Mensajes contradictorios

Mensajes contradictorios
Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas (proclamas) que no se debe robar, ¿robas?
Romanos 2.21 NBLH
Parte del desafío al que se enfrenta el buen maestro de la Palabra es trabajar cuidadosamente el texto de manera que no existan contradicciones entre un pasaje bíblico y otras porciones de las Escrituras. A medida que crezcamos en el conocimiento de la Verdad revelada buscaremos que cada enseñanza posea coherencia con el mensaje general de la Palabra. De esta manera, nuestro aporte siempre se sujetará a la revelación que el Señor ha escogido compartir con su pueblo.

Existe otro mensaje, sin embargo, en el que es más difícil lograr coherencia. Este es el que proclamamos por la forma en que vivimos. A veces, el contraste entre nuestras acciones y nuestra enseñanza es tan marcado que acaba neutralizando el impacto de la Palabra. De hecho, esta es una de las formas en las que más a menudo pierde efectividad el ministerio al que hemos sido llamados. Nuestra vida simplemente no respalda las verdades que pretendemos compartir con otros.

No tenemos que hacer más que hablar con nuestros vecinos y compañeros de trabajo para percibir los efectos de esta contradicción. La mayoría de ellos poseen actitudes de sumo escepticismo hacia los funcionarios públicos y los políticos típicos de nuestro entorno.

La razón es que el discurso publico de estas personas rara vez coincide con la realidad de su vida personal. En muchos casos, las contradicciones son tan marcadas que pareciera tratarse de dos personas diferentes.

El apóstol Pablo señala, en el pasaje de hoy, que esta contradicción es inherente a nuestra condición humana. Conocemos la ley, pero no siempre la guardamos. Sabemos bien lo que nos conviene, pero no siempre lo practicamos.

Nos resulta fácil identificar los errores y pecados de nuestros semejantes, pero es mucho más difícil resolver esos temas en nuestra propia vida.
El líder que aspira a ser eficaz debe trabajar incansablemente para cerrar la brecha que existe entre el comportamiento y las palabras. Cuanta más coherencia exista entre la forma en que vivimos y el mensaje verbal que compartimos con los demás, mayor será́ el impacto que lograremos en la vida de aquellos a quienes acompañamos en el ministerio que nos ha sido confiado.

Esta es una de las razones por las que Jesús ganó el corazón de las multitudes.
Ellos percibían que era un hombre que vivía lo que enseñaba, y por eso «las multitudes quedaron asombradas de su enseñanza, porque lo hacía con verdadera autoridad» (Mateo 7.28-29, NTV). La autoridad es el fruto de una vida que gira en torno de una sola verdad.

Ante este desafío se nos presenta una solución relativamente sencilla: hablemos menos y vivamos más. Es decir, pongamos el acento en nuestras acciones y disciplinemos nuestros labios, para que no hagan alarde de realidades que no reflejan lo que somos.

Para pensar
«No solo escuchen la palabra de Dios; tienen que ponerla en practica. De lo contrario, solamente se engañan a sí mismos. [...] Si miras atentamente en la ley perfecta que te hace libre y la pones  y no olvidas lo que escuchaste, entonces Dios te bendecirá́ por tu obediencia». Santiago 1.22, 25 NTV
 

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