Diligente esfuerzo

Por tanto, cuídate y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, y no se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; sino que las hagas saber a tus hijos y a tus nietos.  
Deuteronomio 4.9 NBLH

Ayer reflexionamos sobre el trabajo que implica el proceso de formar a Cristo en otras personas. Es una tarea que requiere sacrificio, perseverancia, paciencia e insistencia, pues el progreso es lento y los logros trabajosos.

En el texto de hoy deseo enfocarme en la parte que nos toca a nosotros, cuando somos los que estamos en proceso de formación. El contexto de esta advertencia se encuentra en el marco de una preciosa afirmación: «Pues, ¿qué gran nación tiene un dios que esté tan cerca de ellos de la manera que el SEÑOR nuestro Dios está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene decretos y ordenanzas tan justas e imparciales como este conjunto de leyes que te entrego hoy?» (4.7-8, NTV).

Verdaderamente, el pueblo de Israel era bendecido en gran manera, pues gozaban de la posibilidad de caminar en intimidad con Dios. Contaban también con una serie de decretos y ordenanzas que les permitía vivir conforme al diseño con el que fueron creados.
Nosotros, que somos parte del pueblo del nuevo pacto, también disfrutamos de las mismas bendiciones, por lo que este llamado de Moisés posee tanta relevancia para nuestra vida como tenía para la vida de aquel pueblo que estaba a punto de entrar en la Tierra Prometida.

Resulta llamativo que se nos inste a guardar con diligencia nuestra alma. La palabra «diligencia» es difícil de traducir. Se emplea trescientas veces en el Antiguo Testamento, y el sentido más común se refiere a destinar nuestro mejor esfuerzo al trabajo de cuidar nuestra alma.

Si nuestra alma requiere de tal esfuerzo para mantenerse pura, podemos asumir que la posibilidad de que se corrompa es muy real. La verdad es que nos desviamos del camino con demasiada facilidad, casi sin darnos cuenta de lo que está ocurriendo. Por esto, debemos invertir el mejor de nuestros esfuerzos en cuidar de ella.

¿Dónde debemos invertir este esfuerzo?
Moisés sugiere que no olvidemos lo que nuestros ojos han visto. Nos llama a tener siempre en cuenta las maravillas de las obras del Señor, de las cuales hemos sido testigos en el pasado, y que no se aparten de nuestro corazón. Interpreto que esto hace referencia no solo a recordar los hechos, sino a saber interpretar el significado de los mismos. Israel cayó precisamente porque no supo interpretar las maravillas del Señor (Salmo 106.7).
Para evitar este proceso de olvido, se nos ofrece una sencilla receta: contarlas a nuestros hijos y a nuestros nietos. En el proceso de compartir con ellos las historias del maravilloso proceder de Dios en el pasado, nos aseguraremos que también estén siempre presentes en nuestro propio corazón.

Para pensar.
«Con toda diligencia guarda tu corazón, porque de él brotan los manantiales de la vida». Proverbios 4.23 NBLH





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