Delicia cotidiana
Delicia cotidiana
¡Sino que en la ley del Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche! Salmo 1.2 NBLH
El primer salmo comienza describiendo a la persona bienaventurada. Lo es, en primer lugar, porque ha escogido no amigarse con la cultura maligna y perversa que lo rodea.
Esto no quiere decir que ha optado por vivir aislada, pues su función es diseminar el bien entre aquellos que aún no han gustado de él. No obstante, los valores que rigen su vida no provienen de la cultura en la que está inmersa.
No obstante, para avanzar con victoria en la vida no alcanza con saber qué caminos no transitar.
Las personas cuya existencia está regida por una larga lista de prohibiciones, generalmente se caracterizan por su postura amarga y legalista en la vida, siempre atentas a señalar el mal que ven en los demás.
El salmista ha descartado valerse de las costumbres y los valores de la cultura porque ha encontrado algo mejor para guiar su vida: la ley del Señor.
Declara que encuentra su deleite en las palabras de la ley. Es decir, le producen una sensación de profundo placer y satisfacción.
Conozco a muchas personas que son sumamente disciplinadas a la hora de estudiar la Palabra, pero no podrían decir que se deleitan en ella. Más bien cumplen estrictamente con una disciplina que, entienden, es parte de los «deberes» de un buen cristiano.
Debemos preguntarnos, entonces, ¿donde se encuentra el secreto que permite convertir una formalidad religiosa en algo de lo cual disfrutamos plenamente?
•La respuesta, en parte, la encontramos en el mismo salmo, que señala los beneficios que acompañan a quienes escogen vivir conforme a la ley del Señor.
•La razón de la delicia no está en las minucias de la ley, sino en la convicción de que una vida direccionada por la Palabra es una vida que gozará de abundantes beneficios.
El Salmo 19 describe algunos de ellos. «Las enseñanzas del Señor son perfectas, reavivan el alma. Los decretos del Señor son confiables, hacen sabio al sencillo.
Los mandamientos del Señor son rectos; traen alegría al corazón. Los mandatos del Señor son claros; dan buena percepción para vivir. La reverencia al Señor es pura, permanece para siempre. Las leyes del Señor son verdaderas, cada una de ellas es imparcial. Son más deseables que el oro, incluso que el oro más puro» (vv. 7-10, NTV).
La dulzura de la Palabra, sin embargo, encuentra su explicación en algo más profundo que estos beneficios. Es dulce como la miel, porque proviene del objeto de nuestra devoción. Así́ como disfrutamos de cada palabra en una carta de amor, el salmista se deleita en meditar sobre la Palabra, porque expresa los tiernos cuidados del Señor hacia su pueblo. Entiende que los mandamientos y las ordenanzas que contiene la ley son una de las formas en que Dios expresa su compromiso de guiarnos por los mejores caminos, aquellos que conducen a lugares de verdes prados junto a arroyos tranquilos.
Para pensar
«¡Cuánto me deleito en tus mandatos! ¡Cómo los amo! Honro y amo tus mandatos; en tus decretos medito». Salmo 119.47-48 NTV
¡Sino que en la ley del Señor está su deleite, y en Su ley medita de día y de noche! Salmo 1.2 NBLH
El primer salmo comienza describiendo a la persona bienaventurada. Lo es, en primer lugar, porque ha escogido no amigarse con la cultura maligna y perversa que lo rodea.
Esto no quiere decir que ha optado por vivir aislada, pues su función es diseminar el bien entre aquellos que aún no han gustado de él. No obstante, los valores que rigen su vida no provienen de la cultura en la que está inmersa.
No obstante, para avanzar con victoria en la vida no alcanza con saber qué caminos no transitar.
Las personas cuya existencia está regida por una larga lista de prohibiciones, generalmente se caracterizan por su postura amarga y legalista en la vida, siempre atentas a señalar el mal que ven en los demás.
El salmista ha descartado valerse de las costumbres y los valores de la cultura porque ha encontrado algo mejor para guiar su vida: la ley del Señor.
Declara que encuentra su deleite en las palabras de la ley. Es decir, le producen una sensación de profundo placer y satisfacción.
Conozco a muchas personas que son sumamente disciplinadas a la hora de estudiar la Palabra, pero no podrían decir que se deleitan en ella. Más bien cumplen estrictamente con una disciplina que, entienden, es parte de los «deberes» de un buen cristiano.
Debemos preguntarnos, entonces, ¿donde se encuentra el secreto que permite convertir una formalidad religiosa en algo de lo cual disfrutamos plenamente?
•La respuesta, en parte, la encontramos en el mismo salmo, que señala los beneficios que acompañan a quienes escogen vivir conforme a la ley del Señor.
•La razón de la delicia no está en las minucias de la ley, sino en la convicción de que una vida direccionada por la Palabra es una vida que gozará de abundantes beneficios.
El Salmo 19 describe algunos de ellos. «Las enseñanzas del Señor son perfectas, reavivan el alma. Los decretos del Señor son confiables, hacen sabio al sencillo.
Los mandamientos del Señor son rectos; traen alegría al corazón. Los mandatos del Señor son claros; dan buena percepción para vivir. La reverencia al Señor es pura, permanece para siempre. Las leyes del Señor son verdaderas, cada una de ellas es imparcial. Son más deseables que el oro, incluso que el oro más puro» (vv. 7-10, NTV).
La dulzura de la Palabra, sin embargo, encuentra su explicación en algo más profundo que estos beneficios. Es dulce como la miel, porque proviene del objeto de nuestra devoción. Así́ como disfrutamos de cada palabra en una carta de amor, el salmista se deleita en meditar sobre la Palabra, porque expresa los tiernos cuidados del Señor hacia su pueblo. Entiende que los mandamientos y las ordenanzas que contiene la ley son una de las formas en que Dios expresa su compromiso de guiarnos por los mejores caminos, aquellos que conducen a lugares de verdes prados junto a arroyos tranquilos.
Para pensar
«¡Cuánto me deleito en tus mandatos! ¡Cómo los amo! Honro y amo tus mandatos; en tus decretos medito». Salmo 119.47-48 NTV
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