Perdonar
Perdonar
Aun si la persona te agravia siete veces al día y cada vez regresa y te pide perdón, debes perdonarla. Lucas 17.4
El ejercicio de perdonar a quienes nos han ofendido o lastimado es uno de los que más desafía nuestra fe. Quizás nos condiciona el vivir en una sociedad donde la agresión y la venganza son los caminos predilectos para resolver conflictos.
Con seguridad, carecemos de modelos a imitar, pues en nuestra cultura pedir perdón es considerado como una señal de debilidad. Y nuestro propio orgullo no deja de ser nuestro amo más implacable, siempre buscando justificar aun los comportamientos más groseros y desconsiderados.
No obstante todas estas limitaciones, la exhortación del Señor a ser generosos a la hora de perdonar permanece. La expresa en términos que, francamente, nos resultan escandalosos.
Si resulta difícil perdonar una sola vez,
¿cómo lograremos volver a recorrer este camino siete veces en un solo día?
Seguramente, uno de los elementos que dificulta tanta generosidad es nuestra tendencia a evaluar si el «arrepentimiento» de la otra persona es genuino. Cuando regresa una y otra vez en un mismo día, exclamamos: «¡Tiene que ser una broma!».
Ante la indignación que nos genera la reiteración del pecado, optamos por no perdonar más. Resulta más que obvio que el pedido de la otra persona no es serio, y por eso no deseamos siquiera considerarlo.
Hemos confundido, en este punto, nuestro llamado. La exhortación de Cristo es que extendamos el perdón al prójimo cuantas veces lo solicite. Nada más que esto. No nos llama a analizar si la acción de la otra persona es genuina, si es merecedora de nuestro perdón, o a contar las veces que volvió a cometer el mismo atropello. Nada de esto nos incumbe. Nuestra parte en este proceso es sencilla: cada vez que la misma persona se acerca a pedir perdón debemos estar dispuestos a perdonarla.
¿Cuál es la razón por la que se nos pide transitar este camino?
•Hemos sido llamados a esta alocada generosidad por una sencilla razón: esta es la forma en que el Padre procede con nosotros.
¿Cuántas veces nos hemos acercado a pedir perdón por el mismo pecado?
•Son muchas las ocasiones en las que prometemos no volver a pecar.
•Sin embargo, caemos de nuevo, y una vez más nos acercamos al trono de gracia, con corazón contrito. Cada vez que lo hacemos, el Padre nos extiende misericordia.
•Ante las reiteradas ofensas de nuestros hermanos, nos pregunta: «¿No deberías tú hacer lo mismo?».
No te preocupes por la transformación que debe vivir el otro. No es asunto tuyo, sino del Señor. Tú, sé abundantemente generoso en perdonar, una y otra vez, a la misma persona.
Para pensar
Extender perdón se vuelve infinitamente más fácil cuando soy consciente de la abundante bondad a la que accedí por medio del sacrificio de Cristo. Cuando nos resulta difícil transitar el camino del perdón es tiempo de hacer memoria de los muchos pecados por los que Dios nos ha ofrecido misericordia en lugar de juicio.
Aun si la persona te agravia siete veces al día y cada vez regresa y te pide perdón, debes perdonarla. Lucas 17.4
El ejercicio de perdonar a quienes nos han ofendido o lastimado es uno de los que más desafía nuestra fe. Quizás nos condiciona el vivir en una sociedad donde la agresión y la venganza son los caminos predilectos para resolver conflictos.
Con seguridad, carecemos de modelos a imitar, pues en nuestra cultura pedir perdón es considerado como una señal de debilidad. Y nuestro propio orgullo no deja de ser nuestro amo más implacable, siempre buscando justificar aun los comportamientos más groseros y desconsiderados.
No obstante todas estas limitaciones, la exhortación del Señor a ser generosos a la hora de perdonar permanece. La expresa en términos que, francamente, nos resultan escandalosos.
Si resulta difícil perdonar una sola vez,
¿cómo lograremos volver a recorrer este camino siete veces en un solo día?
Seguramente, uno de los elementos que dificulta tanta generosidad es nuestra tendencia a evaluar si el «arrepentimiento» de la otra persona es genuino. Cuando regresa una y otra vez en un mismo día, exclamamos: «¡Tiene que ser una broma!».
Ante la indignación que nos genera la reiteración del pecado, optamos por no perdonar más. Resulta más que obvio que el pedido de la otra persona no es serio, y por eso no deseamos siquiera considerarlo.
Hemos confundido, en este punto, nuestro llamado. La exhortación de Cristo es que extendamos el perdón al prójimo cuantas veces lo solicite. Nada más que esto. No nos llama a analizar si la acción de la otra persona es genuina, si es merecedora de nuestro perdón, o a contar las veces que volvió a cometer el mismo atropello. Nada de esto nos incumbe. Nuestra parte en este proceso es sencilla: cada vez que la misma persona se acerca a pedir perdón debemos estar dispuestos a perdonarla.
¿Cuál es la razón por la que se nos pide transitar este camino?
•Hemos sido llamados a esta alocada generosidad por una sencilla razón: esta es la forma en que el Padre procede con nosotros.
¿Cuántas veces nos hemos acercado a pedir perdón por el mismo pecado?
•Son muchas las ocasiones en las que prometemos no volver a pecar.
•Sin embargo, caemos de nuevo, y una vez más nos acercamos al trono de gracia, con corazón contrito. Cada vez que lo hacemos, el Padre nos extiende misericordia.
•Ante las reiteradas ofensas de nuestros hermanos, nos pregunta: «¿No deberías tú hacer lo mismo?».
No te preocupes por la transformación que debe vivir el otro. No es asunto tuyo, sino del Señor. Tú, sé abundantemente generoso en perdonar, una y otra vez, a la misma persona.
Para pensar
Extender perdón se vuelve infinitamente más fácil cuando soy consciente de la abundante bondad a la que accedí por medio del sacrificio de Cristo. Cuando nos resulta difícil transitar el camino del perdón es tiempo de hacer memoria de los muchos pecados por los que Dios nos ha ofrecido misericordia en lugar de juicio.
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