Pruébense

Examínense para saber si su fe es genuina. Pruébense a sí mismos. Sin duda saben que Jesucristo está entre ustedes; de no ser así, ustedes han reprobado el examen de la fe genuina.   2 Corintios 13.5

Estaríamos perdidos si la exhortación del apóstol Pablo solamente consistiera en la primera frase: «Examínense para saber si su fe es genuina». Ya he mencionado, en varias de mis reflexiones, el drama que representa intentar una correcta lectura de nuestro corazón.

Por su inclinación al engaño, siempre tiende a mostrarnos lo que queremos ver. Por esto, examinarnos a nosotros mismos fácilmente nos podría conducir a la conclusión de que todo está como tiene que estar.

El contexto de la exhortación, sin embargo, nos provee algunas pistas acerca de lo que debemos buscar en esta examinación. En esta carta en particular, Pablo debió responder a las acusaciones que aseguraban que él no era un apóstol genuino. El apóstol nos ofrece una mirada íntima de su vida a la que no accedemos en ninguno de sus otros escritos.

Entre los argumentos que presenta, declara: «Cuando estuve con ustedes les di pruebas de que soy un apóstol. Pues con paciencia hice muchas señales, maravillas y milagros entre ustedes» (12.12). Y es dentro de ese marco que Pablo demuestra estar convencido de que «Cristo no es débil cuando trata con ustedes; es poderoso entre ustedes. Aunque fue crucificado en debilidad, ahora vive por el poder de Dios» (13.3-4).

El sentido del término «examinar» es someter a algo o alguien a una prueba para identificar la verdadera naturaleza que posee. El objetivo de esta prueba consiste en comprobar si los creyentes viven firmemente anclados en la fe.

Como señalé al principio de esta reflexión, si la prueba consistiera simplemente en contestar una pregunta, de seguro que todos responderían de manera afirmativa. Pero Pablo no está interesado en argumentos y vanas palabrerías, sino en evidencias que delaten, de manera inequívoca, la presencia de Cristo en medio de ellos.

Estas evidencias no consisten solamente en ser testigos de que él obra señales, milagros y prodigios en medio de ellos, sino en la transformación profunda que conduce hacia la semejanza con el Hijo de Dios (2 Corintios 3.18).

Su temor es que «cuando vaya de nuevo, Dios me humille ante ustedes. Y quedaré entristecido porque varios de ustedes no han abandonado sus viejos pecados. No se han arrepentido de su impureza, de su inmoralidad sexual ni del intenso deseo por los placeres sensuales» (12.21).
Este proceso de examinación de nuestras vidas también debe producir evidencias incontrovertibles de que Cristo está presente y activo en nosotros y nuestro entorno.

Debemos identificar hechos concretos que testifican acerca de lo que él está haciendo en nuestro medio. La razón es evidente: Cristo siempre está activo, y en todo lugar donde él se hace presente comienza una revolución. Nada permanece igual, pues su presencia todo lo transforma. Nuestra vida debe dar muestras de que ese poder actúa también en nosotros.

Para pensar.
«El mismo Jesús que cambió agua en vino puede transformar tu hogar, tu vida, tu familia y tu futuro. Él aún está en el negocio de hacer milagros y su negocio es la transformación». Adrian Rogers







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