Sean felices
Sean felices
Les digo todo esto para que sean tan felices como yo.
Juan 15.11 TLA
La expresión «Sean felices, o que vuestro gozo sea completo» se repite con frecuencia en el Nuevo Testamento. Juan el Bautista, por ejemplo, les dijo a sus discípulos: «El que tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye, se goza grandemente de la voz del esposo. Por eso, mi gozo está completo».
En el texto de hoy, Cristo les dijo a sus discípulos que la razón por la que les había compartido la Palabra era para que su felicidad sea completa. Cuando los animó a pedir todo lo que necesitaran, aclaró: «Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo» (Jn 16.24). De la misma manera, cuando oraba a solas con su Padre, en Juan 17.13, dijo: «Pero ahora vuelvo a ti, y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos».
El concepto que Cristo tenía del gozo parece también haber impactado la vida del discípulo amado, Juan, pues usa expresiones muy similares a las de su Maestro. Al iniciar su primera carta, le dice a sus lectores: «Estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea completo» (1 Jn 1.4).
De la misma manera, en su segunda carta comparte un anhelo: «Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea completo» (2 Jn 1.12).
¿Cuál es el elemento que une todas estas expresiones?
El gozo es el resultado de compartir. Es decir, un sentimiento de alegría no alcanza su máxima expresión hasta que hayamos hecho a otros partícipes de esa experiencia.
Piense en el nacimiento de un nuevo hijo. Ningún padre mantiene en secreto tal acontecimiento, sino que, en forma alocada, busca compartir las buenas noticias con los que más cerca están a su persona. O considere un hecho tan trivial como la conversión de un gol en un partido de fútbol. Si alguna vez ha estado en un estadio habrá observado que los jugadores enseguida buscan festejar su logro. No solamente esto, sino que los hinchas festejan con delirio y se abrazan con personas que ni siquiera conocen.
Hemos sido creados para la comunión los unos con los otros. No ha sido la intención de Dios que vivamos en forma aislada las experiencias que más profundamente afectan nuestra vida, ya sean tristes o de gran alegría. Es natural y normal que una persona busque compartir los momentos que mayor gozo le producen con aquellos que están a su alrededor.
De esta observación, entonces, se desprende un principio importante. Para experimentar el gozo en todas sus dimensiones, es necesario participar a otros de lo que ha producido en nosotros este estado.
Para pensar:
¿Será esta la razón por la que muchos de nosotros no vivimos en toda su plenitud el gozo de Dios?
Hemos recibido abundantes expresiones de bondad por parte de nuestro Señor, pero estamos callados. Nuestro silencio inhibe la expresión completa del gozo. Imitemos, pues, el estilo de Cristo. ¡Hagamos completo nuestra felicidad, invitando a otros a ser parte de lo que hemos recibido!
Les digo todo esto para que sean tan felices como yo.
Juan 15.11 TLA
La expresión «Sean felices, o que vuestro gozo sea completo» se repite con frecuencia en el Nuevo Testamento. Juan el Bautista, por ejemplo, les dijo a sus discípulos: «El que tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye, se goza grandemente de la voz del esposo. Por eso, mi gozo está completo».
En el texto de hoy, Cristo les dijo a sus discípulos que la razón por la que les había compartido la Palabra era para que su felicidad sea completa. Cuando los animó a pedir todo lo que necesitaran, aclaró: «Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo» (Jn 16.24). De la misma manera, cuando oraba a solas con su Padre, en Juan 17.13, dijo: «Pero ahora vuelvo a ti, y hablo esto en el mundo para que tengan mi gozo completo en sí mismos».
El concepto que Cristo tenía del gozo parece también haber impactado la vida del discípulo amado, Juan, pues usa expresiones muy similares a las de su Maestro. Al iniciar su primera carta, le dice a sus lectores: «Estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea completo» (1 Jn 1.4).
De la misma manera, en su segunda carta comparte un anhelo: «Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea completo» (2 Jn 1.12).
¿Cuál es el elemento que une todas estas expresiones?
El gozo es el resultado de compartir. Es decir, un sentimiento de alegría no alcanza su máxima expresión hasta que hayamos hecho a otros partícipes de esa experiencia.
Piense en el nacimiento de un nuevo hijo. Ningún padre mantiene en secreto tal acontecimiento, sino que, en forma alocada, busca compartir las buenas noticias con los que más cerca están a su persona. O considere un hecho tan trivial como la conversión de un gol en un partido de fútbol. Si alguna vez ha estado en un estadio habrá observado que los jugadores enseguida buscan festejar su logro. No solamente esto, sino que los hinchas festejan con delirio y se abrazan con personas que ni siquiera conocen.
Hemos sido creados para la comunión los unos con los otros. No ha sido la intención de Dios que vivamos en forma aislada las experiencias que más profundamente afectan nuestra vida, ya sean tristes o de gran alegría. Es natural y normal que una persona busque compartir los momentos que mayor gozo le producen con aquellos que están a su alrededor.
De esta observación, entonces, se desprende un principio importante. Para experimentar el gozo en todas sus dimensiones, es necesario participar a otros de lo que ha producido en nosotros este estado.
Para pensar:
¿Será esta la razón por la que muchos de nosotros no vivimos en toda su plenitud el gozo de Dios?
Hemos recibido abundantes expresiones de bondad por parte de nuestro Señor, pero estamos callados. Nuestro silencio inhibe la expresión completa del gozo. Imitemos, pues, el estilo de Cristo. ¡Hagamos completo nuestra felicidad, invitando a otros a ser parte de lo que hemos recibido!
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