Las moradas de Dios
Las moradas de Dios
Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: «Yo habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos». Isaías 57.15 NBLH
Este maravilloso texto aparece en medio de un pasaje que condena con severidad la infatuación de Israel con los ídolos.
El profeta enumera las abominables prácticas que llevaban adelante para congraciarse con los dioses que representaban.
En medio de esa denuncia, el Señor extiende, como es su costumbre, una invitación a que Israel vuelva a la comunión con él.
La forma en que se presenta el Señor nos recuerda aquella extraordinaria visión de Isaías en el inicio de su ministerio. En ella vio «al Señor sentado sobre un trono alto y sublime» (Isaías 6.1).
Entiendo que esto no hace alusión a una distancia física, sino a la excelencia moral que lo separa del hombre. Su santidad lo ubica en un espacio donde no existe ninguna de las manifestaciones de maldad que acompañan nuestro propio peregrinaje.
Él habita «en la eternidad», nos dice la Nueva Traducción Viviente. Es aquella dimensión de la vida en la que no existe noción del tiempo, donde el presente es perpetuo.
Esa sencilla declaración pareciera ubicar a Dios más allá del alcance de cualquier aspiración que tengamos por conocerlo. Su exaltación, sin embargo, es diferente a la que ostentan los ricos y famosos que conocemos en este mundo. Aquellos que han llegado a posiciones de cierto renombre tienden a distanciarse cada vez más de los habitantes más humildes de la tierra.
Se rodean de lujos y viven estilos de vida que son radicalmente diferentes a las luchas y los sufrimientos de la vasta mayoría de los habitantes de la Tierra.
Lo misterioso de Dios es que también habita con los contritos y humildes de espíritu. Su grandeza no lo excluye de morar entre los más insignificantes de la Tierra.
La palabra «contrito» hace referencia a la persona quebrantada. Debo aclarar, sin embargo, que no se trata de cualquier quebrantado, sino de aquellas personas quebradas por el peso de su propio pecado.
La maldad que hay en su propio corazón les produce una profunda tristeza. Del mismo modo, «el humilde» hace referencia a todos aquellos que, sin importar los logros que hayan alcanzado, poseen una correcta perspectiva acerca de sí mismos frente a la majestad de Dios. Toda su grandeza no es más que la manifestación de la gracia del Señor en sus vidas.
El Señor no solamente se deleita en vivir con estos quebrantados, sino que también lleva a cabo una obra de restauración en sus vidas. Lo mueve el deseo de que sus espíritus recuperen la belleza y la profundidad de vida para las cuales fueron creados.
Estas son las personas que acaban experimentando la más radical transformación, pues el privilegio de rozarse con el Altísimo irremediablemente deja rastros de su presencia en sus vidas y un irresistible aroma de santidad.
Para pensar.
«Dios bendice a los que lloran, porque serán consolados. Dios bendice a los que son humildes, porque heredarán toda la tierra». Mateo 5.4-5 NTV
Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: «Yo habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos». Isaías 57.15 NBLH
Este maravilloso texto aparece en medio de un pasaje que condena con severidad la infatuación de Israel con los ídolos.
El profeta enumera las abominables prácticas que llevaban adelante para congraciarse con los dioses que representaban.
En medio de esa denuncia, el Señor extiende, como es su costumbre, una invitación a que Israel vuelva a la comunión con él.
La forma en que se presenta el Señor nos recuerda aquella extraordinaria visión de Isaías en el inicio de su ministerio. En ella vio «al Señor sentado sobre un trono alto y sublime» (Isaías 6.1).
Entiendo que esto no hace alusión a una distancia física, sino a la excelencia moral que lo separa del hombre. Su santidad lo ubica en un espacio donde no existe ninguna de las manifestaciones de maldad que acompañan nuestro propio peregrinaje.
Él habita «en la eternidad», nos dice la Nueva Traducción Viviente. Es aquella dimensión de la vida en la que no existe noción del tiempo, donde el presente es perpetuo.
Esa sencilla declaración pareciera ubicar a Dios más allá del alcance de cualquier aspiración que tengamos por conocerlo. Su exaltación, sin embargo, es diferente a la que ostentan los ricos y famosos que conocemos en este mundo. Aquellos que han llegado a posiciones de cierto renombre tienden a distanciarse cada vez más de los habitantes más humildes de la tierra.
Se rodean de lujos y viven estilos de vida que son radicalmente diferentes a las luchas y los sufrimientos de la vasta mayoría de los habitantes de la Tierra.
Lo misterioso de Dios es que también habita con los contritos y humildes de espíritu. Su grandeza no lo excluye de morar entre los más insignificantes de la Tierra.
La palabra «contrito» hace referencia a la persona quebrantada. Debo aclarar, sin embargo, que no se trata de cualquier quebrantado, sino de aquellas personas quebradas por el peso de su propio pecado.
La maldad que hay en su propio corazón les produce una profunda tristeza. Del mismo modo, «el humilde» hace referencia a todos aquellos que, sin importar los logros que hayan alcanzado, poseen una correcta perspectiva acerca de sí mismos frente a la majestad de Dios. Toda su grandeza no es más que la manifestación de la gracia del Señor en sus vidas.
El Señor no solamente se deleita en vivir con estos quebrantados, sino que también lleva a cabo una obra de restauración en sus vidas. Lo mueve el deseo de que sus espíritus recuperen la belleza y la profundidad de vida para las cuales fueron creados.
Estas son las personas que acaban experimentando la más radical transformación, pues el privilegio de rozarse con el Altísimo irremediablemente deja rastros de su presencia en sus vidas y un irresistible aroma de santidad.
Para pensar.
«Dios bendice a los que lloran, porque serán consolados. Dios bendice a los que son humildes, porque heredarán toda la tierra». Mateo 5.4-5 NTV
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