Mensaje irrefutable

Porque nuestro evangelio no vino a ustedes solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción; como saben qué clase de personas demostramos ser entre ustedes por el amor que les tenemos.   1 Tesalonicenses 1.5 NBLH

Vivimos en un tiempo en el cual, en nuestro continente, la población se muestra escéptica a la hora de escuchar a figuras que poseen cierto perfil público. Es que se ha vuelto una costumbre hablar de aquello que mejor recepción gozará entre los que escuchan, sin importar si esas palabras se relacionan o no con la realidad. En el ámbito político, en especial, son moneda corriente los discursos llenos de afirmaciones y promesas que la persona no tiene la menor intención de guardar. En resumen, la palabra de una persona hoy está completamente desvalorizada.

El apóstol Pablo comprendía las limitaciones que posee un mensaje que consiste en meras palabras. Por esta razón, nos dice que le sumó a sus palabras poder, las manifestaciones del Espíritu Santo y una plena convicción, tal como lo expresa en su carta a los romanos: «No me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los Gentiles, en palabra y en obra, con el poder de señales (milagros) y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde Jerusalén (Ciudad de Paz) y por los alrededores hasta el Ilírico he predicado en toda su plenitud el evangelio de Cristo» (15.18-19).

El desafío de compartir a Cristo con aquellos que andan en tinieblas es más necesario que nunca. Naciones enteras han abandonado su lealtad histórica al cristianismo y se han declarado ateas. El mundo padece un estado de confusión generalizado que inevitablemente conduce hacia el caos. En medio de una existencia tan angustiante, urge la necesidad de mensajeros que prediquen el mensaje en toda su plenitud.

¿Qué implica esta responsabilidad?
En primer lugar,
Que debemos demostrar con nuestra vida que las verdades que proclamamos son eficaces para producir una indudable transformación.

En segundo lugar.
Debemos estar poseídos por una inusual convicción de que Cristo es, verdaderamente, la única respuesta a los problemas del ser humano. Esa convicción nos proveerá de un celo y una autoridad que no poseemos cuando nuestra convicción es apenas una postura intelectual.

A esto debemos sumarle las evidencias del poderoso actuar del Espíritu Santo, no solamente en nuestra vida, sino también en quienes están a nuestro alrededor. Una cuidadosa lectura del libro de Hechos mostrará que los apóstoles siempre buscaban que Dios respaldara la proclamación de su Palabra con señales, prodigios y milagros.

Debemos atrevernos no solamente a llamar a otros al arrepentimiento, sino también a imponerles las manos a los enfermos, a echar fuera demonios, a consolar a los afligidos y a levantar a los caídos. La manifestación poderosa del Señor, en estas obras, hablará más fuerte que la multitud de argumentos que podamos emplear para convencer a las personas de la verdad.

Para pensar y orar
«Permite que Tus siervos hablen Tu palabra con toda confianza, mientras extiendes Tu mano para que se hagan curaciones, señales (milagros) y prodigios mediante el nombre de Tu santo Siervo (Hijo) Jesús». Hechos 4.29-30 NBLH







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