Me importa poco
Me importa poco
En cuanto a mí, me importa muy poco cómo me califiquen ustedes o cualquier autoridad humana. Ni siquiera confío en mi propio juicio en este sentido. 1 Corintios 4.3
El Dr. Jaime Wilder, ha dedicado años de su vida al estudio de los procesos de desarrollo del ser humano. Él señala que en un mundo ideal nuestras primeras experiencias dentro del seno familiar estarían repletas de experiencias de gozo. La abundancia de gozo es absolutamente esencial para que crezcamos sanos y podamos, más adelante, enfrentarnos con éxito a los desafíos de la vida.
En un mundo caído, sin embargo, rápidamente descubrimos que algunas actitudes y comportamientos son censurados por los de nuestro entorno íntimo. Quizás no se nos permite llorar, desaparecen las expresiones físicas de afecto o ciertos temas no pueden ser abordados con transparencia en las conversaciones.
Nuestra reacción es comenzar a construir una máscara que esconde aquello en nosotros que resulta ser desagradable a los demás. De este modo, crecemos empleando la máscara para encubrir nuestro verdadero yo.
El problema es que mantener la máscara requiere mucho esfuerzo y tiempo. Resulta agotador no poder bajar la guardia y tener que aparentar lo que uno no es. Vivir escondiendo ciertas facetas de mi persona se torna un ejercicio cada vez más trabajoso. No obstante, el afán de quedar bien ante los demás nos impulsa cruelmente. El miedo al «¿qué dirán?» nos lleva a hacer cosas que carecen de autenticidad y convicción.
El apóstol Pablo nos sorprende por su total indiferencia ante el «¿qué dirán?». «Lo que ustedes piensan de mí», les escribe a los corintios, «me tiene sin cuidado» (paráfrasis). ¡Cuánta libertad encontramos en esa frase! Arribar a un lugar en la vida donde ya no vivamos esclavizados a las opiniones de los demás es una verdadera bendición.
Pablo, sin embargo, lleva esta postura un paso más allá, al decir: «lo que yo pienso de mí mismo también me tiene sin cuidado» (paráfrasis). Claro, la persona a quien no le importa la opinión de los demás, pero le da demasiada importancia a su propia opinión, no es más que un ególatra. El apóstol ha comprendido que ninguna opinión humana tiene verdadero peso, incluyendo la propia. Sabe que su lectura de quién es, indefectiblemente estará empañada por el engaño del pecado.
Ante esta realidad, Pablo se apoya sobre la única opinión que es confiable: la del Señor. Solamente nuestro buen Padre celestial nos ve tal cual somos. Solamente él posee la capacidad de discernir lo que el engaño de nuestro propio corazón no nos permite ver.
Cuando comprendemos que la base de nuestra identidad no es lo que dicen los demás de uno, ni lo que uno dice de sí mismo, hemos arribado a un lugar de paz indescriptible. Disfrutamos de una libertad gloriosa, porque ya no estamos atados a la necesidad de vivir tratando de impresionar. Nuestro Dios nos aprueba porque su Hijo ha presentado evidencias irrefutables a nuestro favor. ¡Bendita aprobación celestial!
Para pensar.
«Entonces, ¿quién nos condenará?
Nadie, porque Cristo Jesús murió por nosotros y resucitó por nosotros, y está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios, e intercede por nosotros». Romanos 8.34
En cuanto a mí, me importa muy poco cómo me califiquen ustedes o cualquier autoridad humana. Ni siquiera confío en mi propio juicio en este sentido. 1 Corintios 4.3
El Dr. Jaime Wilder, ha dedicado años de su vida al estudio de los procesos de desarrollo del ser humano. Él señala que en un mundo ideal nuestras primeras experiencias dentro del seno familiar estarían repletas de experiencias de gozo. La abundancia de gozo es absolutamente esencial para que crezcamos sanos y podamos, más adelante, enfrentarnos con éxito a los desafíos de la vida.
En un mundo caído, sin embargo, rápidamente descubrimos que algunas actitudes y comportamientos son censurados por los de nuestro entorno íntimo. Quizás no se nos permite llorar, desaparecen las expresiones físicas de afecto o ciertos temas no pueden ser abordados con transparencia en las conversaciones.
Nuestra reacción es comenzar a construir una máscara que esconde aquello en nosotros que resulta ser desagradable a los demás. De este modo, crecemos empleando la máscara para encubrir nuestro verdadero yo.
El problema es que mantener la máscara requiere mucho esfuerzo y tiempo. Resulta agotador no poder bajar la guardia y tener que aparentar lo que uno no es. Vivir escondiendo ciertas facetas de mi persona se torna un ejercicio cada vez más trabajoso. No obstante, el afán de quedar bien ante los demás nos impulsa cruelmente. El miedo al «¿qué dirán?» nos lleva a hacer cosas que carecen de autenticidad y convicción.
El apóstol Pablo nos sorprende por su total indiferencia ante el «¿qué dirán?». «Lo que ustedes piensan de mí», les escribe a los corintios, «me tiene sin cuidado» (paráfrasis). ¡Cuánta libertad encontramos en esa frase! Arribar a un lugar en la vida donde ya no vivamos esclavizados a las opiniones de los demás es una verdadera bendición.
Pablo, sin embargo, lleva esta postura un paso más allá, al decir: «lo que yo pienso de mí mismo también me tiene sin cuidado» (paráfrasis). Claro, la persona a quien no le importa la opinión de los demás, pero le da demasiada importancia a su propia opinión, no es más que un ególatra. El apóstol ha comprendido que ninguna opinión humana tiene verdadero peso, incluyendo la propia. Sabe que su lectura de quién es, indefectiblemente estará empañada por el engaño del pecado.
Ante esta realidad, Pablo se apoya sobre la única opinión que es confiable: la del Señor. Solamente nuestro buen Padre celestial nos ve tal cual somos. Solamente él posee la capacidad de discernir lo que el engaño de nuestro propio corazón no nos permite ver.
Cuando comprendemos que la base de nuestra identidad no es lo que dicen los demás de uno, ni lo que uno dice de sí mismo, hemos arribado a un lugar de paz indescriptible. Disfrutamos de una libertad gloriosa, porque ya no estamos atados a la necesidad de vivir tratando de impresionar. Nuestro Dios nos aprueba porque su Hijo ha presentado evidencias irrefutables a nuestro favor. ¡Bendita aprobación celestial!
Para pensar.
«Entonces, ¿quién nos condenará?
Nadie, porque Cristo Jesús murió por nosotros y resucitó por nosotros, y está sentado en el lugar de honor, a la derecha de Dios, e intercede por nosotros». Romanos 8.34
No Comments