Valen oro
Valen oro
Muchos se dicen ser amigos fieles, ¿pero ¿quién podrá encontrar uno realmente digno de confianza?
Proverbios 20.6
En algunos de mis escritos he mencionado la tristeza que me produce escuchar a hermanos que, por diversos motivos, han dejado de asistir a una congregación. El comentario siempre revela la misma consternación: «Fui parte de esa congregación durante veinte años y, sin embargo, el día que no aparecí más ni una sola persona se acercó, ni buscó la forma de comunicarse conmigo para preguntarme qué me sucedía».
Independiente de los motivos, que no viene al caso analizar, el desconsuelo que expresan estas personas tiene que ver con la desilusión de descubrir que una realidad que tenían por segura no era más que una ilusión. Y nadie parece tener tanta capacidad para construir estas ilusiones como los que somos parte del cuerpo de Cristo.
Mientras nos vemos las caras, semana tras semana, nos derramamos en expresiones de afecto y cariño los unos por los otros. Todo pareciera indicar que gozamos de vínculos a prueba de fuego.
Estos vínculos de afecto, sin embargo, son tan frágiles que se quiebran por el mero hecho de dejar de verse un día por semana. Las personas que ya no asisten a nuestras reuniones rápidamente pasan al olvido, mostrando cuán superficial era el vínculo que nos unía a ellos.
El hecho es que nada expone con tanta crueldad la verdadera condición de nuestras amistades como las pruebas. En tiempos de dificultad podemos diferenciar a los que son amigos incondicionales de aquellos que son simples «conocidos».
El autor de Proverbios intenta ayudarnos a entender que los buenos amigos no son fáciles de encontrar. La mayoría de las personas que conocemos jamás pasarán al plano de la buena amistad.
No es realista pensar que tendremos muchos buenos amigos. La gran mayoría de personas solamente tiene cuatro o cinco amigos que lo son siempre, sin importar la situación que estén atravesando. Son la clase de personas con las que podemos construir el mismo compromiso que disfrutaban Jonatán y David, una de las más preciosas amistades que describe la Palabra. Y precisamente porque eran amigos, siguieron unidos aun cuando ya no existía la posibilidad de verse las caras.
El texto de hoy nos invita a algunas conclusiones.
La primera consiste:
En tener expectativas realistas acerca de lo que podemos esperar de nuestros hermanos en la fe. La gran mayoría nunca saldrá del plano de «conocidos», y no hay nada de malo con esto. Nosotros también seremos «conocidos» para algunos de ellos.
En segundo lugar.
Contar con un puñado de amigos nos convierte en personas bendecidas en gran manera.
Un buen amigo es un regalo tan precioso como la vida misma. No desperdiciemos las oportunidades que Dios nos da para expresarles a estos amigos nuestra gratitud por el amor que nos han extendido.
Para pensar.
La tercera conclusión
Es que el proverbio nos inquieta a preguntarnos si nosotros podremos asumir el compromiso de ser amigos para algunos. Es un llamado sagrado y exigirá de nosotros un sacrificio importante. Los frutos que cosecharemos de extender el regalo de la amistad a otros, sin embargo, son abundantes. Trabajemos para ser algo más que «conocidos» en la vida de aquellos que Dios pone en nuestro camino.
Muchos se dicen ser amigos fieles, ¿pero ¿quién podrá encontrar uno realmente digno de confianza?
Proverbios 20.6
En algunos de mis escritos he mencionado la tristeza que me produce escuchar a hermanos que, por diversos motivos, han dejado de asistir a una congregación. El comentario siempre revela la misma consternación: «Fui parte de esa congregación durante veinte años y, sin embargo, el día que no aparecí más ni una sola persona se acercó, ni buscó la forma de comunicarse conmigo para preguntarme qué me sucedía».
Independiente de los motivos, que no viene al caso analizar, el desconsuelo que expresan estas personas tiene que ver con la desilusión de descubrir que una realidad que tenían por segura no era más que una ilusión. Y nadie parece tener tanta capacidad para construir estas ilusiones como los que somos parte del cuerpo de Cristo.
Mientras nos vemos las caras, semana tras semana, nos derramamos en expresiones de afecto y cariño los unos por los otros. Todo pareciera indicar que gozamos de vínculos a prueba de fuego.
Estos vínculos de afecto, sin embargo, son tan frágiles que se quiebran por el mero hecho de dejar de verse un día por semana. Las personas que ya no asisten a nuestras reuniones rápidamente pasan al olvido, mostrando cuán superficial era el vínculo que nos unía a ellos.
El hecho es que nada expone con tanta crueldad la verdadera condición de nuestras amistades como las pruebas. En tiempos de dificultad podemos diferenciar a los que son amigos incondicionales de aquellos que son simples «conocidos».
El autor de Proverbios intenta ayudarnos a entender que los buenos amigos no son fáciles de encontrar. La mayoría de las personas que conocemos jamás pasarán al plano de la buena amistad.
No es realista pensar que tendremos muchos buenos amigos. La gran mayoría de personas solamente tiene cuatro o cinco amigos que lo son siempre, sin importar la situación que estén atravesando. Son la clase de personas con las que podemos construir el mismo compromiso que disfrutaban Jonatán y David, una de las más preciosas amistades que describe la Palabra. Y precisamente porque eran amigos, siguieron unidos aun cuando ya no existía la posibilidad de verse las caras.
El texto de hoy nos invita a algunas conclusiones.
La primera consiste:
En tener expectativas realistas acerca de lo que podemos esperar de nuestros hermanos en la fe. La gran mayoría nunca saldrá del plano de «conocidos», y no hay nada de malo con esto. Nosotros también seremos «conocidos» para algunos de ellos.
En segundo lugar.
Contar con un puñado de amigos nos convierte en personas bendecidas en gran manera.
Un buen amigo es un regalo tan precioso como la vida misma. No desperdiciemos las oportunidades que Dios nos da para expresarles a estos amigos nuestra gratitud por el amor que nos han extendido.
Para pensar.
La tercera conclusión
Es que el proverbio nos inquieta a preguntarnos si nosotros podremos asumir el compromiso de ser amigos para algunos. Es un llamado sagrado y exigirá de nosotros un sacrificio importante. Los frutos que cosecharemos de extender el regalo de la amistad a otros, sin embargo, son abundantes. Trabajemos para ser algo más que «conocidos» en la vida de aquellos que Dios pone en nuestro camino.
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