Temores que matan
Temores que matan
He pecado. En verdad he quebrantado el mandamiento del SEÑOR y tus palabras, porque temí al pueblo y escuché su voz. 1 Samuel 15.24 NBLH
Cuando Samuel confrontó a Saúl, en la ocasión en que este le había perdonado la vida a Agag, el rey quiso argumentar que había cumplido la Palabra de Dios. Ante la insistencia del profeta, sin embargo, confesó que había quebrantado el mandamiento del Señor. Tristemente, este reconocimiento se vio empañado por la débil justificación que intentó adosar a su confesión.
Su explicación desnuda una de las razones por las que un líder más frecuentemente pierde el rumbo en el ministerio: el deseo de agradar a los que están a su alrededor. El pasaje no indica de qué manera ejercieron esta presión sobre Saúl. Podemos imaginar que, en la euforia de la victoria que habían obtenido, algunos comenzaron a mirar con deseo los magníficos animales que eran parte de los rebaños de Agag.
Los más osados se habrán acercado a Saúl con una «mejor propuesta» que las terminantes instrucciones que le había dejado Samuel: «Destruye por completo todo lo que tiene» (v. 3).
Quizás Saúl pensaba que sus soldados merecían alguna clase de recompensa por la victoria obtenida. Sea cual sea la razón, cedió ante esta presión y los autorizó a quedarse con lo mejor de los rebaños.
Para Dios la desobediencia no tiene atenuantes. Cuando le comunicó a Samuel lo acontecido en el campamento de los israelitas, le dijo: «Me pesa haber hecho rey a Saúl, porque ha dejado de seguirme y no ha cumplido Mis mandamientos» (v. 11).
El Señor no mencionó la presión que la gente pudo haber ejercido ni el deseo de Saúl de quedar bien con ellos ni lo difícil que se hace mantenerse firme cuando el pueblo clama por otro camino. Desde la óptica del Señor, en el instante que Saúl cedió ante el pueblo le dio la espalda a Dios.
Quedar bien con los demás es uno de los deseos más profundamente arraigados en nuestro corazón. Este deseo puede llevarnos a callar ante el pecado de un hermano, a diluir una enseñanza para que no parezca tan radical, a cambiar de opinión para no desentonar con el resto del grupo o a postergar una decisión que sabemos que va a despertar críticas.
Por lo general, nuestras primeras inclinaciones son las que mejor se alinean con la Palabra de Dios. Luego aparecen esas pequeñas voces, tan familiares, que trabajan en nuestra cabeza para sembrar dudas sobre el camino que debemos tomar.
Sea lo que sea aquello que nos motiva a movernos en cierta decisión, debemos saber que en la gran mayoría de los casos no es posible quedar bien con los hombres y también con Dios. La decisión es nuestra. ¡La consecuencia también lo es!
Para pensar
«Cuando llegó por primera vez, Pedro comía con los creyentes gentiles, quienes no estaban circuncidados; pero después, cuando llegaron algunos amigos de Santiago, Pedro no quiso comer más con esos gentiles. Tenía miedo a la crítica de los que insistían en la necesidad de la circuncisión. Como resultado, otros creyentes judíos imitaron la hipocresía de Pedro, e incluso Bernabé se dejó llevar por esa hipocresía». Gálatas 2.12-13 NTV
He pecado. En verdad he quebrantado el mandamiento del SEÑOR y tus palabras, porque temí al pueblo y escuché su voz. 1 Samuel 15.24 NBLH
Cuando Samuel confrontó a Saúl, en la ocasión en que este le había perdonado la vida a Agag, el rey quiso argumentar que había cumplido la Palabra de Dios. Ante la insistencia del profeta, sin embargo, confesó que había quebrantado el mandamiento del Señor. Tristemente, este reconocimiento se vio empañado por la débil justificación que intentó adosar a su confesión.
Su explicación desnuda una de las razones por las que un líder más frecuentemente pierde el rumbo en el ministerio: el deseo de agradar a los que están a su alrededor. El pasaje no indica de qué manera ejercieron esta presión sobre Saúl. Podemos imaginar que, en la euforia de la victoria que habían obtenido, algunos comenzaron a mirar con deseo los magníficos animales que eran parte de los rebaños de Agag.
Los más osados se habrán acercado a Saúl con una «mejor propuesta» que las terminantes instrucciones que le había dejado Samuel: «Destruye por completo todo lo que tiene» (v. 3).
Quizás Saúl pensaba que sus soldados merecían alguna clase de recompensa por la victoria obtenida. Sea cual sea la razón, cedió ante esta presión y los autorizó a quedarse con lo mejor de los rebaños.
Para Dios la desobediencia no tiene atenuantes. Cuando le comunicó a Samuel lo acontecido en el campamento de los israelitas, le dijo: «Me pesa haber hecho rey a Saúl, porque ha dejado de seguirme y no ha cumplido Mis mandamientos» (v. 11).
El Señor no mencionó la presión que la gente pudo haber ejercido ni el deseo de Saúl de quedar bien con ellos ni lo difícil que se hace mantenerse firme cuando el pueblo clama por otro camino. Desde la óptica del Señor, en el instante que Saúl cedió ante el pueblo le dio la espalda a Dios.
Quedar bien con los demás es uno de los deseos más profundamente arraigados en nuestro corazón. Este deseo puede llevarnos a callar ante el pecado de un hermano, a diluir una enseñanza para que no parezca tan radical, a cambiar de opinión para no desentonar con el resto del grupo o a postergar una decisión que sabemos que va a despertar críticas.
Por lo general, nuestras primeras inclinaciones son las que mejor se alinean con la Palabra de Dios. Luego aparecen esas pequeñas voces, tan familiares, que trabajan en nuestra cabeza para sembrar dudas sobre el camino que debemos tomar.
Sea lo que sea aquello que nos motiva a movernos en cierta decisión, debemos saber que en la gran mayoría de los casos no es posible quedar bien con los hombres y también con Dios. La decisión es nuestra. ¡La consecuencia también lo es!
Para pensar
«Cuando llegó por primera vez, Pedro comía con los creyentes gentiles, quienes no estaban circuncidados; pero después, cuando llegaron algunos amigos de Santiago, Pedro no quiso comer más con esos gentiles. Tenía miedo a la crítica de los que insistían en la necesidad de la circuncisión. Como resultado, otros creyentes judíos imitaron la hipocresía de Pedro, e incluso Bernabé se dejó llevar por esa hipocresía». Gálatas 2.12-13 NTV
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