¡Deléitate en él!
¡Deléitate en él!
Deléitate en el SEÑOR, y él te concederá los deseos de tu corazón. Salmo 37.4
David ha compartido con nosotros, en un extenso salmo, algunas advertencias acerca de los peligros de caer en actitudes de ira por causa de los que practican iniquidad.
Una y otra vez nos anima a dejar a un lado nuestra obsesión con ellos, para construir una vida en torno a la persona de Dios y los designios que él ha dejado para su pueblo. Al vivir de esta manera construiremos sobre el firme fundamento que permitió a este gran rey convertirse en un hombre conforme al corazón de Jehová.
El texto de hoy resume, en cierta medida, el mensaje central del salmo, y describe, por medio de una preciosa frase, nuestra vocación como pueblo de Dios. El término «deleitarse» posee ricas connotaciones asociadas con la idea de consentirse a uno mismo, darse un gusto, recrearse en el Señor. Al pensar en estos conceptos, queda muy en claro que David no se refiere a una rutina religiosa ni al cumplimiento de una formalidad espiritual. Más bien, tiene en mente la clase de experiencia que nos podría ofrecer una puesta de sol, un magnífico panorama de las montañas, una deliciosa cena o el cálido encuentro con un amigo del alma.
En estas situaciones nos disponemos a disfrutar al máximo la experiencia, y descartamos por un momento nuestra preocupación por el paso del tiempo. El deleite que nos produce maravillarnos en la extraordinaria gama de colores que visten el cielo cuando el sol baja hacia el horizonte, por ejemplo, es tan intenso que decidimos quedarnos contemplando el cielo hasta que llega la completa oscuridad.
Del mismo modo, David espera que disfrutemos del Señor saboreando intensamente las preciosas cualidades de su persona, y recorramos con nuestro espíritu la multitud de beneficios y bendiciones que ha derramado sobre nuestra vida.
El proceso de estar con él, simplemente para disfrutarlo, producirá un beneficio adicional: los deseos de nuestro corazón nos serán concedidos. Entiendo que esto encierra dos posibilidades.
En primer lugar.
Los deseos de nuestro corazón son aquellos anhelos más profundos de nuestro ser. Quizás no coincidan con lo que, en realidad, pedimos en nuestras oraciones. El Señor, que sabe interpretar lo que deseamos decirle, responde no tanto a las palabras que contienen nuestras oraciones, sino a los sentimientos y anhelos que no sabemos expresar verbalmente.
En segundo lugar.
Esta frase se refiere al proceso de deleitarnos a diario en el Señor; lo que nos conducirá, indefectiblemente, a sentir una carga por aquellas cosas que representan los anhelos más profundos en el corazón de Dios.
Nuestros deseos, por lo tanto, acabarán alineándose a los deseos de Dios, de manera que dejaremos de pedir por aquello que, en otro tiempo, nos parecía importante. La comunión con el Señor ha reordenado las prioridades de nuestra vida, y hoy compartimos con él los anhelos que lo mueven a intervenir en los asuntos de esta Tierra.
Para pensar.
«Así que, sea que coman o beban o cualquier otra cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios».
1 Corintios 10.31
Deléitate en el SEÑOR, y él te concederá los deseos de tu corazón. Salmo 37.4
David ha compartido con nosotros, en un extenso salmo, algunas advertencias acerca de los peligros de caer en actitudes de ira por causa de los que practican iniquidad.
Una y otra vez nos anima a dejar a un lado nuestra obsesión con ellos, para construir una vida en torno a la persona de Dios y los designios que él ha dejado para su pueblo. Al vivir de esta manera construiremos sobre el firme fundamento que permitió a este gran rey convertirse en un hombre conforme al corazón de Jehová.
El texto de hoy resume, en cierta medida, el mensaje central del salmo, y describe, por medio de una preciosa frase, nuestra vocación como pueblo de Dios. El término «deleitarse» posee ricas connotaciones asociadas con la idea de consentirse a uno mismo, darse un gusto, recrearse en el Señor. Al pensar en estos conceptos, queda muy en claro que David no se refiere a una rutina religiosa ni al cumplimiento de una formalidad espiritual. Más bien, tiene en mente la clase de experiencia que nos podría ofrecer una puesta de sol, un magnífico panorama de las montañas, una deliciosa cena o el cálido encuentro con un amigo del alma.
En estas situaciones nos disponemos a disfrutar al máximo la experiencia, y descartamos por un momento nuestra preocupación por el paso del tiempo. El deleite que nos produce maravillarnos en la extraordinaria gama de colores que visten el cielo cuando el sol baja hacia el horizonte, por ejemplo, es tan intenso que decidimos quedarnos contemplando el cielo hasta que llega la completa oscuridad.
Del mismo modo, David espera que disfrutemos del Señor saboreando intensamente las preciosas cualidades de su persona, y recorramos con nuestro espíritu la multitud de beneficios y bendiciones que ha derramado sobre nuestra vida.
El proceso de estar con él, simplemente para disfrutarlo, producirá un beneficio adicional: los deseos de nuestro corazón nos serán concedidos. Entiendo que esto encierra dos posibilidades.
En primer lugar.
Los deseos de nuestro corazón son aquellos anhelos más profundos de nuestro ser. Quizás no coincidan con lo que, en realidad, pedimos en nuestras oraciones. El Señor, que sabe interpretar lo que deseamos decirle, responde no tanto a las palabras que contienen nuestras oraciones, sino a los sentimientos y anhelos que no sabemos expresar verbalmente.
En segundo lugar.
Esta frase se refiere al proceso de deleitarnos a diario en el Señor; lo que nos conducirá, indefectiblemente, a sentir una carga por aquellas cosas que representan los anhelos más profundos en el corazón de Dios.
Nuestros deseos, por lo tanto, acabarán alineándose a los deseos de Dios, de manera que dejaremos de pedir por aquello que, en otro tiempo, nos parecía importante. La comunión con el Señor ha reordenado las prioridades de nuestra vida, y hoy compartimos con él los anhelos que lo mueven a intervenir en los asuntos de esta Tierra.
Para pensar.
«Así que, sea que coman o beban o cualquier otra cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios».
1 Corintios 10.31
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