Asombro

Asombro

Y, debido a la incredulidad de ellos, Jesús no pudo hacer ningún milagro allí, excepto poner sus manos sobre algunos enfermos y sanarlos. Y estaba asombrado de su incredulidad.   Marcos 6.5-6

Era solamente cuestión de tiempo antes de que el ministerio público de Jesús llegara a la ciudad donde había crecido, Nazaret.
Quienes hemos intentado compartir la Buena Noticia con parientes y amigos que nos conocen de toda la vida sabemos lo complicado que resulta ese proceso.

Por esto comprendemos que la recepción en Nazaret no haya sido la mejor, a pesar de los asombrosos acontecimientos que habían convulsionado al resto del país. Marcos confirma esto cuando nos dice que Jesús no pudo hacer ni un solo milagro allí, condicionado por la incredulidad de la población.

No es la incredulidad de ellos lo que me llama la atención, sino el hecho de que esto le causó asombro a Cristo. El asombro es una reacción frente a circunstancias que no son normales.

Puede tratarse de un paisaje imponente, una foto de marcado dramatismo o un momento de intimidad con un amigo. Nuestro asombro se manifiesta porque la experiencia nos traslada a un plano que pocas veces frecuentamos.
Los Evangelios no comparten muchas escenas en las que Jesús experimentó asombro.

Más bien, el Hijo de Dios continuamente sorprendía a las personas con quienes tenía contacto. Se maravillaban de la autoridad que mostraba y de la forma en que los demonios, los enfermos y aun la naturaleza reaccionaban ante sus palabras.
No obstante, en esta ocasión, el asombro se apoderó de Jesús. Entiendo que, en parte, le llamó la atención que sus corazones se hubieran endurecido de tal manera. No es que otros deslumbraban por su fe, pero en el caso de la gente de Nazaret existía una obstinada ceguera que no le dejaba al Mesías siquiera una hendija por la cual ministrar. Quizás, también, experimentó asombro porque el proyecto original para el ser humano contemplaba corazones que confiaban plenamente en Dios. La dureza de ellos, lejos de ser normal, revela cuán profundas eran sus raíces de incredulidad.
Esta incredulidad definitivamente afectó el ministerio de Jesús. Marcos señala que «no pudo hacer ningún milagro allí». La falta de fe, en efecto, le puso un cerrojo a la libertad necesaria para obrar milagros.

¿Qué es lo que alimentaba esta dureza de corazón?
Ellos no podían aceptar que un sencillo carpintero pudiera ser un instrumento en las manos de Dios. El problema no radicaba en la persona de Jesús. Él podía y estaba dispuesto a sanar sus dolencias, hablarles al corazón y desatar sus cadenas. Pero ellos no estaban dispuestos.

El paso de Cristo por Nazaret nos advierte que nuestros prejuicios pueden convertirse en ataduras que impiden nuestro crecimiento. Cuando decidimos quien puede y quien no puede ministrarnos, le ponemos una seria limitación a lo que Dios puede hacer en nuestra vida.

Para pensar
Señor, la gente de tu pueblo era conocedora de la Palabra, formada en una cultura empapada de tradiciones religiosas. Cuando te vieron, sin embargo, no quisieron recibirte. Me da miedo pensar que puedo estar atrapado en una dureza similar. ¡Líbrame, Señor! Trae luz a mi vida. Revela los patrones, las convicciones y las estructuras que deben ser abandonados para que tú tengas plena libertad en mi vida.



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