los hijos de Jacob le mintieron acerca del destino de José y lo condenaron a un luto sin fin.
Por temor al faraón, Moisés intentó persuadir al Señor de no enviarlo de vuelta a Egipto.
Por temor, los diez espías convencieron al pueblo a rebelarse contra Dios.
Por temor, Saúl se tomó la atribución de ofrecer un sacrificio que no le estaba permitido.
Por temor, los israelitas permanecieron paralizados ante el gigante Goliat.
Por temor, Herodes asesinó a todos los niños menores de dos años de Israel.
Por temor, Pedro se hundió en el mar.
Por temor, los discípulos negaron al Señor.
Por temor, Ananías no quiso visitar a Saulo.
Lo mismo acontece en nuestra vida.
Por temor, no confesamos a Cristo, no decimos la verdad, no confrontamos al que está en pecado, no ofrendamos como debemos, no respondemos a la Palabra del Señor.
El problema no radica en el temor; este es una respuesta natural ante algo que percibimos como una amenaza. Pero, al igual que otras emociones, el temor debe ser sujetado a Dios, porque es mal consejero. Jesús, en Getsemaní, luchó por sujetar la angustia de la cruz a la voluntad del Padre.
No te desanimes porque sientes miedo.
No puedes evitar el temor, pero sí lo puedes colocar a los pies de Cristo. Si te detienes ante su trono por un instante, escucharás las mismas palabras que él ha compartido con su pueblo a lo largo de los siglos:
«No temas. Yo estoy contigo».
Para pensar
«La preocupación es el asalto de pensamientos ineficientes que se remolinean alrededor del miedo». Corrie Ten Boom
Elías tuvo miedo y huyó para salvar su vida. 1 Reyes 19.3
No podemos evitar la sensación de sorpresa ante la reacción de Elías. Este es el mismo varón que desafió a cuatrocientos profetas del poderoso dios Baal que esclavizaba la vida de los israelitas. No solamente fue el instrumento escogido para una dramática demostración del poder de Dios, sino que también supervisó personalmente la destrucción de estos agoreros. El cáncer que representaba la adoración de Baal fue erradicado de Israel de un plumazo.
Posiblemente Elías se relajó después de semejante victoria y se dio el lujo de bajar la guardia. O, quizás, simplemente quedó agotado por el desgaste espiritual que implicó semejante confrontación. El hecho es que no tardó en presentarse una nueva amenaza, esta vez proveniente de la malvada esposa del rey. Desquiciada por la humillación sufrida, juró ponerle fin a la vida de Elías. La valentía del profeta se vino abajo en un instante, el miedo se apoderó de su corazón y se echó a correr.
El temor desplaza la fe y paraliza la razón.
Es el disparador de respuestas instintivas que no poseen ninguna lógica. Si no intervenimos para sujetarnos al Señor, podemos dar por garantizado que acabaremos haciendo lo malo.
¡Cuántos estragos ha producido el temor en los personajes que son parte de la historia del pueblo de Dios!
Por temor, Abraham, frente a la hambruna en Canaán, bajó a Egipto y terminó enredado en un desastroso pleito con el faraón.
Por temor, los hijos de Jacob le mintieron acerca del destino de José y lo condenaron a un luto sin fin.
Por temor al faraón, Moisés intentó persuadir al Señor de no enviarlo de vuelta a Egipto.
Por temor, los diez espías convencieron al pueblo a rebelarse contra Dios.
Por temor, Saúl se tomó la atribución de ofrecer un sacrificio que no le estaba permitido.
Por temor, los israelitas permanecieron paralizados ante el gigante Goliat.
Por temor, Herodes asesinó a todos los niños menores de dos años de Israel.
Por temor, Pedro se hundió en el mar.
Por temor, los discípulos negaron al Señor.
Por temor, Ananías no quiso visitar a Saulo.
Lo mismo acontece en nuestra vida.
Por temor, no confesamos a Cristo, no decimos la verdad, no confrontamos al que está en pecado, no ofrendamos como debemos, no respondemos a la Palabra del Señor.
El problema no radica en el temor; este es una respuesta natural ante algo que percibimos como una amenaza. Pero, al igual que otras emociones, el temor debe ser sujetado a Dios, porque es mal consejero. Jesús, en Getsemaní, luchó por sujetar la angustia de la cruz a la voluntad del Padre.
No te desanimes porque sientes miedo.
No puedes evitar el temor, pero sí lo puedes colocar a los pies de Cristo. Si te detienes ante su trono por un instante, escucharás las mismas palabras que él ha compartido con su pueblo a lo largo de los siglos:
«No temas. Yo estoy contigo».
Para pensar
«La preocupación es el asalto de pensamientos ineficientes que se remolinean alrededor del miedo». Corrie Ten Boom
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