Investigar
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Cuando sepan que alguno de ustedes está haciendo eso, antes que nada investiguen si es verdad. Y si realmente está cometiendo un pecado tan terrible,
Deuteronomio 17.4 (TLA)
Uno de los errores que he cometido con mayor frecuencia es la de apresurarme a juzgar una situación. Muchas veces he tenido que arrepentirme de las conclusiones iniciales a las cuales llegué, porque no eran acertadas ni justas.
El Señor sabe que esta es una de las debilidades con la que tendrá que vivir el ser humano. Existen abundantes ejemplos en la historia de las naciones en las cuales se han condenado a prisión o muerte a personas completamente inocentes. En algunos casos, muchos años más tarde, las personas pudieron recuperar la libertad porque se encontró evidencia que comprobaba su inocencia. En muchos otros casos, sin embargo, las personas fueron muertas y la condena se tornó irreversible. Sencillamente no poseemos el discernimiento necesario para ser justos en todos los casos que nos toca evaluar.
Por esta razón el Señor dejó claras instrucciones a Moisés en cuanto a la manera en que debían ser juzgadas todas esas situaciones en las cuales alguien traía contra su prójimo una acusación.
Estas indicaciones señalan que, además de escuchar la denuncia de labios de la persona que la traía, el que juzgaba debía haberse enterado por otras fuentes de la existencia de tal problema. El pasaje nos advierte que la perspectiva de una sola persona siempre está condicionada por su propia visión, y por esto una persona no podía ser condenada salvo por el testimonio de dos o tres personas (Dt 17.6). El que juzga tiene mayor posibilidad de acercarse a la verdad al escuchar el testimonio de varias personas.
El líder tampoco debía basarse exclusivamente en lo que otros le decían. Dios pidió a Moisés que la persona que juzgaba debía realizar una «investigación minuciosa» del asunto. Es decir, el testimonio de los demás no era suficiente. El juez debía tomarse el trabajo de investigar la acusación, prestando atención a todos los pequeños detalles que pudieran ayudar a un desenlace justo. Es precisamente en los detalles que frecuentemente encontramos que la cosa «no es tan, así como nos la contaron».
El corazón, dice el profeta Jeremías, es engañoso «más que todas las cosas, y perverso» (17.9). Hacemos bien en no apresurarnos a la hora de emitir un juicio sobre aquello que vemos o hemos escuchado. Al estudiar detenidamente todos los aspectos de una situación tendremos mayores posibilidades de acercarnos a la verdad.
El Nuevo Testamento dice que por medio del Espíritu se nos ha dado el don de discernimiento. Esto se refiere a la posibilidad de ver cosas que no vemos con nuestra propia inteligencia. Es importante, tanto en la consejería como en la intervención en situaciones de conflicto, que siempre tengamos el oído sintonizado al Espíritu. Él podrá revelarnos cosas que no encontraríamos de ningún otro modo.
Para pensar:
«Los hombres malos no comprenden lo que es recto, pero los que buscan a Jehová comprenden todas las cosas» (Pr 28.5).
Cuando sepan que alguno de ustedes está haciendo eso, antes que nada investiguen si es verdad. Y si realmente está cometiendo un pecado tan terrible,
Deuteronomio 17.4 (TLA)
Uno de los errores que he cometido con mayor frecuencia es la de apresurarme a juzgar una situación. Muchas veces he tenido que arrepentirme de las conclusiones iniciales a las cuales llegué, porque no eran acertadas ni justas.
El Señor sabe que esta es una de las debilidades con la que tendrá que vivir el ser humano. Existen abundantes ejemplos en la historia de las naciones en las cuales se han condenado a prisión o muerte a personas completamente inocentes. En algunos casos, muchos años más tarde, las personas pudieron recuperar la libertad porque se encontró evidencia que comprobaba su inocencia. En muchos otros casos, sin embargo, las personas fueron muertas y la condena se tornó irreversible. Sencillamente no poseemos el discernimiento necesario para ser justos en todos los casos que nos toca evaluar.
Por esta razón el Señor dejó claras instrucciones a Moisés en cuanto a la manera en que debían ser juzgadas todas esas situaciones en las cuales alguien traía contra su prójimo una acusación.
Estas indicaciones señalan que, además de escuchar la denuncia de labios de la persona que la traía, el que juzgaba debía haberse enterado por otras fuentes de la existencia de tal problema. El pasaje nos advierte que la perspectiva de una sola persona siempre está condicionada por su propia visión, y por esto una persona no podía ser condenada salvo por el testimonio de dos o tres personas (Dt 17.6). El que juzga tiene mayor posibilidad de acercarse a la verdad al escuchar el testimonio de varias personas.
El líder tampoco debía basarse exclusivamente en lo que otros le decían. Dios pidió a Moisés que la persona que juzgaba debía realizar una «investigación minuciosa» del asunto. Es decir, el testimonio de los demás no era suficiente. El juez debía tomarse el trabajo de investigar la acusación, prestando atención a todos los pequeños detalles que pudieran ayudar a un desenlace justo. Es precisamente en los detalles que frecuentemente encontramos que la cosa «no es tan, así como nos la contaron».
El corazón, dice el profeta Jeremías, es engañoso «más que todas las cosas, y perverso» (17.9). Hacemos bien en no apresurarnos a la hora de emitir un juicio sobre aquello que vemos o hemos escuchado. Al estudiar detenidamente todos los aspectos de una situación tendremos mayores posibilidades de acercarnos a la verdad.
El Nuevo Testamento dice que por medio del Espíritu se nos ha dado el don de discernimiento. Esto se refiere a la posibilidad de ver cosas que no vemos con nuestra propia inteligencia. Es importante, tanto en la consejería como en la intervención en situaciones de conflicto, que siempre tengamos el oído sintonizado al Espíritu. Él podrá revelarnos cosas que no encontraríamos de ningún otro modo.
Para pensar:
«Los hombres malos no comprenden lo que es recto, pero los que buscan a Jehová comprenden todas las cosas» (Pr 28.5).
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