Toda la palabra
Toda la Palabra
Está bien —contestó Jeremías—, oraré al SEÑOR su Dios, como me lo han pedido, y les diré todo lo que él diga. No les ocultaré nada. Jeremías 42.4
Necesitamos conocer un poco el contexto para entender el compromiso que asumió Jeremías con el pequeño remanente que aún vivía en tierras de Judá. Un puñado de rebeldes habían asesinado al gobernador que instalaron los babilonios luego de saquear Jerusalén. Este remanente logró sofocar una rebelión y acabar con la vida de sus líderes, pero tenían sobrados motivos para temer una durísima represalia por parte del ejército caldeo. Ante el miedo decidieron, como tantos en otras generaciones, huir hacia Egipto. Allí estarían seguros y podrían iniciar una nueva vida.
En un momento de lucidez, sin embargo, recordaron que la forma correcta de moverse, como pueblo de Dios, consiste primeramente en buscar dirección de lo alto. Acudieron al profeta Jeremías —cuya autoridad espiritual había quedado demostrada de manera contundente con la caída de Jerusalén— para que él consultara al Señor a favor de ellos. El texto de hoy contiene la respuesta que el profeta les dio.
Jeremías llevaba largos años ministrando como vocero de Dios. La experiencia le había enseñado que no siempre sería portador de los mensajes que la gente quería escuchar. En reiteradas ocasiones la palabra que el Señor le daba iba directamente en contra de las aspiraciones del pueblo. Por esto, había sufrido escarnio, injurias, persecución y prisiones. No obstante, entendía que no estaba en sus manos elegir qué mensaje transmitir. Él era apenas un vehículo para que la Palabra de Dios llegara a los oídos de aquellos a quienes había sido enviada.
La aclaración de Jeremías sirve de advertencia al grupo que había venido a consultarlo. Era muy posible que el Señor revelara algo que echara a perder los planes que tenían. El profeta quería que ellos tuvieran en claro que corrían ese riesgo, pero él no iba a comprometer el mensaje para quedar bien con ellos.
Encuentro gran inspiración en la postura de Jeremías. Hemos sido llamados a hablar toda la Palabra de Dios a aquellos que el Señor cruza por nuestro camino, sin ocultar nada. Este relato me anima a ser fiel al Dios que me ha llamado, aun cuando corre peligro mi buena reputación.
Este recordatorio es de especial importancia en estos tiempos en los cuales cada uno acomoda el mensaje a su parecer. Escogemos la parte de la Palabra que nos gusta y convenientemente pasamos por alto aquellas porciones que nos desafían o incomodan.
Cuando observamos el ministerio de Jesús, es llamativo el número de veces que describió, sin disfrazar nada, el precio que iban a pagar los discípulos por seguir al Mesías. La aparente dureza de sus palabras llevó a que muchos dejaran de seguirle (Juan 6.66). Del mismo modo procedía el apóstol Pablo, como lo hizo con los tesalonicenses: «cuando estábamos con ustedes, les advertimos que las dificultades pronto llegarían, y así sucedió, como bien saben» (1 Tesalonicenses 3.4).
Para pensar.
Seamos fieles mensajeros a la hora de transmitir la Palabra. No caigamos en la soberbia de agregarle nada, ni tampoco cometamos la imprudencia de restarle algo. Soltemos la Palabra tal cual la recibimos, y dejemos que el Espíritu haga su trabajo en los corazones de quienes la escuchan.
Está bien —contestó Jeremías—, oraré al SEÑOR su Dios, como me lo han pedido, y les diré todo lo que él diga. No les ocultaré nada. Jeremías 42.4
Necesitamos conocer un poco el contexto para entender el compromiso que asumió Jeremías con el pequeño remanente que aún vivía en tierras de Judá. Un puñado de rebeldes habían asesinado al gobernador que instalaron los babilonios luego de saquear Jerusalén. Este remanente logró sofocar una rebelión y acabar con la vida de sus líderes, pero tenían sobrados motivos para temer una durísima represalia por parte del ejército caldeo. Ante el miedo decidieron, como tantos en otras generaciones, huir hacia Egipto. Allí estarían seguros y podrían iniciar una nueva vida.
En un momento de lucidez, sin embargo, recordaron que la forma correcta de moverse, como pueblo de Dios, consiste primeramente en buscar dirección de lo alto. Acudieron al profeta Jeremías —cuya autoridad espiritual había quedado demostrada de manera contundente con la caída de Jerusalén— para que él consultara al Señor a favor de ellos. El texto de hoy contiene la respuesta que el profeta les dio.
Jeremías llevaba largos años ministrando como vocero de Dios. La experiencia le había enseñado que no siempre sería portador de los mensajes que la gente quería escuchar. En reiteradas ocasiones la palabra que el Señor le daba iba directamente en contra de las aspiraciones del pueblo. Por esto, había sufrido escarnio, injurias, persecución y prisiones. No obstante, entendía que no estaba en sus manos elegir qué mensaje transmitir. Él era apenas un vehículo para que la Palabra de Dios llegara a los oídos de aquellos a quienes había sido enviada.
La aclaración de Jeremías sirve de advertencia al grupo que había venido a consultarlo. Era muy posible que el Señor revelara algo que echara a perder los planes que tenían. El profeta quería que ellos tuvieran en claro que corrían ese riesgo, pero él no iba a comprometer el mensaje para quedar bien con ellos.
Encuentro gran inspiración en la postura de Jeremías. Hemos sido llamados a hablar toda la Palabra de Dios a aquellos que el Señor cruza por nuestro camino, sin ocultar nada. Este relato me anima a ser fiel al Dios que me ha llamado, aun cuando corre peligro mi buena reputación.
Este recordatorio es de especial importancia en estos tiempos en los cuales cada uno acomoda el mensaje a su parecer. Escogemos la parte de la Palabra que nos gusta y convenientemente pasamos por alto aquellas porciones que nos desafían o incomodan.
Cuando observamos el ministerio de Jesús, es llamativo el número de veces que describió, sin disfrazar nada, el precio que iban a pagar los discípulos por seguir al Mesías. La aparente dureza de sus palabras llevó a que muchos dejaran de seguirle (Juan 6.66). Del mismo modo procedía el apóstol Pablo, como lo hizo con los tesalonicenses: «cuando estábamos con ustedes, les advertimos que las dificultades pronto llegarían, y así sucedió, como bien saben» (1 Tesalonicenses 3.4).
Para pensar.
Seamos fieles mensajeros a la hora de transmitir la Palabra. No caigamos en la soberbia de agregarle nada, ni tampoco cometamos la imprudencia de restarle algo. Soltemos la Palabra tal cual la recibimos, y dejemos que el Espíritu haga su trabajo en los corazones de quienes la escuchan.
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