Hacia la pureza

Hacia la pureza
 
La voluntad de Dios es que sean santos, entonces aléjense de todo pecado sexual. Como resultado cada uno controlará su propio cuerpo y vivirá en santidad y honor, no en pasiones sensuales como viven los paganos. 1 Tesalonicenses 4.3-5

Hace unos días, leí un artículo en uno de los diarios más conocidos de Argentina. Aunque el tema que aborda no es nuevo, las estadísticas volvieron a disparar las alarmas ante lo que aparenta ser un verdadero aluvión de inmoralidad.
Según este artículo, el 80 por ciento de la población que navega en Internet mira pornografía, y la gran mayoría de estos usuarios lo hace en solitario. La facilidad con que se accede a imágenes de contenido pornográfico nos ha llevado a enfrentarnos a índices de adicción sexual de proporciones jamás conocidas por el ser humano hasta este momento.
La inmoralidad sexual, sin embargo, no es una característica solo de estos tiempos. En la cultura griega se asumía que el hombre buscaría ciertos placeres fuera de su propio matrimonio. Consideraban que la abstinencia sexual imponía una carga indebida sobre los instintos naturales del ser humano. Por esto, Pablo se siente en la obligación de marcar algunas pautas en cuanto a la vida sexual de los que caminan con Cristo.
Emplea un término llamativo, para ir en pos de la santidad, que la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy intenta traducir con la enigmática expresión «que cada uno de ustedes sepa cómo poseer (tener) su propio vaso».
Lo que sucede es que el apóstol emplea un verbo que significa procurar, comprar u obtener, especialmente con esfuerzo. Era una palabra que frecuentemente se empleaba en transacciones económicas.
La frase ha sido objeto de debates a lo largo de los siglos, pero el contexto parece indicar que Pablo esperaba que los varones se esforzaran por guardar su cuerpo para Dios y la mujer con quien compartían la vida. La promiscuidad lleva a «comerciar» los deseos sexuales, por actividades que desfiguran el propósito divino para la relación entre un hombre y una mujer. El uso de este verbo en particular pareciera indicar que el apóstol entendía que la persona que optaba por la santidad debía estar dispuesta a asumir el costo de dicho compromiso.
Para avanzar en la dirección correcta es preciso recordar la secuencia del pecado que describe Santiago, en el capítulo uno de su epístola. Nadie cae en el pecado en un instante; cada pecado es el fruto final de un proceso.

Para poder combatir el pecado necesitamos identificar el primer paso en ese proceso, para cortar la semilla del mal antes de que crezca.
El hecho de que el 80% de la población usuaria de Internet mire pornografía pareciera indicar que esta batalla es imposible de ganar. Pablo, sin embargo, cree que es posible vivir en santidad en una sociedad arrastrada por la impureza moral. Armados con su misma convicción, pidamos a Dios que nos supla de la gracia necesaria para transitar por un camino distinto al de la gran mayoría de la población.

Para pensar.
«El más maravilloso secreto de la vida de santidad no radica en imitar a Cristo, sino dejar que la perfección de Cristo se manifieste en nuestros cuerpos mortales». Oswald Chambers
 
 
 
 
 
 
 
 

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