Precioso amor
Precioso amor
¡Cuán preciosa es, oh Dios, Tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de Tus alas. Se sacian de la abundancia de Tu casa, Y les das a beber del río de Tus delicias. Salmo 36.7-8 NBLH
El amor de Dios conmueve el corazón del salmista. Asombrado, declara que es precioso. Escoge una palabra en hebreo que significa: algo de excepcional belleza por ser poco común entre los hombres, como un diamante rojo, la más rara y cara de todas las piedras preciosas. Esta clase de amor deslumbra porque escasea tanto en nuestro entorno.
Lo que maravilla al salmista es que el amor de Dios posea esta cualidad: es inagotable. Tal como lo comunica la imagen que emplea del río, podemos beber de ese amor de Dios y nunca lograremos vaciar las aguas del torrente.
Desconocemos el origen de tanta agua, pero podemos ver que el río fluye por su cauce día tras día, semana tras semana y año tras año. Del mismo modo, el amor de Dios fluye sin interrupción de su trono de gracia hacia todos los hombres. Nunca disminuye ni se seca el abundante caudal de su bondad.
El amor de Dios se convierte en inagotable porque se construye sobre la fidelidad y el compromiso del Señor hacia nosotros. No contempla méritos, virtudes, esfuerzos realizados, cantidad de tiempo invertido ni el retorno recibido por la inversión. Está sellado por el compromiso que él mismo ha asumido, tal como se lo anunció a Abraham: «Yo confirmaré mi pacto contigo y con tus descendientes después de ti, de generación en generación. Este es el pacto eterno: yo siempre seré tu Dios y el Dios de todos tus descendientes» (Génesis 17.7, NTV).
Ante semejante tesoro espiritual, los hombres nos sentimos impulsados a acudir a su presencia. Esa experiencia es altamente beneficiosa para nuestro espíritu; realidad que el salmista capta en tres analogías.
La primera:
Es como encontrar un refugio donde ampararnos de las inclemencias de la vida. La sombra de su presencia trae quietud, frescura y protección a nuestro corazón atribulado. No debemos perder de vista, sin embargo, que solamente gozamos de este socorro cuando optamos por correr a él.
La segunda:
Él nos alimenta de la abundancia de su propia casa. La frase se refiere a disfrutar de una comida especialmente elaborada, poseedora de excepcionales sabores y aromas. Se trata de la clase de banquete preparado para agasajar a un huésped distinguido. Comer de manera tan exuberante nos deja con una maravillosa sensación de saciedad.
La tercera.
La abundancia de la mesa se acompaña bebiendo del río de sus delicias. La imagen recuerda el río que salía de la tierra del Edén y regaba el huerto (Génesis 2.10). Sus delicias sacian nuestros anhelos más profundos, y llenan el corazón de riquezas que no pueden ser obtenidas por ningún otro camino.
¡Cuán precioso es tu amor inagotable, oh Dios!
Para pensar.
El SEÑOR pasó por delante de Moisés proclamando: «¡Yahveh! ¡El SEÑOR! ¡El Dios de compasión y misericordia! Soy lento para enojarme y estoy lleno de amor inagotable y fidelidad. Yo derramo amor inagotable a mil generaciones». Éxodo 34.6-7 NTV
¡Cuán preciosa es, oh Dios, Tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de Tus alas. Se sacian de la abundancia de Tu casa, Y les das a beber del río de Tus delicias. Salmo 36.7-8 NBLH
El amor de Dios conmueve el corazón del salmista. Asombrado, declara que es precioso. Escoge una palabra en hebreo que significa: algo de excepcional belleza por ser poco común entre los hombres, como un diamante rojo, la más rara y cara de todas las piedras preciosas. Esta clase de amor deslumbra porque escasea tanto en nuestro entorno.
Lo que maravilla al salmista es que el amor de Dios posea esta cualidad: es inagotable. Tal como lo comunica la imagen que emplea del río, podemos beber de ese amor de Dios y nunca lograremos vaciar las aguas del torrente.
Desconocemos el origen de tanta agua, pero podemos ver que el río fluye por su cauce día tras día, semana tras semana y año tras año. Del mismo modo, el amor de Dios fluye sin interrupción de su trono de gracia hacia todos los hombres. Nunca disminuye ni se seca el abundante caudal de su bondad.
El amor de Dios se convierte en inagotable porque se construye sobre la fidelidad y el compromiso del Señor hacia nosotros. No contempla méritos, virtudes, esfuerzos realizados, cantidad de tiempo invertido ni el retorno recibido por la inversión. Está sellado por el compromiso que él mismo ha asumido, tal como se lo anunció a Abraham: «Yo confirmaré mi pacto contigo y con tus descendientes después de ti, de generación en generación. Este es el pacto eterno: yo siempre seré tu Dios y el Dios de todos tus descendientes» (Génesis 17.7, NTV).
Ante semejante tesoro espiritual, los hombres nos sentimos impulsados a acudir a su presencia. Esa experiencia es altamente beneficiosa para nuestro espíritu; realidad que el salmista capta en tres analogías.
La primera:
Es como encontrar un refugio donde ampararnos de las inclemencias de la vida. La sombra de su presencia trae quietud, frescura y protección a nuestro corazón atribulado. No debemos perder de vista, sin embargo, que solamente gozamos de este socorro cuando optamos por correr a él.
La segunda:
Él nos alimenta de la abundancia de su propia casa. La frase se refiere a disfrutar de una comida especialmente elaborada, poseedora de excepcionales sabores y aromas. Se trata de la clase de banquete preparado para agasajar a un huésped distinguido. Comer de manera tan exuberante nos deja con una maravillosa sensación de saciedad.
La tercera.
La abundancia de la mesa se acompaña bebiendo del río de sus delicias. La imagen recuerda el río que salía de la tierra del Edén y regaba el huerto (Génesis 2.10). Sus delicias sacian nuestros anhelos más profundos, y llenan el corazón de riquezas que no pueden ser obtenidas por ningún otro camino.
¡Cuán precioso es tu amor inagotable, oh Dios!
Para pensar.
El SEÑOR pasó por delante de Moisés proclamando: «¡Yahveh! ¡El SEÑOR! ¡El Dios de compasión y misericordia! Soy lento para enojarme y estoy lleno de amor inagotable y fidelidad. Yo derramo amor inagotable a mil generaciones». Éxodo 34.6-7 NTV
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